La National Gallery de Londres reúne desde hoy la mayor concentración de lienzos de Leonardo da Vinci, autorde apenas una veintena de cuadros
MUSEO DEL LOUVRE
La National Gallery de Londres abre al público hoy la que será sin duda una de las exposiciones de la temporada, una ocasión única en generaciones, según sus responsables, de detenerse en la faceta de pintor de Leonardo da Vinci, un genio total cuya inigualable aportación a las Artes queda a menudo diluida entre el ruido de sus invenciones, sus delirantes proyectos imposibles e inevitables teorías pseudo religiosas.
La exposición «Leonardo, pintor en la corte de Milán», reúne por primera vez 9 de los 15 lienzos atribuidos al artista florentino —Leonardo apenas pintó una veintena de cuadros— que se conservan en la actualidad. Y es histórica por varios motivos. Permite contemplar por primera vez, frente a frente, las dos versiones de «La Virgen de las Rocas» que pintó Da Vinci. El «Retrato de un músico» desconocido es el único retrato de hombre que se le conoce. Pero, sobre todo, tiene como estrella —con permiso de la bella «Dama del Armiño» y la inquietante «Belle Ferronnière», los otros dos retratos de la muestra— al último Da Vinci: un Cristo Salvador o «Salvator Mundi», que permanecía anónimo en una colección privada hasta su atribución este año al pintor florentino. «Esta exposición permite enfocar la atención en Leonardo como pintor. Él veía, registraba y pintaba, así funcionaba su cerebro», explicó ayer a la prensa Luke Syson, «curator» de la muestra, en la que ha trabajado durante más de cinco años.
En la corte de Sforza
Leonardo llegó a Milán de su Toscana natal en 1482, con 30 años. En su carta de presentación a Ludovico Sforza «El Moro», todopoderoso duque de Milán, el artista destaca sus maravillosas y aventuradas ideas en el campo de la ingeniería, y menciona sin tanta pasión que además sabe pintar. Permanecería en la corte de Sforza durante unos años cruciales en su carrera como persona y como artista, hasta que la invasión de las tropas francesas obligó a huir al duque en 1499. Dos décadas de fructífero encuentro entre un soberano «que buscaba un arte tan perfecto como su propio renacentismo» y un artista total «que quería representar el mundo de la manera más perfecta posible», según Syson. Así, el ideal de belleza según Leonardo queda codificado en «La Dama del Armiño», el retrato de la jovencísima amante de su benefactor, Cecilia Gallerani, y que está considerado como el primer retrato moderno por la calma interior y la mirada distraída de las que dota a la quinceañera. «Escucha, pero no habla», dijo ante el retrato un poeta de la época, Bernardo Bellincioni.
En «La Belle Ferronnière», Leonardo retrata a quien se cree que es la esposa del duque de Milán, en una composición inquietante en la que la representada se muestra distante y ensimismada. No hay sonrisa. No hay ideal de belleza, sino una barandilla que la separa del mundo. «Leonardo estaba fascinado por el funcionamiento del ojo y la vista, y este cuadro es fruto del intenso estudio de óptica que había hecho, con esas transiciones bellas y sutiles», explica a ABC Larry Keith, conservador principal de la pinacoteca londinense.
En esta etapa milanesa, Leonardo recibió los dos encargos más importantes de su carrera. En 1483, comienza a trabajar en «La Última Cena» para el monasterio de Santa María delle Grazie. Esta obra está presente en la muestra a través de la que es quizás la primera «fotografía» del mural, la copia coetánea y a escala real que pintó uno de sus discípulos, Giampietrino. En el centro, según algunas interpretaciones, el Rey de Reyes, es decir, el propio Ludovico Sforza, culminando el intenso maridaje entre dos fuerzas creadoras, a veces destructoras. Aquel mismo año, la Confraternidad de la Inmaculada de la Concepción milanesa encarga al pintor la «Virgen de las Rocas».
Las salas del museo londinense albergan más de 60 piezas de Leonardo, y abrazan los cuadros con 50 dibujos del artista (33 de ellos propiedad de la Reina de Inglaterra). El fascinante conjunto permite detenerse como nunca se había podido en el laborioso trabajo de investigación de Leonardo, que plaga de notas —escritas en su legendaria escritura inversa— sus estudios sobre anatomía, el sistema nervioso, la vestimenta de un ángel o las patas de un perro. Destaca por su belleza el estudio de «Cabeza de mujer», realizado por el artista para la «Madonna Litta», otro de los cuadros expuestos en este privilegiado viaje a las esencias pictóricas del genio de genios y del que sobran quizás los numerosos cuadros de discípulos de Leonardo incluidos en la muestra.
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