lunes, 23 de enero de 2012

Jacques Bouveresse - Entrevista

Jacques Bouveresse: “El poder absoluto de la imagen debilita y anestesia la imaginación”   
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Jacques Bouveresse (foto: Ediciones del Subsuelo)

Jacques Bouveresse (Épenoy, Francia, 1940) ha visitado recientemente España para presentar el libro Sátira y profecía. Las voces de Karl Kraus, con el que Ediciones del Subsuelo abre su catálogo. En el volumen se recogen los cuatro estudios que Bouveresse realizó sobre el célebre periodista satírico austriaco. La crítica que ejerció Kraus sobre el papel de la prensa a finales del siglo XIX y principios del XX, claramente interesada y controlada por la política y la economía, mantiene su vigencia en la actualidad, algo que acertadamente advierte el propio autor en el prólogo a la edición española, en un momento en el que la sociedad civil se ve aislada por los poderes fácticos.
¿Qué herramientas puede aportar la filosofía a la sociedad? ¿Cuál podría ser el papel del filósofo actualmente?
Siempre me ha sorprendido el magisterio supremo que los filósofos están convencidos de poder ejercer cuando se trata de cuestiones sociales y políticas, y de la contribución determinante que creen ser capaces de aportar para resolver estos problemas. Al igual que Wittgenstein, estoy convencido de que la filosofía no tendría demasiado interés si únicamente consiguiera que la gente fuese capaz de plantearse cuestiones de lógica abstrusa y no contribuyera también a mejorar su forma de pensar y hablar sobre aspectos más importantes de la vida cotidiana. Como también decía Wittgenstein, raramente se sabe exactamente lo que hay que decir, pero en muchos casos es posible saber con certeza lo que no hay que decir o al menos no decirlo de la forma en que suele hacerse. En tanto que filósofo, debo reconocer que a menudo me sorprende cómo a veces se habla para proclamar contraverdades evidentes o simplemente para no decir nada sobre las cuestiones que precisamente son las más importantes. Por desgracia, esto es lo que ocurre con frecuencia en el caso de la política.

¿Qué le llevó a estudiar a Karl Kraus?
Si no recuerdo mal, Pierre Juquin, un germanista destacable y mi profesor de alemán en el Liceo Lakanal durante los años 1959-1961, fue el primero que me habló de Kraus. Paulatinamente fui adquiriendo toda la obra del autor vienés, y podría decirse que desde principios de los sesenta no he dejado de leerlo. Quizá porque la actualidad nos brinda constantemente motivos para hacerlo.
¿Qué significó el diario Die Fackel creado por Kraus para la sociedad vienesa de la época?
Para mucha gente era el defensor por excelencia de la verdad y la moral contra todas las formas de la mentira y la corrupción, ya fuese política, moral, intelectual o artística. Él estaba convencido de que primero hay que barrer la propia casa, una actitud que desgraciadamente es poco habitual y que sería muy recomendable para todos los individuos y todas las naciones. Parece lógico que con su comportamiento fuese objeto tanto de admiraciones desmedidas como de manifestaciones de ira de una violencia inusitada. Para Kraus, el verdadero problema de la corrupción no era tanto que exista, ya que no se puede esperar que desaparezca completamente, sino la tolerancia y la indulgencia de las que se beneficia por parte de la gente corriente y a menudo incluso por parte de aquellos que son sus víctimas. Esto es más cierto que nunca en las sociedades regidas por los principios del neoliberalismo triunfante, en las que el reino del individualismo, del dinero, del provecho y de la competencia más o menos salvaje lleva a que la honradez tenga cada vez menos peso frente al cinismo.
¿El periodismo del que hablaba Kraus difiere mucho del periodismo de hoy en día?
En algunos aspectos las cosas son distintas, pero en otros no lo son apenas, o incluso en absoluto. En general, la prensa está más controlada y reglamentada de lo que lo estaba en Austria en la época de Kraus. Él percibía que la prensa iba camino de convertirse en una especie de poder absoluto al que no se le oponía ningún contrapoder real y ante el cual el estado había optado por abdicar completamente. Cuando atacaba a la Neue Freie Presse y a su propietario, Moritz Benedikt, estaba anunciando a los Rupert Murdoch y a los Berlusconi de la actualidad. Da la sensación, a pesar de los evidentes cambios que ha habido desde la época de Kraus, que la prensa sigue comportándose esencialmente del mismo modo. Recientemente hemos tenido una confirmación de ello en el llamado «caso Dominique Strauss-Kahn». En estas ocasiones resulta difícil saber si lo primero que han perdido los medios de comunicación es el sentido del ridículo, el de las proporciones o el del respeto más elemental por la vida privada y por los individuos.
Karl Kraus (foto: D. P.)
La crítica de Karl Kraus apuntaba principalmente a la prensa. ¿Cuál cree que sería la opinión de Kraus sobre la radio y la televisión?
No creo que le tranquilizara en absoluto ver que vivimos en el mundo de la televisión (que evidentemente no conoció, aunque sí conoció y utilizó sin aparente desagrado la radio), al menos tanto y a menudo más que en el de la realidad. Él había comprendido anticipadamente que, lejos de desarrollar la imaginación y la sensibilidad, la omnipresencia y el poder absoluto de la imagen surten el efecto contrario: las debilitan y finalmente las anestesian. Lo impensable sucede por la incapacidad de imaginarlo y porque se es incapaz, cuando llega el momento, de percibirlo y verlo en todo su horror. Para Kraus, la propaganda nazi consiguió convencer a la gente de que incluso las atrocidades que había presenciado no habían ocurrido y que no eran más que una invención del enemigo.
¿Según usted, cómo inciden en la opinión pública les redes sociales como Facebook y Twitter?
Desde el punto de vista de Kraus, es posible que incluso haya motivos para alegrarse de que la prensa ya no disponga del monopolio para crear la opinión pública y se enfrente con una competencia cada vez más seria y con una capacidad de réplica que hasta ahora no conocía. Dicho esto, no creo que Kraus considerase una conquista real que todo el mundo, gracias a internet, pueda convertirse en un periodista aficionado. No hay que olvidar que él creía que el periodismo es un oficio difícil y comprometido que debería someterse a exigencias particularmente estrictas que desgraciadamente no suelen respetarse, como la comprobación escrupulosa de los hechos y el respeto absoluto a la vida privada de la gente. Pero, actualmente, parece que cualquiera puede afirmar prácticamente cualquier cosa sin sentirse obligado a comprobar nada y entregarse impunemente a la indiscreción, al exhibicionismo y al voyeurismo de la peor especie.
La muerte de Bin Laden suscitó una gran polémica en los medios. ¿Cuál es su opinión al respecto?
Debo confesarle que no me fijé particularmente en la polémica que se creó en los medios a raíz de ese acontecimiento. En cuanto a la reacción de éstos, lo más destacable es que debieron de sentirse muy defraudados, ya que no se les dio gran cosa para mostrar, ni incluso para contar y comentar. Otra cuestión sería preguntarse si la manera de proceder de Estados Unidos sería la de esperar de un estado que respeta les reglas de la democracia y de la justicia, y si esta forma de actuar podía satisfacer a los medios. Es cierto que, en el mundo en el que vivimos, lo segundo puede tener a veces tanta importancia como lo primero.
El 17 de julio de 2010 usted rechazó por segunda vez la Legión de Honor. ¿Cuál fue la reacción de la prensa y de la opinión pública ante su rechazo y ante la carta que usted dirigió a la ministra de Educación?
No puedo decir exactamente que haya rechazado dos veces la Legión de Honor. La primera vez todavía no me la habían concedido, y la segunda me enteré por los medios de comunicación. Por lo visto he llamado más la atención de la prensa por rechazar esta distinción que por los treinta libros que he publicado. En cuanto a las reacciones, he recibido cartas de felicitación de políticos de la izquierda por haberla recibido, y también cartas muy emotivas de gente anónima, de diversos ámbitos, que por el contrario me felicitaban por haberla rechazado. Resulta gracioso que la izquierda me felicitara por haber recibido de la derecha una condecoración que la primera nunca me ofreció. Pero lo más destacable es que, todavía hoy en día, en Francia, es muy difícil que te reconozcan como un intelectual de izquierdas si se te cataloga de filósofo analítico. De todos modos, el mundo político, ya sea de derechas o de izquierdas, no muestra demasiado criterio cuando se trata de elegir a sus intelectuales de referencia, que son más o menos los mismos que los de los medios de comunicación, y entre los cuales no hay muchas posibilidades de encontrar a un filósofo de mis características. Si te atreves a criticar duramente determinados aspectos de nuestras glorias nacionales como Althusser, Derrida, Deleuze, Lyotard, Foucault, Badiou, etc., cuya obra, supuestamente, determina qué significa ser de izquierdas en filosofía, no puedes ser, para sus admiradores incondicionales, más que un reaccionario o incluso un antipatriota.
Según su opinión, el análisis que hizo Karl Kraus del nazismo fue malinterpretado. ¿De qué modo?
Ésta es una pregunta que requeriría extenderse largamente; tan sólo diré que escribí un prólogo de 150 páginas para la traducción francesa de Dritte Walpurgisnacht. Los dos principales problemas de Kraus han sido: por un lado, que se ha malinterpretado su famosa frase «Sobre Hitler no se me ocurre nada», y por otro lado, que, en 1932, Kraus rompió con la socialdemocracia y en 1934 se alió con Dollfuss, porque creía que él encarnaba la última esperanza para Austria de evitar la anexión con la Alemania nazi. Todavía hoy en día, los prejuicios, el desconocimiento de la historia, la parcialidad y la mala fe hacen que, de forma absolutamente incomprensible para mí, se perdone antes la admiración que Heidegger sentía por Hitler y su adhesión explícita y prolongada al nazismo que el hecho de que Kraus se alineara al lado de Dollfuss. Kraus dijo: «El historiador no siempre es un profeta que mira hacia atrás, pero el periodista siempre es alguien que a toro pasado ya sabía de antemano».
¿Qué opina del sistema educativo en las universidades de Europa?
Desgraciadamente, no conozco de forma precisa cuál es la situación en las universidades europeas; en realidad, ni siquiera en la universidad francesa, ya que no imparto clases desde 1995, año en que fui elegido para el Collège de France. Sin embargo, me sorprende que la información filosófica circule poco, mal y normalmente en sentido único entre los países de la Europa occidental, ya que teóricamente están muy cerca los unos de los otros. Otra circunstancia que me preocupa y a la que soy particularmente sensible es el terrible fracaso de la democratización de la enseñanza superior, que para mi generación representaba una aspiración fundamental y un motivo de esperanza. En ese aspecto soy más bien pesimista; me parece muy posible que acabemos padeciendo todos los inconvenientes del sistema norteamericano y prácticamente ninguna de sus ventajas.
¿Alguno de los medios de comunicación actuales le merece respeto particularmente?
Me parece que para ser respetado, en primer lugar hay que comportarse de manera respetable. Creo que, en su caso, deberíamos sentirnos muy satisfechos si al menos se comportaran de forma más o menos aceptable, lo cual desgraciadamente no es el caso. En ciertos momentos sería de agradecer que los profesionales de la comunicación reconociesen, como algunos de ellos hacen a veces, que sólo son comerciantes que venden un producto un poco especial, en vez de repetir una y otra vez que cumplen con el deber sagrado de la información, servidora únicamente de la transparencia, la verdad y la moral. Como dijo Kraus: «Los hipócritas de la moral no son despreciables porque actúen de forma distinta de la que profesan, sino porque profesan algo distinto de lo que hacen. […] Que esa gente beba vino no es lo que habría desenmascarar, sino que prediquen el agua».
Bibiana Ripol

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