-¿Eres fan de la canción Big Pimpin?
-Todo el mundo es fan de Big Pimpin
-¿Está nuestra existencia confinada siempre en el tiempo y el espacio?
¿Podemos experimentar la vida fuera de esas coordenadas que influyen en nuestra
existencia?
-Por supuesto. Hay muchas dimensiones diferentes y solo utilizamos un pequeño
porcentaje de nuestro cerebro, pero los rituales y ceremonias antiguos exploran
estas posibilidades para que podamos entender que el tiempo no existe, que es
solo una invención. Lo que yo entiendo es que si te encuentras plenamente en el
presente, el tiempo no existe. El tiempo solo existe al medir el pasado y el
futuro.
-Parece que no has envejecido nada en los últimos 40 años. ¿Eres un vampiro?
Si no, ¿a qué atribuyes el secreto de tu eterna juventud?
-Dentro de poco publicaré las fotos de mi abuela cuando tenía 103 años y de su
madre cuando tenía 116 para probar que la gente en Montenegro vive más y nunca
envejece.
Tan mística como terrenal, tan rendida a la metafísica como arraigada a lo
tangible, Marina
Abramovic es probablemente el ejemplo de artista más
intenso y poderoso en el panorama creativo contemporáneo, exponente
irónicamente de una disciplina casi marginal: la performance.
Nuevamente en la palestra mediática por sus
recientes colaboraciones con estrellas como Lady Gaga (para quien ha realizado
una contribución aún secreta para su
próximo disco, Artpop)
o Jay Z (autor de Big Pimpin y protagonista del vídeo
artístico Picasso baby, en el que, inspirado por Abramovic, canta
ese tema, incluido en su último disco, ante el público en una galería
neoyorquina durante seis horas), probablemente no quepa mayor ejemplo del
trabajo de Marina Abramovic, ni más conocido, que su último gran título, la
extensa performance de 716,5 horas que realizó en 2010 el MoMA de Nueva York.
Seis días a la semana, siete horas de continuo, más de tres meses en los que la
artista estuvo presente, y que se guardarán para la posteridad en forma de documental con factura HBO. Con ese título, The artist is present, Abramovic desarrolló la que posiblemente
quedará, al menos hasta la fecha, como su obra maestra; definitivamente la más
masiva, con nada menos que un millón de espectadores presenciales.
Sentada frente a frente con todo visitante que
quisiera probar la experiencia, compartió un minuto de su tiempo, de su vida,
con cada uno de sus mudos –y en muchas ocasiones atónitos- interlocutores. Más
de uno lloró al encontrarse con su mirada, otros dejaban extasiados
comentarios, los demás aplaudían casi sin respirar, como queriendo no hacer
ruido ante lo que presenciaban.
Ninguno de estos enfrentamientos visuales causó tanta conmoción como el que Abramovic mantuvo con el también artista performativo Ulay, que se presentó de improvisto ante ella tras 23 años sin haberse visto ni hablado. Ese tiempo atrás, y después de años de apasionada relación personal y profesional, se despidieron fundiéndose en un abrazo a medio camino de la Gran Muralla china, llegados cada uno de un extremo opuesto.
Ninguno de estos enfrentamientos visuales causó tanta conmoción como el que Abramovic mantuvo con el también artista performativo Ulay, que se presentó de improvisto ante ella tras 23 años sin haberse visto ni hablado. Ese tiempo atrás, y después de años de apasionada relación personal y profesional, se despidieron fundiéndose en un abrazo a medio camino de la Gran Muralla china, llegados cada uno de un extremo opuesto.
Tres años después de
aquel sobrecogedor reencuentro, la artista vuelve a abrirse en canal para el
público al responder sobre los sentimientos vividos en aquel instante de
encuentro y fin de capítulo. “Fue uno de los momentos más dolorosos de mi
vida”, dice. “Sabía que se había terminado, que era el final de un periodo muy
importante de mi vida. Solo recuerdo que no podía dejar de llorar”.
Junto a esa confesión, Abramovic ha respondido a todo lo que al público se le
ha ocurrido preguntar. Lo
ha hecho hace solo unos días a través de la plataforma online Reddit, donde ha contestado a cuestiones sobre sus
gustos musicales, sus percepciones sobre los límites de la física o sus
secretos de belleza.
Una vez más, apostada en ese lugar donde el sueño se confunde con la realidad y
el arte con la existencia, el punto exacto de cocción donde la persona, el
personaje y la obra se funden de manera indisoluble, Abramovic ha vuelto a
demostrar que ella no es solamente una artista más. Es el
arte mismo.