Nuestros Gobiernos
quieren convertir las universidades en un territorio de pensamiento yermo
y sin opinión
crítica
JORDI MATAS DALMASES
25 MAY 2013
En el informe
Universidad 2000, dirigido por Josep Maria Bricall hace más de una década, se
afirmaba que “la Universidad forma parte de la sociedad, comparte sus
aspiraciones y sus dificultades, y es un lugar privilegiado para plantear y
ayudar a la resolución de problemas sociales”. El profesor Bricall consideraba
que “la Universidad no se debe contentar con adaptarse de forma pasiva a la
evolución social, sino que debe tomar parte activa en la misma en estrecho
diálogo y cooperación con las demás entidades sociales, económicas, culturales
y políticas”. Un diálogo basado en “el estudio de problemas y la sugerencia de
respuestas, el intercambio de formación, la movilización de la sociedad y el
compromiso de poner en práctica las acciones que puedan acordarse
colectivamente”.
En un contexto de
crisis económica, política, institucional, social y de valores, la relectura de
estas reflexiones de Bricall nos lleva a cuestionar si las universidades están
cumpliendo su función de poner el conocimiento al servicio del progreso social
y de ser foro de debate para tratar de buscar alternativas a las dificultades
sociales. ¿Se han celebrado congresos, convenciones, conferencias o simposios
universitarios para analizar a fondo, de manera interdisciplinaria, nuestra crisis
sistémica? ¿Se aportan desde las universidades ideas y propuestas eficaces para
cambiar el rumbo de las políticas erráticas de nuestros Gobiernos?
Desgraciadamente, nuestras universidades están cada vez más aisladas, más
replegadas en sí mismas y son incapaces de colaborar activamente en la
resolución de los dilemas sociales.
Muchos profesores e
investigadores universitarios están más pendientes de la burocracia
universitaria que de dedicar esfuerzos a resolver los efectos de las crisis
poliédricas
Las políticas
universitarias impulsadas por los Gobiernos español y catalán están
transformando las universidades en centros escolares de formación
multidisciplinar con un profesorado mayoritariamente dócil, obediente, acrítico
e intelectualmente desarmado. El discurso oficial de la innovación, el
emprendimiento, la gobernanza y la excelencia universitaria contrasta con la
inexistencia de indicadores y datos sobre la contribución de las universidades
al desarrollo social y cultural.
Las políticas
universitarias crean una imagen ilusoria que mantiene nuestro sistema
universitario en lo alto de una ficticia torre de marfil mirando con desdén el
drama cotidiano causado por la crisis terrenal. Nuestros Gobiernos quieren
convertir las universidades en un territorio de pensamiento yermo y estéril,
sin opinión crítica ni capacidad para rebelarse. Y las universidades asienten.
Y sus consejos sociales, que deberían cuidar y fortalecer las relaciones entre
la Universidad y la sociedad, también.
Muchos profesores e
investigadores universitarios están más pendientes de la burocracia
universitaria, derivada de una mala aplicación del llamado Proceso de Bolonia y
de una supuesta modernización pedagógica, que de dedicar esfuerzos a resolver o
amortiguar los efectos de las crisis poliédricas. Otros se desviven siguiendo
las absurdas pautas de un currículum universitario oficial que genera una
obsesión colectiva por publicar en revistas científicas de impacto incierto y
que, en cambio, menosprecia el trabajo universitario (cualquiera que sea su
formato) destinado a producir un impacto social real y positivo. Y también
están los que concentran su actividad en ganar dinero extra participando en
tertulias que banalizan la reflexión científica y que a menudo convierten al
buen investigador en charlatán dogmático.
¿Dónde está el
diálogo y la cooperación de la Universidad con las entidades sociales y
políticas que ya reclamaba el informe Universidad 2000? ¿Dónde está el
compromiso de las universidades para mejorar el funcionamiento de nuestra
democracia y contribuir al bienestar social? ¿Dónde está la conexión de la
actividad científica con los problemas y las inquietudes sociales? ¿Dónde está
la identidad de la Universidad? Nos hallamos ante un preocupante estado de
somnolencia universitaria. Las universidades han dejado de ser el motor del
progreso social y participan de una apatía colectiva que alimenta actitudes de
resignación y sometimiento. Hay que reaccionar inmediatamente, generar ideas y
recuperar la capacidad transformadora del pensamiento crítico.
Jordi Matas
Dalmaseses catedrático de Ciencia Política de la UB.
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