martes, 22 de noviembre de 2011

La Otra Orilla: diario de un indignado

Narra Herodoto (Historia, VI, 45-46) que tras los preparativos bélicos emprendidos por los persas, ante la inminente puesta en marcha de la campaña dirigida contra los helenos asentados más allá del Helesponto, una inesperada aflicción se adueñaría del todopoderoso soberano aqueménida Jerjes. Atalayado en lo alto de un elevado promontorio, los ojos escrutadores del Gran Soberano se empañaban en lágrimas mientras contemplaba la disposición y maniobras de sus huestes. Aquella imagen le revelaría una dolorosa verdad: la efímera condición de la vida humana, porque “ninguno de estos soldados será recordado una vez los estruendos de la batalla sean borrados de la memoria de los hombres”. Bien podría la congoja del soberano aqueménida, ilustrar la frágil y voladiza condición del individuo abocado a padecer los efectos amnésicos del silencioso torrente de la Historia. Un silencio equivalente a la muerte y el olvido. Es por ello que la mitología griega colocaba el río de la Memoria Mnemósine junto al río del Olvido Leteo porque, Muerte, Memoria y Olvido ahorman la tríada primordial de la condición humana. Pero cada vez que sucumbimos a la tentación de abrir el libro de Herodoto y abordar sus páginas, bebemos, al fin y a la postre, de ese mismo torrente de la Memoria, rememorando personajes, proezas, situaciones, alocuciones y palabras rescatadas del Olvido. Y de nuevo las lágrimas del soberano aqueménida volverán, en el quebradizo esguince del tiempo narrativo, a correr por sus mejillas mientras acecha la dolorosa verdad que se perfila bajo su atenta mirada.
La Otra Orilla: diario de un indignado
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