El peso de la
mediocridad
La universidad es
fiel reflejo de la sociedad, que desprecia el conocimiento
JULIÁN CASANOVA 26
MAY 2013 –
La universidad y la
investigación no forman parte de nuestro orgullo patrio. Sólo la fama, que
alcanzan por ejemplo algunos futbolistas y personajes de insulto fácil, parece
producir dinero y la investigación científica, al no poseer valor comercial,
recoge indiferencia.
Ahora salen a menudo
a la luz noticias sobre la fuga de talentos y la emigración de jóvenes
científicos a países con más recursos y mejores oportunidades. Y es verdad que
la crisis y los recortes pueden destruir centros de investigación que costó
mucho levantar y bloquear la necesaria renovación. Pero la universidad y la
investigación son el fiel reflejo de la sociedad y no pueden ser una isla de
excelencia en un mar de mediocridad y de desprecio al conocimiento. Y de eso
hay mucho entre nosotros y especialmente entre los privilegiados que nos
gobiernan.
La enseñanza y la
investigación son las dos funciones básicas y complementarias de la universidad
y es muy difícil enseñar en el nivel universitario sin las ideas y hallazgos
proporcionados por la investigación. Las universidades españolas, sin embargo,
no necesitan competir para conseguir los mejores profesores e investigadores.
La mayoría de los profesores, además, somos funcionarios con puestos vitalicios
y se suele llegar a esa meta en la ciudad propia, con los amigos bien cerca,
ante los que nunca hay nada que demostrar. Cuando había dinero y los contratos
abundaban, era poco común incorporar a gente de fuera, rivalizar por los
mejores, seleccionar al personal sobre la base del mérito y de la calidad. La
excelencia, el mejor candidato, siempre estaba, casualmente, en la universidad
o centro de investigación que convocaba la plaza. No hace falta insistir sobre
las consecuencias negativas de la endogamia y el anquilosamiento que ha
generado.
El mejor candidato
siempre estaba, casualmente, en el centro que convocaba la plaza
¿Cuánto dinero se
invirtió –derrochó- siguiendo esa idea asombrosa y peregrina, defendida con
ahínco por los alcaldes y políticos locales, de que cada capital de provincia
debía tener su universidad, con campus, si era menester, en otros pueblos de la
región? Lo de menos era saber si podía haber en esos lugares buenos profesores,
buenas bibliotecas y laboratorios y estudiantes en el futuro. Era una mirada a
corto plazo, para obtener beneficios políticos inmediatos, con un
desconocimiento absoluto de lo que significaba organizar una universidad. Sin
financiación y sin buenos servicios, con bibliotecas y laboratorios
rudimentarios, no hay universidad. Es una caricatura.
Hace unos días nos
enteramos de que el Rey renunciaba a disfrutar del Fortuna y los medios de
comunicación recordaban los 3.500 millones de pesetas que costó ese yate,
aportados por el gobierno balear y por un grupo de empresarios. Era el año
2000. Todo parecía normal. Pero en España, los mismos empresarios que
recolectan todo el dinero del mundo para un lujoso objeto de recreo, son
incapaces de financiar investigación, desarrollo y aportar medios, con similar
espíritu filantrópico, a la educación. Se echa toda la culpa a los políticos,
el objetivo más fácil, que, efectivamente, regatean todo el prepuesto que
pueden a la universidad y a la investigación, e interfieren, a golpe de decreto
y reforma de las reformas, en el gobierno de los centros de enseñanza superior.
Poco se exige, no obstante, de un sistema empresarial y financiero montado para
el beneficio fácil y el pelotazo. Una manifestación más del desprecio que este
país muestra hacia la investigación y los méritos obtenidos a través del
estudio.
Los empresarios
capaces de recolectar dinero para el yate del Rey son incapaces de financiar investigación
La tan cacareada
marca España, en suma, nunca ha tenido que ver nada con la investigación y la
educación, que deberían ser tratadas con más medios y esmero, con la vista a
largo plazo y no para recoger sólo frutos inmediatos. Para sobrevivir, cualquier
órgano o institución social necesita que los jóvenes reemplacen a los mayores,
que surjan nuevas voces en la elaboración de ideas y alternativas. Se habla
mucho de los que se van a Alemania, de la generación más preparada, pero se
olvida que la formación es otra cosa, que no sólo consiste en adquirir crédito
profesional a través de un título.
La educación
significa el desarrollo integral de los individuos, más allá de la preparación
profesional y las consideraciones materiales, algo que incluye necesariamente
comprender la naturaleza de las cosas y el mundo que nos rodea. La educación es
una guía imprescindible para captar los entresijos de la sociedad tan compleja
que hemos creado y revisar, con el auxilio de la investigación exhaustiva, las
ideas aceptadas. Los estudiantes españoles son, en general, muy poco exigentes
y para una buena parte de ellos, la universidad es una continuación del
Bachillerato: hacen decenas de exámenes, en los que reproducen los contenidos
adquiridos en clase, con varias convocatorias para aprobar una asignatura;
raramente intervienen en seminarios o debates orientados por profesores y su
conocimiento de otras lenguas y culturas es bastante deficiente.
Y aunque en la
educación y en la investigación no se encuentran la solución a todos los males
sociales, la buena formación intelectual y profesional siempre ha identificado
a las sociedades más avanzadas. No puede haber entre nosotros mucha nostalgia
por tiempos pasados mejores, porque ahí están los resultados, pero con los actuales
gobernantes, los recortes y sus maravillosas recetas para salir de la crisis,
hay todavía menos razones para el optimismo.
Julián Casanova es
catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza.
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