El espectáculo en general, como inversión concreta de la vida, es el movimiento  autónomo de lo no-viviente.  
Capítulo 1:
La separación consumada
 "Y sin duda nuestro tiempo... prefiere la imagen a la cosa, la copia  al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser... lo que es  'sagrado' para él no es sino la ilusión, pero lo que es profano es la verdad.  Mejor aún: lo sagrado aumenta a sus ojos a medida que disminuye la verdad y  crece la ilusión, hasta el punto de que el colmo de la ilusión es también para  él el colmo de lo sagrado." 
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Toda la vida de las sociedades en las que dominan las condiciones  modernas de producción se presenta como una inmensa acumulación de  espectáculos. Todo lo que era vivido directamente se aparta en una  representación.  
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Las imágenes que se han desprendido de cada aspecto de la vida se  fusionan en un curso común, donde la unidad de esta vida ya no puede ser  restablecida. La realidad considerada parcialmente se despliega en su  propia unidad general en tanto que seudo-mundo aparte, objeto de mera  contemplación. La especialización de las imágenes del mundo se encuentra,  consumada, en el mundo de la imagen hecha autónoma, donde el mentiroso se miente  a sí mismo. El espectáculo en general, como inversión concreta de la vida, es el  movimiento autónomo de lo no-viviente.  
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El espectáculo se muestra a la vez como la sociedad misma, como una  parte de la sociedad y como instrumento de unificación. En tanto que  parte de la sociedad, es expresamente el sector que concentra todas las miradas  y toda la conciencia. Precisamente porque este sector está separado es el  lugar de la mirada engañada y de la falsa conciencia; y la unificación que lleva  a cabo no es sino un lenguaje oficial de la separación generalizada.  
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El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social  entre personas mediatizada por imágenes.  
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El espectáculo no puede entenderse como el abuso de un mundo visual,  el producto de las técnicas de difusión masiva de imágenes. Es más bien una  Weltanschauung que ha llegado a ser efectiva, a traducirse materialmente.  Es una visión del mundo que se ha objetivado.  
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El espectáculo, comprendido en su totalidad, es a la vez el resultado  y el proyecto del modo de producción existente. No es un suplemento al mundo  real, su decoración añadida. Es el corazón del irrealismo de la sociedad real.  Bajo todas sus formas particulares, información o propaganda, publicidad o  consumo directo de diversiones, el espectáculo constituye el modelo  presente de la vida socialmente dominante. Es la afirmación omnipresente de la  elección ya hecha en la producción y su consumo corolario. Forma y  contenido del espectáculo son de modo idéntico la justificación total de las  condiciones y de los fines del sistema existente. El espectáculo es también la  presencia permanente de esta justificación, como ocupación de la parte  principal del tiempo vivido fuera de la producción moderna.  
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La separación misma forma parte de la unidad del mundo, de la praxis  social global que se ha escindido en realidad y en imagen. La práctica social, a  la que se enfrenta el espectáculo atónomo, es también la totalidad real que  contiene el espectáculo. Pero la escisión en esta totalidad la mutila hasta el  punto de hacer aparecer el espectáculo como su objeto. El lenguaje espectacular  está constituido por signos de la producción reinante, que son al mismo  tiempo la finalidad última de esta producción.  
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No se puede oponer abstractamente el espectáculo y la actividad social  efectiva. Este desdoblamiento se desdobla a su vez. El espectáculo que invierte  lo real se produce efectivamente. Al mismo tiempo la realidad vivida es  materialmente invadida por la contemplación del espectáculo, y reproduce en sí  misma el orden espectacular concediéndole una adhesión positiva. La realidad  objetiva está presente en ambos lados. Cada noción así fijada no tiene otro  fondo que su paso a lo opuesto: la realidad surge en el espectáculo, y el  espectáculo es real. Esta alienación recíproca es la esencia y el sostén de la  sociedad existente.  
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En el mundo realmente invertido lo verdadero es un momento de  lo falso.  
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El concepto de espectáculo unifica y explica una gran diversidad de  fenómenos aparentes. Sus diversidades y contrastes son las apariencias de esta  apariencia organizada socialmente, que debe ser a su vez reconocida en su verdad  general. Considerado según sus propios términos, el espectáculo es la  afirmación de la apariencia y la afirmación de toda vida humana, y por  tanto social, como simple apariencia. Pero la crítica que alcanza la verdad del  espectáculo lo descubre como la negación visible de la vida; como una  negación de la vida que se ha hecho visible.  
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Para describir el espectáculo, su formación, sus funciones, y las  fuerzas que tienden a disolverlo, hay que distinguir artificialmente elementos  inseparables. Al analizar el espectáculo hablamos en cierta medida el  mismo lenguaje de lo espectacular, puesto que nos movemos en el terreno  metodológico de esta sociedad que se manifiesta en el espectáculo. Pero el  espectáculo no es nada más que el sentido de la práctica total de una  formación socio-económica, su empleo del tiempo. Es el momento histórico  que nos contiene.  
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El espectáculo se presenta como una enorme positividad indiscutible e  inaccesible. No dice más que "lo que aparece es bueno, lo que es bueno aparece".  La actitud que exige por principio es esta aceptación pasiva que ya ha obtenido  de hecho por su forma de aparecer sin réplica, por su monopolio de la  apariencia.  
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El carácter fundamentalmente tautológico del espectáculo se deriva  del simple hecho de que sus medios son a la vez sus fines. Es el sol que no se  pone nunca sobre el imperio de la pasividad moderna. Recubre toda la superficie  del mundo y se baña indefinidamente en su propia gloria.  
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La sociedad que reposa sobre la industria moderna no es fortuita o  superficialmente espectacular, sino fundamentalmente espectaculista. En  el espectáculo, imagen de la economía reinante, el fin no existe, el desarrollo  lo es todo. El espectáculo no quiere llegar a nada más que a sí mismo.  
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Como adorno indispensable de los objetos hoy producidos, como  exponente general de la racionalidad del sistema, y como sector económico  avanzado que da forma directamente a una multitud creciente de imágenes-objetos,  el espectáculo es la principal producción de la sociedad actual.  
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El espectáculo somete a los hombres vivos en la medida que la  economía les ha sometido totalmente. No es más que la economía desarrollándose  por sí misma. Es el reflejo fiel de la producción de las cosas y la objetivación  infiel de los productores.  
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La primera fase de la dominación de la economía sobre la vida social  había implicado en la definición de toda realización humana una evidente  degradación del ser en el tener. La fase presente de la ocupación  total de la vida social por los resultados acumulados de la economía conduce a  un deslizamiento generalizado del tener al parecer, donde todo  "tener" efectivo debe extraer su prestigio inmediato y su función última. Al  mismo tiempo toda realidad individual se ha transformado en social, dependiente  directamente del poder social, conformada por él. Solo se permite aparecer a  aquello que no existe.  
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Allí donde el mundo real se cambia en simples imágenes, las simples  imágenes se convierten en seres reales y en las motivaciones eficientes de un  comportamiento hipnótico. El espectáculo, como tendencia a hacer ver por  diferentes mediaciones especializadas el mundo que ya no es directamente  aprehensible, encuentra normalmente en la vista el sentido humano privilegiado  que fue en otras épocas el tacto; el sentido más abstracto, y el más  mistificable, corresponde a la abstracción generalizada de la sociedad actual.  Pero el espectáculo no se identifica con el simple mirar, ni siquiera combinado  con el escuchar. Es lo que escapa a la actividad de los hombres, a la  reconsideración y la corrección de sus obras. Es lo opuesto al diálogo. Allí  donde hay representación independiente, el espectáculo se reconstituye.  
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El espectáculo es el heredero de toda la debilidad del  proyecto filosófico occidental que fue una comprensión de la actividad dominada  por las categorías del ver, de la misma forma que se funda sobre el  despliegue incesante de la racionalidad técnica precisa que parte de este  pensamiento. No realiza la filosofía, filosofiza la realidad. Es vida concreta  de todos lo que se ha degradado en universo especulativo.  
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La filosofía, en tanto que poder del pensamiento separado y  pensamiento del poder separado, jamás ha podido superar la teología por sí  misma. El espectáculo es la reconstrucción material de la ilusión religiosa. La  técnica espectacular no ha podido disipar las nubes religiosas donde los hombres  situaron sus propios poderes separados: sólo los ha religado a una base terrena.  Así es la vida más terrena la que se vuelve opaca e irrespirable. Ya no se  proyecta en el cielo, pero alberga en sí misma su rechazo absoluto, su engañoso  paraíso. El espectáculo es la realización técnica del exilio de los poderes  humanos en un más allá; la escisión consumada en el interior del hombre.  
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A medida que la necesidad es soñada socialmente el sueño se hace  necesario. El espectáculo es la pesadilla de la sociedad moderna encadenada que  no expresa finalmente más que su deseo de dormir. El espectáculo es el guardián  de este sueño.  
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El hecho de que el poder práctico de la sociedad moderna se haya  desprendido de ella misma y se haya edificado un imperio independiente en el  espectáculo sólo puede explicarse por el hecho de que esta práctica poderosa  seguía careciendo de cohesión y había quedado en contradicción consigo misma.  
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Es la más vieja especialización social, la especialización del poder,  la que se halla en la raiz del espectáculo. El espectáculo es así una actividad  especializada que habla por todas las demás. Es la representación diplomática de  la sociedad jerárquica ante sí misma, donde toda otra palabra queda excluida. Lo  más moderno es también lo más arcaico.  
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El espectáculo es el discurso ininterrumpido que el orden presente  mantiene consigo mismo, su monólogo elogioso. Es el autorretrato del poder en la  época de su gestión totalitaria de las condiciones de existencia. La apariencia  fetichista de pura objetividad en las relaciones espectaculares esconde su  índole de relación entre hombres y entre clases: una segunda naturaleza parece  dominar nuestro entorno con sus leyes fatales. Pero el espectáculo no es ese  producto necesario del desarrollo técnico considerado como desarrollo  natural. La sociedad del espectáculo es por el contrario la forma que  elige su propio contenido técnico. Aunque el espectáculo, tomado bajo su aspecto  restringido de "medios de comunicación de masa", que son su manifestación  superficial más abrumadora, parece invadir la sociedad como simple  instrumentación, ésta no es nada neutra en realidad, sino la misma que conviene  a su automovimiento total. Si las necesidades sociales de la época donde se  desarrollan tales técnicas no pueden ser satisfechas sino por su mediación, si  la administración de esta sociedad y todo contacto entre los hombres ya no  pueden ejercerse si no es por intermedio de este poder de comunicación  instantánea, es porque esta "comunicación" es esencialmente unilateral; de forma  que su concentración vuelve a acumular en las manos de la administración del  sistema existente los medios que le permiten continuar esta administración  determinada. La escisión generalizada del espectáculo es inseparable del Estado  moderno, es decir, de la forma general de la escisión en la sociedad, producto  de la división del trabajo social y órgano de la dominación de clase.  
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La separación es el alfa y el omega del espectáculo. La  institucionalización de la división social del trabajo, la formación de las  clases, había cimentado una primera contemplación sagrada, el orden mítico en  que todo poder se envuelve desde el origen. Lo sagrado ha justificado el  ordenamiento cósmico y ontológico que correspondía a los intereses de los amos,  ha explicado y embellecido lo que la sociedad no podía hacer. Todo poder  separado ha sido por tanto espectacular, pero la adhesión de todos a semejante  imagen inmóvil no significaba más que la común aceptación de una prolongación  imaginaria para la pobreza de la actividad social real, todavía ampliamente  experimentada como una condición unitaria. El espectáculo moderno expresa, por  el contrario, lo que la sociedad puede hacer, pero en esta expresión lo  permitido se opone absolutamente a lo posible. El espectáculo es  la conservación de la inconsciencia en medio del cambio práctico de las  condiciones de existencia. Es su propio producto, y él mismo ha dispuesto sus  reglas: es una entidad seudosagrada. Muestra lo que es: el poder separado  desarrollándose por sí mismo, en el crecimiento de la productividad mediante el  refinamiento incesante de la división del trabajo en fragmentación de gestos, ya  dominados por el movimiento independiente de las máquinas; y trabajando para un  mercado cada vez más extendido. Toda comunidad y todo sentido crítico se han  disuelto a lo largo de este movimiento, en el cual las fuerzas que han podido  crecer en la separación no se han reencontrado todavía.  
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Con la separación generalizada del trabajador y de su producto se  pierde todo punto de vista unitario sobre la actividad realizada, toda  comunicación personal directa entre los productores. A medida que aumentan la  acumulación de productos separados y la concentración del proceso productivo la  unidad y la comunicación llegan a ser el atributo exclusivo de la dirección del  sistema. El éxito del sistema económico de la separación es la  proletarización del mundo.  
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Debido al mismo éxito de la producción separada como producción de lo  separado, la experiencia fundamental ligada en las sociedades primitivas a un  trabajo principal se está desplazando, con el desarrollo del sistema, hacia el  no-trabajo, la inactividad. Pero esta inactividad no está en absoluto liberada  de la actividad productiva: depende de ella, es sumisión inquieta y admirativa a  las necesidades y resultados de la producción; ella misma es un producto de su  racionalidad. No puede haber libertad fuera de la actividad, y en el marco del  espectáculo toda actividad está negada, igual que la actividad real ha sido  integralmente captada para la edificación global de este resultado. Así la  actual "liberación del trabajo", o el aumento del ocio, no es de ninguna manera  liberación en el trabajo ni liberación de un mundo conformado por ese trabajo.  Nada de la actividad perdida en el trabajo puede reencontrarse en la sumisión a  su resultado.  
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El sistema económico fundado en el aislamiento es una producción  circular del aislamiento. El aislamiento funda la técnica, y el proceso  técnico aisla a su vez. Del automóvil a la televisión, todos los bienes  seleccionados por el sistema espectacular son también las armas para el  reforzamiento constante de las condiciones de aislamiento de las "muchedumbres  solitarias". El espectáculo reproduce sus propios supuestos en forma cada vez  más concreta.  
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El origen del espectáculo es la pérdida de unidad del mundo, y la  expansión gigantesca del espectáculo moderno expresa la totalidad de esta  pérdida: la abstracción de todo trabajo particular y la abstracción general del  conjunto de la producción se traducen perfectamente en el espectáculo, cuyo  modo de ser concreto es justamente la abstracción. En el espectáculo una  parte del mundo se representa ante el mundo y le es superior. El  espectáculo no es más que el lenguaje común de esta separación. Lo que liga a  los espectadores no es sino un vínculo irreversible con el mismo centro que  sostiene su separación. El espectáculo reúne lo separado, pero lo reúne en  tanto que separado.  
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La alienación del espectador en beneficio del objeto contemplado (que  es el resultado de su propia actividad inconsciente) se expresa así: cuanto más  contempla menos vive; cuanto más acepta reconocerse en las imágenes dominantes  de la necesidad menos comprende su propia existencia y su propio deseo. La  exterioridad del espectáculo respecto del hombre activo se manifiesta en que sus  propios gestos ya no son suyos, sino de otro que lo representa. Por eso el  espectador no encuentra su lugar en ninguna parte, porque el espectáculo está en  todas.  
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El trabajador no se produce a sí mismo, produce un poder  independiente. El éxito de esta producción, su abundancia, vuelve al  productor como abundancia de la desposesión. Todo el tiempo y el espacio  de su mundo se le vuelven extraños con la acumulación de sus productos  alienados. El espectáculo es el mapa de este nuevo mundo, mapa que recubre  exactamente su territorio. Las mismas fuerzas que se nos han escapado se nos  muestran en todo su poderío.  
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El espectáculo en la sociedad corresponde a una fabricación concreta  de la alienación. La expansión económica es principalmente la expansión de esta  producción industrial precisa. Lo que crece con la economía que se mueve por sí  misma sólo puede ser la alienación que precisamente encerraba su núcleo inicial.   
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El hombre separado de su producto produce cada vez con mayor potencia  todos los detalles de su mundo, y así se encuentra cada vez más separado del  mismo. En la medida en que su vida es ahora producto suyo, tanto más separado  está de su vida.  
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El espectáculo es el capital en un grado tal de acumulación  que se transforma en imagen.  
Guy Debord: La sociedad del espectáculo.  Trad. revisada por Maldeojo para el Archivo Situacionista (1998).
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