La ciudad y sus fronteras más literarias
Históricamente considerada como una estratégica encrucijada de caminos, la ciudad adriática de Trieste (Italia) esconde numerosas historias donde las relaciones humanas y las fronteras –en su más amplia acepción– son las protagonistas fundamentales. El Centre de Cultura Contemporània de Barcelona presenta hasta el 17 de julio una exposición que indaga en las relaciones de esta ciudad con escritores como Claudio Magris. texto NICOLETTA DE BONI fotos CCCB
El viento que más temían los antiguos griegos era el del norte: Bóreas. Según las representaciones mitológicas, se trataba de un hombre barbudo, con una melena revuelta y las mejillas hinchadas en el acto de soplar.
En la ciudad de Trieste, en el extremo noreste de Italia, sopla un viento que, aunque no rapte a las jóvenes como narra la historia de Bóreas y Oritía, tiene un nombre parecido, Bora, en referencia al viento septentrional, boreal; llega desde el este o el noreste y zarandea las existencias de la gente con ráfagas secas y repentinas, que los triestinos llaman refoli.
De la bora habla Giani Stuparich, el autor triestino de La isla, que la recuerda como un movimiento de renovación que baja desde las colinas y llega hasta el mar, llevando consigo olores de pinos y piedras y devolviendo a la ciudad colores límpidos y tersos. En años más recientes, otro escritor triestino, Mauro Covacich, en su guía Trieste sottosopra (que podría traducirse por “Trieste, patas arriba”), define la bora como “una perfecta síntesis del espíritu de la ciudad”, porque, explica el autor, nace del encuentro entre un clima nórdico y otro mediterráneo, al estar situado Trieste entre la extrem
idad de un mar caliente y, tierra adentro, el frío altiplano del Carso.
La descripción de la bora que propone Covacich es útil para profundizar en más aspectos de la ciudad; sus palabras nos sugieren otras, como contrastes, contradicciones, fronteras, de las que no se puede prescindir en el momento de narrar esta tierra.
Dicotomía fronteriza
Al hablar de fronteras y Trieste, el nombre que sin duda cabe pronunciar es el de Claudio Magris, cuya literatura no existiría sin los conceptos de arraigo y desarraigo, alteridad, frontera. Sus páginas literarias, desde Danubio a Microcosmos, desde Utopía y desencanto a Otro mar, estudian la relación entre el ser humano y la frontera, sea ésta personal, geográfica, cultural o temporal, e investigan los recorridos de acercamiento o alejamiento respecto a ella. Magris define algunas de las obras maestras de la literatura mitteleuropea como “un diccionario o enciclopedia de la vida”; en cambio, su literatura representa un gran atlas de la humanidad donde los límites, si bien marcados, consiguen convertirse en una pertenencia universal, gracias a un cuidado análisis del vaivén entre los microcosmos y el macrocosmos.
En Utopía y desencanto, el autor recuerda el peso que tuvieron las fronteras en su infancia y adolescencia, el viaje postbélico del los exiliados italianos de Istria y el de los italianos comunistas y estalinistas, primero hacia Yugoslavia, y luego hacia los gulags de Tito, lugares de los que también ha hablado en Isola nuda la escritora serbia Dunja Badnjievi.
En su reflexión sobre las cuestiones fronterizas, Magris afirma: “La frontera es doble, ambigua; en unas ocasiones es un puente para encontrar al otro y en otras una barrera para rechazarlo. (…) La literatura, entre otras cosas, es también un viaje en busca de la refutación de ese mito del otro lado (…) Hay ciudades que se hallan en la frontera y otras que tienen las fronteras dentro y están constituidas por ellas”.
Existe un pequeño libro de Trieste, publicado en 1951, que recoge veintiuna impresiones sobre la ciudad escritas entre 1793 y 1887; entre ellas se encuentra una del emperador de México, Maximiliano, que aprecia, al bajar desde el Norte, el maravilloso panorama sobre la ciudad: la vista sobre el mar, las viñas y el clima que poco a poco se hace más templado. Es el mismo paisaje que fascina a escritores nórdicos como Hans Christian Andersen y Henrik Ibsen. En el volumen se recogen también los recuerdos de Sir Richard Burton, diplomático inglés, explorador, estudioso orientalista y traductor de Las mil y una noches y el Kama Sutra. Su biografía, relatada por su esposa Isabel, nos reconduce a la Trieste de la segunda mitad del siglo XIX, ciudad poblada por eslavos, italianos, austriacos, ingleses, judíos y griegos, en la que se habla una amplia diversidad de idiomas.
La nación “triestina”
Hoy en día, en Trieste se habla el italiano, el esloveno y el dialecto triestino. Uno de los representantes de la minoría eslovena es el escritor Boris Pahor, testigo, con su novela autobiográfica Necrópolis, de los horrores perpetrados en los campos de concentración. Los temas tratados por Pahor en algunas de sus obras están tristemente relacionados con la historia de Trieste, ciudad que desgraciadamente puede lucir la presencia, en su territorio, de la Risiera di San Sabba, el único campo de concentración nazi en Italia, y de la Foiba di Basovizza; el término foiba indica las profundas cavidades de las rocas del Carso, donde fueron arrojados miles de italianos, eslovenos y croatas, exfascistas o anticomunistas.
Aunque entre las más antiguas de aquéllas veintiuna reflexiones recopiladas se hable de Trieste sobre todo como de un lugar de cruce y encuentro de varias culturas, la biografía decimonónica de Burton apunta que lo que constituye la ruina de la ciudad es su política estéril y remarca la distancia entre austriacos e italianos, recordando las revueltas y bombardeos de los italianissimi en la segunda mitad del XIX. Claudio Magris y Angelo Ara en Trieste. Una identidad de frontera subrayan cómo la ciudad deja de ser un “archipiélago y crisol de culturas” a partir del 1848, cuando empiezan las luchas nacionales y termina “la etapa de aquella ‘nación triestina’ que hasta ese momento había concebido su italianidad como elemento cultural, mientras que ahora empezaba a sentirla como un objetivo político”.
En 1861, año de unificación de la cercana Italia, nace en Trieste Italo Svevo, el escritor que en 1919 empezaría La conciencia de Zeno, la obra con la que dará prueba, citando nuevamente a Magris, de “una pasión analítica que disgrega toda unidad con el ánimo de crear un diccionario universal de la vida”. Uno de los conciudadanos con los que Svevo suele consultar acerca de sus escrituras es su profesor de inglés, James Joyce. En la ciudad que, según él mismo afirma, “le había comido el hígado”, el escritor irlandés vive impartiendo clases de inglés, hablando el dialecto triestino, frecuentando las tabernas y el Cafè San Marco, uno de los microcosmos relatados por Magris, y empezando a escribir los capítulos del Ulises.
Antiguo puerto del imperio austro-húngaro y, hasta años más recientes, verdadera puerta de entrada a Oriente, al Este o, mirándola desde el otro lado, frontera que había que cruzar para alcanzar Occidente, la ciudad de Trieste es un lugar donde se entiende lo importante que puede llegar a ser precisamente para una tierra fronteriza, de varias pertenencias o abandonos como ésta, un proceso de búsqueda de una identidad y de un nombre, y un idioma en el que pronunciarlo, para su propia casa y hogar.
En realidad, Magris afirma que la “triestinidad” encuentra su verdadera patria en la literatura y que, quizás por eso, Trieste es, más que cualquier otra ciudad, su literatura.
Escritores en el filo
Es la definición más usada para hablar de los autores triestinos, y sus biografías explican el porqué; entre ellas, hay que recordar la del novelista Fulvio Tomizza que, nacido italiano en tierras actualmente croatas, se muda en los años 1950 a Trieste. Pocos años antes, el tratado firmado tras la Segunda Guerra Mundial había establecido los límites del Territorio Libero, una zona neutral gobernada por los militares aliados (A) y por los militares yugoslavos (B). En 1954, la zona A y la zona B pasan, provisional y respectivamente, a Italia y Yugoslavia, y sólo más de veinte años más tarde se declara definitiva aquella división. Mientras tanto, en 1960, el nombre del pueblo de origen de Tomizza, situado en la península istriana, se convierte en el título de su primera, y preciosa, novela: Materada.
Nos encontramos en Trieste, ciudad que “tiene una arisca / gracia” y “donde las tristezas son muchas, / y las bellezas de cielo y de barriada”, escribe de ella su poeta Umberto Saba. Estamos en la Piazza dell’Unità d’Italia, frente al mar Adriático, y la mente se traslada a la Praça do Comercio de Lisboa, con la que parece compartir ciertos rasgos, quizás porque ella también se halla, una vez más, en otra y distinta frontera. Sin embargo, estamos aquí: en la parte más oriental de Italia, en la parte más nórdica de las tierras adriáticas, en la parte más meridional de los ex territorios austrohúngaros y más occidental del Este de antaño, al lado de Eslovenia y Croacia. ¿Lejos de dónde, cerca de qué?
No hay comentarios:
Publicar un comentario