La Postmodernidad en Tres Novelas
Mario Bellatín
Por: Miguel Ildefonso
Por: Miguel Ildefonso
Mario Bellatin, (México, 1960) estudió en Lima (Perú) Teología y Ciencias de la Comunicación, e inició su carrera literaria con la publicación de Mujeres de sal (1986). En Cuba siguió cursos de guión cinematográfico en el taller de García Márquez. Nuevamente en Lima publicó las novelas breves Efecto invernadero (1992), Canon perpetuo (1993) y Salón de belleza (1994). Estas tres últimas novelas fueron publicadas, en 1995, en un sólo volumen por la Editorial El Santo Oficio, bajo el título de Tres novelas (1995). El libro que vamos a tratar sigue un orden cronológico a la inversa; o sea, empieza con Salón de belleza y termina con Efecto invernadero.
El propósito del presente trabajo es encontrar algunos rasgos que caracterizan el planteamiento de la posmodernidad en Tres novelas de Mario Bellatin. Tales rasgos son: el cuestionamiento canónico a los escritores anteriores, que en el caso Latinoamericano de Bellatin está referido a los escritores del Boom. La desacralización del discurso de la Modernidad también es importante, así como mostrar la crisis de la utopía, o en otras palabras la falta de fe en un progreso histórico (que, en lo literario, impide que la novela se plantee trascendentalmente como un reordenamiento de la realidad). La imposibilidad de llegar a la verdad histórica es otro rasgo importante que está presente en la narrativa de Bellatin.
Aunque no haya estado incluido con un cuento, Bellatin pertenece a la generación de jóvenes narradores que surgieron en los años noventas con la provocadora antología que se tituló McOndo, dirigida por el escritor chileno Alberto Fuguet. En sus declaraciones en entrevistas y ponencias Bellatin siempre ha declarado estar a favor de la independencia del escritor y de la obra literaria respecto a su sociedad. Esto marca desde el inicio de su carrera una diferencia importante con los escritores anteriores. También es una manera de quitarse de encima (sin la irreverencia de McOndo) el peso de los escritores del Boom. Más que una declaración de independencia, libertad, o de rechazo al compromiso ético del escritor respecto a su sociedad, Bellatin ha hecho de esta postura el punto de partida de un estilo de fabulación que le ha dado una personalidad propia en la nueva narrativa Latinoamericana.
Podemos señalar que sus novelas apuntan, por un lado, a la generalización de los personajes y, por otro, a indagar en los detalles y las particularidades de ciertos espacios. Para ello se sirve de un lenguaje sencillo, directo, minimalista, pero capaz de transformar algunos signos recurrentes (peces, voz, cuaderno, acuarios, peluquería, Casa, etc.) en símbolos. La frialdad para tratar los temas más escabrosos y sórdidos es otra de las características de Bellatin. Estas descripciones claras y mínimas, de escasa adjetivización, apuntando a lo esencial de las acciones, consiguen dar ese efecto de objetividad y desapasionamiento en sus historias.
Algo importante también es que, como ha dicho el mismo Bellatin en declaraciones, las historias de sus novelas les surgen a partir de una imagen, que en el desarrollo de la historia se ha de transformar en símbolo. Trabajar con este método le exige, por tanto, desarrollar ideas. Estas ideas (estéticas, sexuales, políticas, religiosas, etc.) son confrontadas por sus jerarquías que se establecen a través de los personajes, o sea por su posición en el mundo, por su rango de poder y tolerancia.
Algo importante también es que, como ha dicho el mismo Bellatin en declaraciones, las historias de sus novelas les surgen a partir de una imagen, que en el desarrollo de la historia se ha de transformar en símbolo. Trabajar con este método le exige, por tanto, desarrollar ideas. Estas ideas (estéticas, sexuales, políticas, religiosas, etc.) son confrontadas por sus jerarquías que se establecen a través de los personajes, o sea por su posición en el mundo, por su rango de poder y tolerancia.
Por eso podemos decir que en sus narraciones hay un planteamiento polifónico, pero no a través de una relación dialógica (como encuentra Baktin en obras como la de Dostoievski) sino a través del planteamiento general de la realidad, planteamiento que igualmente nunca llega a resolverse. Por ejemplo, y para señalar los más importantes conflictos, en Salón se confronta el peluquero con las monjas o con los vecinos del barrio. En Canon, Nuestra Señora con la presidenta del edificio o con la Casa. En Efecto, Antonio con la Madre.
Susan Sontag afirma que “todo estilo comporta una decisión epistemológica, una interpretación de cómo y qué percibimos” (49). Bellatin, que no cree que la novela pueda o deba reordenar el mundo, crea un estilo transparente con el propósito de dar un efecto de objetividad de la realidad. Estilo transparente significa falta de intervención moral del autor y/o del narrador en la historia que trata, a pesar de que sí se puede encontrar una aparente compenetración sentimental con ciertos personajes. Sontag nos dice también que “todo estilo es un medio de insistir sobre algo” (50), y es por ello que podemos comprender la insistencia de Bellatin en ciertos aspectos de la realidad (la degeneración del cuerpo, lo grotesco, la marginalidad, etc.) que ya veremos al analizar las tres novelas.
Lo que marca la diferencia en el tratamiento de estos temas (la muerte en Efecto invernadero, el mal en Canon perpetuo, la peste en Salón de belleza) con un naturalismo tradicional es, como decía Georg Lukács respecto a las novelas de Kafka: “Kafka es uno de los escritores vanguardista cuya concepción del detalle es selectiva, acentuando sensiblemente lo esencial; no es, pues, naturalista” (65). Y es que, aunque no sea “vanguardista”, Bellatin tiene muchas coincidencias con el estilo del escritor checo (por ejemplo, el de envolvernos en un mundo sin leyes o el de no dar nombres de los protagonistas). Otro aspecto es la tendencia a la no referencialidad a una determinada sociedad, esto lo hace, como se señaló antes, mediante la metaforización o simbolización. Al mismo tiempo, Bellatin, al tratar estos temas, no crea un héroe “positivo”, que no duda, que atienda más al “progreso” (al esfuerzo colectivo de la humanidad) que a su yo. Sus personajes sólo buscan (si es que de verdad “buscan”), como veremos más adelante, la salvación individual; salvación nada trascendental (no religiosa, no histórica, no colectiva, etc.), sino más bien de un tipo que podemos llamar poética. Tampoco, en el otro extremo, llega al punto de un Robbe-Grillet, que arroja por la borda a personajes, hasta a la misma intriga de la historia, y que no describe ningún sentimiento, quedándose solamente en la superficie del mundo.
Esta “salvación” poética (llamémosla así) en el discurso posmoderno se puede entender por la quiebra del concepto absoluto de verdad. Es así como se concibe, desde este enfoque, que los personajes protagónicos de Bellatin no buscan otra cosa más que un concepto personal de verdad. Sobre esto Vattimo nos dice:
“se trata antes bien de abrirse a una concepción no metafísica de la verdad, que la interprete, no tanto partiendo del modelo positivo del saber científico como (de conformidad con la proposición característica de la hermenéutica), partiendo de la experiencia del arte y del modelo de la retórica por ejemplo” (6).
Los temas del arte y la belleza están presentes, frente a la crisis del positivismo científico, en las tres novelas dándonos una pista para entender la solución (o la sin salida) al drama de las historias. La belleza de los peces y el cuidado que les brinda el peluquero en Salón, por ejemplo. O las lecturas clandestinas de Thomas Mann y José Lezama Lima, y el grupo poético Paideia, en Canon. O la poesía, la pintura y el ballet, en Efecto.
Esto último no quiere indicar que nos encontramos por el camino de un neoromanticismo. Las historias que cuenta Bellatin parten de la ausencia de una historia colectiva; de personas que, aunque no encajan en el mundo, no buscan cambiarlo tampoco. En Canon perpetuo se desarrolla más este tema al tomar la idea de la historia colectiva como la fuerza totalitaria que le roba la identidad a la protagonista. Lyotard profundiza este fenómeno de la posmodernidad:
“¿cómo pueden seguir siendo creíbles los grandes relatos de legitimación? Esto no quiere decir que no hay relato que no pueda ser ya creíble. Por metarrelato o gran relato, entiendo precisamente las narraciones que tienen función legitimante o legitimatoria. Su decadencia no impide que existan millares de historias, pequeñas o no pequeñas, que continúen tramando el tejido de la vida cotidiana.” (8)
Por otro lado, algunas ideas sobre lo posmoderno, que hallamos en estas tres novelas, las da Juan Manuel Vera: “la utopía predica una sociedad inmaculada, un mundo perfecto que genera la esperanza en un futuro esplendoroso y fomenta el delirio de dar sentido al ser. No en vano utopía significa ningún lugar.” (2) El mundo de las novelas de Bellatin está marcado por la muerte de la utopía. Si el éxito de la utopía se debía a su capacidad para expresar una protesta de la subjetividad, un deseo inalcanzable e ilimitado de otra cosa, y a la vez, la fe en el destino, en el progreso, en la historia; en Bellatin no vemos más que el fracaso de la utopía, su incapacidad de expresar una protesta de la subjetividad que considere que es posible dar un sentido a la existencia humana y dotar de una justificación trascendente a esa subjetividad que se piensa a sí misma: una falta de fe.
El protagonista del salón de belleza, mediante los peces (el mundo natural); Nuestra Mujer, queriendo oír la voz de su infancia; y Antonio, planeando su “entierro” en manos de La Madre, son metáforas de esa utopía frustrada que, por científica que sea su base, es, en su descripción del futuro, un sueño inconsciente de un retorno al paraíso. Siguiendo esta idea, Juan Manuel Vera nos habla de lo disutópico, concepto que estaría más cercano al mundo ficcional de Bellatin: “Mientras toda utopía, incluso la apocalíptica, define un mundo estático, final, lo disutópico concibe siempre un mañana conflictual, abierto, sometido a las decisiones humanas. Todo futuro implica incertidumbre. El futuro está formado por múltiples e inimaginables posibilidades.” (6)
Es por eso que no hay un final propiamente dicho en las historias de Bellatin. Lo que se hace más bien con las historias es restarles la importancia del fin. Fin, que de existir daría la apariencia de haber un sentido trascendental en los hechos que ocurren o en las acciones de los personajes. Por ello es que el peluquero travesti de Salón de belleza, que era hombre de acción, termina preocupándose inútilmente, en su convalecencia, del destino de su ex-peluquería convertida en Moridero. Nuestra Mujer (de Canon) termina caminando “despacio y sin rumbo” en un mundo irracional o absurdo. La Amiga (de Efecto) al final, en el diálogo con La Madre, se da cuenta que el final de Antonio no había sucedido en su muerte real sino mucho antes, en su infancia (o aún más atrás, tal vez, antes de nacer). Para cerrar esta idea citamos otro párrafo de Juan Manuel Vera:
En lo disutópico planea permanentemente la idea de la ruptura con el destino, mirando la historia como un cementerio de posibilidades que se podían haber llevado a presentes mejores o, tal vez, mucho peores. Negando que exista un curso prefijado de las cosas, se asume con más claridad la soledad de los hombres frente a sí mismos. Desde esa concepción disutópica, la sociedad presente no es el mejor de los mundos, pero tampoco necesariamente mejor o peor que los futuros posibles. (6)
Los personajes de las historias de Bellatin son vestigios, en el sentido que le da a
la palabra Jacques Derrida, que considera que todo retrato es un vestigio, una ruina (y sobre esto veremos que Bellatin lo desarrolla conjuntamente con el tema de los cuerpos). Tanto el peluquero, Nuestra Mujer y Antonio ya no son los de antes, sino la ruina aún viva de lo que fueron. Podemos señalar, antes de entrar a analizar algunos detalles de las novelas, que la sicología de los personajes parte del pensamiento posmoderno que a decir de Yolanda Angulo Parra se da de la siguiente manera:
“El pensamiento posmoderno, pensamiento de la sospecha, legado de Nietzsche, reacciona frente a los más fuertes supuestos de la modernidad, y florece así marcado por una clase peculiar de escepticismo, casi siempre pesimista, que lo aleja del maestro. La translucidez del espejo del conocimiento es puesta en tela de juicio por Nietzsche más que por ningún otro, al introducir la mirada perspectivista, en lugar del Ojo omnisciente, de ahí que el pensamiento, denominado posmoderno, duda de ese espacio interior de acceso privilegiado, denominado “mente” y de que la verdad esté ahí fuera para ser aprehendida por el sujeto (escepticismo epistemológico); duda de la existencia de esencias y universales (escepticismo ontológico); duda de que haya naturaleza humana eterna e inmutable, de la ‘creencia en una estructura estable del ser que rige el devenir y da sentido al conocimiento y normas de conducta’ (escepticismo metafísico); duda de la función de los grandes relatos y de la posibilidad de un gran proyecto emancipador de la humanidad (escepticismo político); duda de la posibilidad de una ética universal fundamentada sobre sólidas bases epistemológicas, antropológicas y ontológicas (escepticismo ético). (4)
Salón de Belleza
En Salón de belleza se cuentan tres historias: la de un peluquero travesti en la fase terminal de una enfermedad que no se dice cuál es, pero que, por los síntomas y el contexto, se supone que es el SIDA; también es la historia del Moridero y de los acuarios. Narrada en primera persona, las historias se vuelcan, poco a poco, cada vez más a priorizar ciertos espacios (el espacio del cuerpo decrépito del peluquero, el espacio de los acuarios descuidados, el espacio de la peluquería convertida en Moridero). El Moridero, que es un sitio adonde van a morir las víctimas de esta innombrable peste, se convierte en la gran metáfora de un mundo decadente, en el que las reglas inventadas por el peluquero están regidas por la resignación, por la inminencia de la muerte y por la indiferencia de hallarles una justificación trascendental.
Como metáfora de la vida que se extingue, atacada por un mal incurable, están las peceras, a las que el peluquero les brinda tanto cuidado como a los desahuciados. Para el protagonista no hay mayor diferencia entre ambos, no hay una jerarquía de tipo moral entre estas criaturas a las que sólo se limita ver cómo van perdiendo su belleza. Todo lo hace sin ningún cuestionamiento moral. La evolución del mal en los enfermos, a quienes desinteresadamente, altruistamente, ayuda a sobrepasar la agonía y no morir solos, se canaliza en él, atacado también por la enfermedad, no directamente sino a través de los peces.
“Desde entonces y por las tristes historias que me contaban, me nació la compasión de recoger a alguno que otro compañero herido que no tenía dónde recurrir. Tal vez de esa manera se fue formando este triste Moridero que tengo la desgracia de regentar. Pero volviendo a los peces, pronto me aburrí de tener exclusivamente Guppys y Carpas Doradas.” (14)
Es así, que en los espejos de la peluquería parece ser que el travesti peluquero es el único que no se refleja. La enfermedad en él es vista por medio de la belleza moribunda de los peces. Los peces simbolizan la belleza de la vida y, a su vez, la encarnación de la muerte. Todo está siendo atacado por el mal, la peluquería, los cuerpos de las víctimas humanas, el agua de las peceras y los peces. La corrupción es inevitable y está generalizada.
La razón del peluquero travesti de ayudarlos a morir decentemente, “para morir en compañía” (24), es una razón más que ética, estética. De ahí que no acepte la compasión cristiana de las monjas por un lado, y de ahí también, por otro, que tenga el rechazo de los vecinos del barrio. Aceptar la ayuda de las monjas sería darle una finalidad al Moridero que él considera inútil. Una finalidad cristiana, de creer en un más allá, o peor aún de darle la falsa ilusión a los pacientes de la posibilidad de un milagro de curarse. El peluquero lo entendió así al principio, cuando quiso rescatar de lo inevitable a un enfermo: “Hicimos algunas colectas entre los amigos para comprar las medicinas, que eran sumamente caras. Todo fue inútil. Más fue el desgaste físico y moral que aquel tratamiento le causó al enfermo como a los que estábamos alrededor. La conclusión fue simple. El mal no tenía cura.” (55)
Lo que lo motiva, entonces, es la misma razón que tiene para seguir criando peces en una peluquería que ya ha perdido su original función. El travestismo o el maquillaje es su arte y la manera de enfrentar a la muerte, de ocultar el dolor. La vida es belleza para el peluquero, y la belleza es lo contrario al dolor y al sufrimiento. No le preocupa que la muerte sea el fin, sino la manera como llega, la manera de hacer horrible lo que antes era bello. Por eso cree que puede vencer a la muerte quitándole a ella (ocultándola mejor dicho) todo el dolor posible y su sufrimiento.
Canon Perpetuo
Canon Perpetuo es la historia de Nuestra Mujer en una sociedad perteneciente a un sistema dictatorial, totalitario, que, aunque no se diga a qué país pertenece, se puede concluir que es la Cuba actual. La historia empieza con el hurto que hace Nuestra Señora durante una entrevista a un líder extranjero. Los agentes de seguridad vieron que ella se guardó un par de aretes que había sobre la mesa principal. Esto ocasionó su despido de la agencia de Noticias para la que trabajaba. También hay otro acontecimiento que nos mantiene en suspenso hasta el final: la misteriosa llamada de la aún más misteriosa Casa adonde ella va al final para escuchar la voz de su infancia.
Esta novela es la que más nos hace recordar a Franz Kafka. Canon nos presenta una sociedad jerarquerizada por un poder que no se devela, pero que es capaz de penetrar en lo más profundo de sus habitantes para dirigirlos hasta hacerles perder su identidad y convertirlos en seres absurdos. En el breve tiempo en que transcurre la historia, Nuestra Mujer mata a la “presidenta”, la administradora del precario edificio donde vive, se reúne con “su amiga” en una sesión clandestina de poetas que tratan de crear un lenguaje nuevo y finalmente va a esa extraña Casa, que por “equivocación” la había llamado.
Todos los extraños sucesos que se presentan en el edificio viejo y miserable son menos sorprendentes que los personajes que lo habitan. El irracionalismo que marca las vidas de estas personas está íntimamente unido, o es una consecuencia del automatismo del sistema que los crea. Nuestra Mujer, y todos los personajes a los que la falta de nombres propios enfatiza su carencia de identidad, son seres incapaces ya de sentir lo aplastante de ese poder que los rige. La protagonista contempla su cuerpo deteriorado. En el baño intenta recobrar la sensualidad perdida, pero sólo comprueba su total incapacidad de recobrarla. Ya no es un cuerpo propio en el presente vivo al que baña con la escasa agua que se dispone, por lo tanto ya no hay sensualidad.
Los que tal vez buscan recobrar la propia identidad y el espacio de libertad de manera más efectiva son los poetas de las sesiones de la amiga (la del poeta foráneo y sus tertulias bautizadas con el nombre de Paideia). En dichas tertulias el poeta foráneo exponía sus ideas de crear reglas gramaticales a un nuevo lenguaje que tenía en mente inventar. Esta idea debe asociarse directamente a la alusión que se hace a la Vita Nuova.
Conforme avanza el aparente sin sentido de las acciones de Nuestra Mujer de un lugar a otro, el narrador nos va contando sobre ella: que había tenido un marido y un hijo al que “lo hicieron partir” en una balsa hacia otro lugar que no se dice, pero teniendo el referente cubano actual suponemos es Miami. Esto ocasionó la ruina sicológica de la protagonista, y su internamiento en un sanatorio por más de seis meses.
Lo que pide finalmente Nuestra Mujer es que “le devuelvan la confianza”. Algo que la Casa se niega. Ella, creyendo que la Casa le devolvería esa “confianza” a través de la voz de su infancia, se ve más bien atrapada en ese sistema burocrático de voces. La tienen atrapada, y le amenazan con quitarle su voz. La Casa piensa y actúa sólo en función de lo que le conviene, así como todo gobierno que se aparta de los principios que buscan crear una sociedad democrática. Por eso para “ellos” es “más importante una voz patológica que una voz infantil” (147). La ambigüedad del ambiente final de la Casa hace suponer que se trata de un manicomio. Y esto definiría el simbolismo completo, que sirve mucho a Bellatin para desarrollar sus historias, y que en este caso está retratando el entrampamiento de los seres humanos en un sistema totalitario.
Efecto Invernadero
En Efecto Invernadero también presenciamos la decadencia del cuerpo. Bellatin parece decirnos que el alma es el cuerpo, que la muerte es una purificación a la que se accede con el rito del mal o de la enfermedad. Bellatin despoja del cuerpo las laceraciones de los dogmas de toda religión y sistema social, y lo redime con la aceptación del dolor. Antonio, el protagonista de esta historia, ha nacido con el mal y con el sentimiento de culpa de la Madre. El mal se manifestó tempranamente en un brazo. La Madre sin reparos hizo caso del duro método de cura del doctor, que consistía en amarrarlo del otro brazo y dejar que su hijo se valga por sí solo.
Antonio se hace pintor y poeta. Nunca aceptado por su Madre, ni por la sociedad, tiene una temporada larga en Europa, algo que acentuaría aún más su exilio existencial y marginalidad. Como en toda sus novelas Bellatin no pone referentes directos sobre personas y lugares, pero por el contexto de esta novela (alusiones biográficas, caracterización de personaje, y declaraciones del escritor) sabemos de quién se trata. Antonio está basado en una persona que existió en la realidad, el poeta peruano César Moro, seudónimo de Quispez Asín, conocido poeta y pintor surrealista que convivió en Europa con el surrealismo de Bretón, y que también tuvo una estancia importante en México, y que ni en su retorno a Perú dejó de ser polémico.
Antonio tuvo varios amantes, pero el que lo acompaña en su muerte es el Amante. Al igual que en Salón de Belleza la homosexualidad no es el tema principal. Más importante para Bellatin es tratar el tema de la intolerancia. Pese a lo que se puede concluir de esto, lo que Bellatin quiere no es encausar una protesta en sus historias, sino solamente mostrar la complejidad del ser humano. Antonio, así como de niño había dispuesto todo para su muerte en su cuaderno escolar, en su adultez agónica habría de disponer las cosas que acompañarían a su cuerpo muerto. Muere con los seres más cercanos: el Amante, la Amiga, la Madre y la Protegida. Le entrega a la Madre su cuerpo muerto, como un Cristo pero sin ninguna esperanza de nada, sin resurrección ni vida trascendental posible. Antonio, como en la realidad César Moro, es la víctima de una sociedad y de una Madre dominadas por viejos dogmas. La Madre es la víctima de esa vieja historia de represiones de que están hechas las sociedades machistas. Es así, que en esta novela vemos más claramente el papel del hombre como heautontimoroumenos, verdugo y víctima de sí mismo. Antonio víctima de su amor a César, el militar que lo golpeaba y lo abandonó. La Protegida, víctima de una sociedad casi feudal que la somete. La Pianista, víctima de la Amiga y “de la lucha mental que sostenía (...) con el fin de mantener el equilibrio” (203). La Amiga, víctima de la maternidad o la esterilidad. El Amante, víctima de Antonio.
Así como en Salón de Belleza aquí tampoco se dice cuál es el mal que mata al protagonista. Al respecto vale la pena citar íntegramente una parte de un párrafo del capítulo 19, en la que Bellatin, a través de Antonio y la Amiga, explica el tema que está siempre presente en sus novelas:
“En ese invierno, Antonio y la Amiga más de una vez se encontraron hablando de las relaciones entre la belleza y la muerte. En un principio, la Amiga aseguraba que la muerte destruía en forma total cualquier belleza. Al oírla, Antonio acariciaba sus propios brazos. A pesar del frío que subía acompañando la niebla, Antonio usó camisas de manga corta. Sus brazos, que se movían ágilmente mientras hablaba, no mostraban músculos ni firmeza. Viendo a través de la ventana del baño, que era el lugar de la casa donde se reunían a conversar, Antonio una vez dijo que la belleza y la muerte guardaban la misma relación que el agua y los espejos. La Amiga no entendió las palabras, tampoco la sonrisa que las acompañó. Antonio continuó riendo mientras hablaba de las abluciones que realizaba cada mañana, del agua bajando por el pecho y la espalda desnudos. Se refirió al espejo, que chirriaba con cada movimiento, y a las letras rojas del poema. Volteó y le preguntó a la Amiga si no podía ser la belleza la que corrompiera a la muerte. Recién entonces la Amiga sonrió y miró por la ventana el baño.” (215)
Más que personajes que quieran ser de carne y hueso (aún cuando los protagonistas estén basados en seres reales, como Antonio con César Moro, y el peluquero que también fue un personaje real al que Bellatin encontró en una noticia periodística), son seres que traen principalmente una idea, o mejor dicho son una idea (La Madre, el Amante, La Amiga, Nuestra Señora, etc.). Antonio es el único protagonista al que se le da un nombre particular, tal vez porque encarne al “héroe” más cercano de lograr su salvación, como se dijo arriba, una salvación poética. Antonio es artista, y su salvación no puede ser de otra manera, llámese individual o encerrada en sí misma (de ahí las facciones de gozo en el rostro de Antonio cuando el médico le “anunció” a la Amiga que había quedado estéril), es una salvación al fin y al cabo.
Bibliografía
Angulo Parra, Yolanda. La esencia de vidrio: modernidad y posmodernidad.
http://www.webislam.com/99/tx_99_58.htm
Bellatin, Mario. Tres novelas. Lima: El Santo Oficio, 1995.
Lukács, Georg. Significación actual del realismo crítico. México: Biblioteca Era, 1963.
Lyotard, J. F. La posmodernidad (explicada a los niños). Barcelona: Gedisa, 1995.
Sontag, Susan. Contra la interpretación. Barcelona: Biblioteca Breve, 1969.
Vattimo, G. El fin de la modernidad. Barcelona: Planeta-De Agostini, 1994.
Vera, Juan Manuel. Utopía y pensamiento disutópico.
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