La herencia ética y estética de Simone de Beauvoir
Susana Carro Fernández
Schopenhauer, filósofo de la misantropía y la identidad femenina, afirmó «Las mujeres son el sexus sequior, el sexo segundo desde todos los puntos de vista, hecho para que esté a un lado y en un segundo término» (Schopenhauer, 1961: 378).
El argumento del «sexo segundo» utilizado por Schopenhauer en 1851 debía ser contestado por una mujer y así sucede cuando, en 1949, Simone de Beauvoir convierte la voz «segundo sexo» en el título de la obra canónica del feminismo. «No se nace mujer, se llega a serlo» (Beauvoir, 1987 II: 13); no hay naturaleza que se constituya como destino, sino sólo costumbres que, desde la infancia, moldean los roles de género y la jerarquía sexual. La sociedad, continúa Beauvoir, no define a las mujeres por sí mismas, sino como lo Otro del varón, la alteridad frente a lo esencial y absoluto. Mientras el hombre tiene el privilegio del acceso al ámbito público y puede afirmarse a través de los proyectos que en él desarrolla, la mujer «está encerrada en la comunidad conyugal», el hogar es el lugar donde su ser acontece, donde su vida cobra sentido y desde donde es definida. Desde esta perspectiva, el hogar adquiere un sentido cuasi ontológico: la mujer como «ser-en-su-casa» (Molina Petit, 1994: 135) frente al «ser-en-elmundo » heideggeriano.
Tal es la situación que la sociedad patriarcal crea para las mujeres; una situación que impide el ejercicio pleno de su trascendencia en la vida pública y la relega a la inmanencia. Situación infligida, impuesta y, por tanto, dirá Beauvoir, de opresión.
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