París se acaba en Marigny.
Nombraré algunos lugares de París, poco o nada turísticos: el asilo de ancianos donde murió Samuel Beckett, el pacífico jardín de la última casa de Delacroix (place de Fürstenberg), el Café Les Editeurs (su sopa de pescado parece pensada para Perec), la tumba de Berta Bocado en el cementerio de Montparnasse, el coqueto museo de la Legión de Honor (puro Tintín), el chabacano y a la vez elegante Hotel du Nord (todavía en pie, el mismo de la película de Arletty y Louis Jouvet), la rue Vaneau y su implacable máquina de crear misterios, la casa de Gertrude Stein en el 27 de la rue de Fleurus (allí hay siempre una rosa, que es una rosa y es una rosa y siempre lo será) y el lugar de Champs Élysées en el que en 1938 un árbol mató a Ödön von Horváth, dramaturgo y novelista húngaro.
¿Qué sabemos de von Horváth? Sus amigos de juventud siempre contaban que un día, paseando por los Alpes, se encontró de golpe con el esqueleto de alguien que llevaba muchos años fuera ya del mundo. Del muerto no quedaban más que unos huesos, pero a su lado había una bolsa intacta. Horváth la abrió y halló una tarjeta postal que decía: “Me lo estoy pasando bomba”. Un día, los amigos de von Horváth le preguntaron qué había hecho con aquella postal. “Fui a correos y la mandé, ¿qué más podía hacer?”, les dijo.
No dudo que habrá también algún futuro visitante de París que, tal vez para tomar precauciones y evitar pasar alguna vez cerca del castaño peligroso, se estará preguntando en qué lugar exactamente de Champs Élysées cayó abatido von Horváth, y también si sigue allí el árbol asesino. Y aquí debo decir que me costó averiguar el lugar exacto de aquella muerte por árbol, porque todas las breves biografías de von Horváth que iba encontrando se limitaban siempre a informar de su nacimiento en Rijeka (la antigua Fiume) para luego añadir, como de pasada y quizás buscando siempre el golpe de efecto, que murió en 1938 fulminado por la rama de un árbol –a veces también decían que lo partió un rayo- en pleno Champs Élysées. Tantas veces leí ese desenlace biográfico en sus contrasolapas que al final, cada vez que volvía a tropezar con la historia del castaño o del rayo, terminaba por simular que acababa de leer algo muy sorprendente.
Más sorprendente en cambio fue la dificultad que tuve para averiguar el lugar de Champs Élysées donde von Horváth cayó. Alguien me habló de que a Danilo Kiš le habían conmovido las circunstancias del fin de von Horváth y había escrito sobre ellas en el relato El apátrida, que durante un tiempo pensó incluir en su Enciclopedia de los muertos. Ese triste y poético relato no me dio pistas sobre el lugar del accidente, pero sí me llevó a leer a un compatriota de Kiš, donde encontré por fin el dato que buscaba. Ödön von Horváth cayó fulminado junto al teatro Marigny, en la confluencia de Champs Élysées con Avenue Marigny. La noche era tormentosa. Él había quedado por los alrededores del teatro con el director de cine Robert Siodmak para hablar de una posible adaptación cinematográfica de su mejor novela, Juventud sin Dios.
El castaño que le asesinó está ahí, junto al teatro y el viajero que así lo desee puede sentarse en el suelo, bajo su sombra, y meditar sobre la fragilidad de la vida. Cierta leyenda parisina asegura que en el Marigny es donde termina secretamente la ciudad. Para llegar con facilidad al teatro, lo mejor es situarse en la place de la Concorde y dirigirse hacia el Arc de Triomphe de L´Etoile por la acera de la derecha de la avenida de Champs Élysées. Antes de dar con el Marigny puede que crucemos por una zona agreste con hayas y castaños, donde en una época muy remota estuvieron los límites de la ciudad. Una vez ante el Marigny, el viajero tratará de adivinar cuál pudo ser el leve error que condujo a von Horváth, la noche de autos, a dejar su refugio bajo la marquesina del teatro.
Después, si rodea por fuera el gran local, puede que encuentre la discreta placa que hace sólo catorce años alguien dedicó a tan singular muerte. En el caso de que el viajero quiera arriesgarse a ir allí en noche de tormenta le irá bien contar para semejante aventura con una linterna o mejor con la luz de un farol como aquel que llevó una noche Ramón Gómez de la Serna al museo del Prado para así poder ver de una forma distinta las pinturas que sólo había visto hasta entonces con luz solar.
Lo sombrío siempre dice más la verdad que lo soleado, por lo que ver de noche y con tormenta la placa dedicada a von Horváth, verla a farolazos, puede ser una experiencia que acerque más al viajero a la verdad difícil de lo que pudo ocurrir aquella noche fatal de 1938 en un lugar tan céntrico (no sólo de Paris sino del mundo) y al mismo tiempo tan extraño porque es donde en secreto la ciudad se acaba.
Quien redactó la placa no cayó en la cuenta de que el nombre de Champs Élysées procede de la mitología griega, que designaba así a la gran morada de los muertos reservada a las almas virtuosas. Una pena. Porque quizás a la luz de ese dato, la muerte de Ödön von Horváth podría haber quedado mejor iluminada. Tal vez a aquella rama del castaño la debilitó un rayo en plena tempestad, y el rayo dio luz instantánea a la sombra del dramaturgo húngaro, que quedó así señalado, perfectamente eléctrico entre los muertos: única alma virtuosa a aquellas horas en la gigantesca gran morada mortal, también gran avenida de los vivos. Hoy, el lugar donde él cayó, parece el sitio más idóneo de Paris para la meditación laica.
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