¿Qué significa orientarse en la pasión?[1]Vanessa Ripio  Rodríguez [*]  |  ![]()  | 
Que haya grados de accidentalidad, que el  movimiento regular de las esferas celestes se aproxime más a la inmutabilidad  del Motor inmóvil que los movimientos irregulares del mundo sublunar, tal  advertencia en nada empaña el hecho de que el corte comience allí donde comienza  el movimiento, que la degradación está presente ya desde el movimiento del  Primer Cielo aun cuando no alcance su grado más bajo hasta la imprevisibilidad  de los movimientos del mundo sublunar y, en particular, hasta la inconstancia de  las acciones humanas.[2]
1.
Are you scared of it?
Do you wish that it would stop?
Does it bother you when you hear your spirit talk?
Well, I´m right with you
Yes, I´m right with you
It´s working on me
It´s working on you
It´s working on me
(Neil Young: Are you passionate?)
Do you wish that it would stop?
Does it bother you when you hear your spirit talk?
Well, I´m right with you
Yes, I´m right with you
It´s working on me
It´s working on you
It´s working on me
(Neil Young: Are you passionate?)
En Viaje sentimental escribe Laurence Sterne un revelador diálogo entre dos completos desconocidos: el protagonista -y alterego del propio Sterne- Yorick y una «gentil dama». A consecuencia de una serie de peripecias, ambos están ahora cogidos de la mano como si de amigos íntimos se tratara. Ante esta situación, Yorick agradece a la veleidosa Fortuna el haberlos reunido en situación tan cordial como solo pudiera habérsela procurado la amistad y eso después de tantearlo durante un mes[3]:
-Y la reflexión que hace usted sobre el caso muestra, monsieur,  hasta que punto le ha embarazado a usted semejante aventura.
Cuando nos encontramos en  la situación que deseábamos, nada es más inoportuno que pararse a reflexionar  sobre las circunstancias del caso.
-Da usted gracias a la Fortuna -continuó ella- y tiene usted razón. El corazón lo sabía y eso le bastaba. Pero,  ¿cómo no había de ser un filósofo inglés el que le enviara la noticia del caso  al cerebro para invertir el proceso?[4]
El pasaje contiene muchos de los elementos que vamos a presentar con el  propósito de recorrer siquiera un poco el sentido del planteamiento  aristotélico de la pasión como razón inmanente en la materia: las pasiones,  el deseo, la reflexión que éstos merecen a los agentes que las padecen y a los  espectadores que las presencian...etc. 
Volviendo al texto que acabamos de citar. La especulación inicial de Yorick  no sería en principio mas que un comentario confidencial acerca del hecho de que  estas dos personas desconocidas, de diferentes sexos y acaso procedentes de  dos rincones apartados del globo se encuentran cogidas de la mano en  situación tan cordial como solo hubiera podido procurársela la amistad.  Pero -como bien advierte  la dama- la observación en  cuestión no se limita a una crónica más o menos mundana de lo que ambos  protagonistas tienen, por decirlo así, ante los ojos. Ciertamente, sería absurdo  no suponer que la información que Yorick refiere es ya de sobra conocida por su  compañera. Así que, debe haber algún otro elemento que, más allá de esa  referencia, aliente aquel diálogo. Porque, tal y como la dama las considera, las  palabras de Yorick actúan como un indicio de hasta qué punto le ha embarazado  a éste la aventura. Es decir, de algún modo que trataremos de precisar, la  reflexión acerca de lo excepcional de las circunstancias manifestaría un síntoma  más de la pasión en cuestión -algo así como la continuación discursiva del mentado  embarazo- pues  podemos dar por hecho que ya se han ido declarando otros síntomas más palpables.  Así, probablemente Yorick se ha puesto rojo, retorciendo la mano libre al tiempo  que movía las piernas sin intención de moverse del sitio y estos testimonios  apreciables a simple vista son los signos externos que la dama -a juzgar por su respuesta- había interpretado  correctamente, porque evidentemente Yorick se encuentra alterado, Yorick está de  pronto turbado por las circunstancias y su discurso solo ha venido a confirmar y  a dar medida del grado de su embarazo, prolongando aquella exposición  sintomatológica por la vía de la elocuencia. Elocuencia que se extendería no ya  sobre hecho de hallarse cogido de la mano con una desconocida sino, más acá,  sobre lo que en general podríamos denominar su estado de ánimo. Porque lo que  Yorick produce con sus declaraciones, cuya letra gira en torno a lo meramente  circunstancial, es la confesión de su pasión, por decirlo así, en  espíritu. Y, para conseguirlo ese espíritu ha de afanarse para hablar de un  modo desplazado y como extraviadamente en situación tan normal como solo  pudiera habérsela procurado la falta de embarazo. Ciertamente, todo este  viraje sentimental hacia algo situado más acá de "lo que se dice", es  representado mediante una imagen introducida por aquel «como» de: como  solo pudiera habérsela procurado la amistad y eso después de tantearlo durante  un mes. Luego, el desahogo discursivo de la pasión -ya compartida previa e  íntimamente por los protagonistas y que la dama ha descifrado sin ningún  esfuerzo- se logra a base  de una especie de tanteo o rodeo que tiene lugar en el propio discurso.  No hay duda de que ellos dos compartían ya de un modo implícito y suficiente la  turbación por tan inesperada proximidad: «El corazón lo sabía y eso le bastaba»  -declara la dama. Por eso  mismo, cuando Yorick elabora el encomio del caso explicitando así de algún modo  aquella intimidad ha de recurrir -para no arruinarla- a un doble distanciamiento que se anuncia por un lado, con  el «como...» literal de aquel símil; y, por el otro, con el  como espiritual de su actitud, a saber: como si esto de lo que hablo  no me afectara lo más mínimo. Intervalos que son interpretados por la  espectadora: de una mano, como cierta desatención o desapego hacia  aquellos implícitos, es decir, lo que podríamos llamar «las razones del  corazón»; y, de otra, como cierta exageración que la dama saca a  la luz a través, nuevamente, de una ingeniosa imagen.
Indudablemente, si han acabado cogidos de la mano ha sido en parte gracias a la suerte pues el encuentro ha sigo puramente fortuito. No obstante, las palabras exactas de Yorick atribuyen deliberadamente a ésta un papel conspirador: He aquí, gentil dama -le dije, levantando un poco su mano-, un raro capricho de la veleidosa Fortuna: el tomar a dos desconocidos por la mano... La fábula de Yorick relata como resultado de una maquinación de la mentada Diosa lo que parece más bien consecuencia de la voluntad de los protagonistas. Atribuyendo a la Fortuna un carácter veleidoso e intrigante le encaja la función de causa que propiamente solo a él y a su cómplice les pertenece como actores. El gesto de levantar la mano de la dama es significativo al respecto, como si Yorick dijera: aquí nos encontramos casualmente cogidos de la mano y no ha sido sino esa arbitraria Deidad la que así nos ha colocado como quien coloca dos piedras juntas en un camino por puro juego, por puro capricho. Pero no es exactamente lo mismo haber sido favorecidos por la suerte que haber sido manejados por la casualidad. Respecto a esta diferencia dice Aristóteles:
Indudablemente, si han acabado cogidos de la mano ha sido en parte gracias a la suerte pues el encuentro ha sigo puramente fortuito. No obstante, las palabras exactas de Yorick atribuyen deliberadamente a ésta un papel conspirador: He aquí, gentil dama -le dije, levantando un poco su mano-, un raro capricho de la veleidosa Fortuna: el tomar a dos desconocidos por la mano... La fábula de Yorick relata como resultado de una maquinación de la mentada Diosa lo que parece más bien consecuencia de la voluntad de los protagonistas. Atribuyendo a la Fortuna un carácter veleidoso e intrigante le encaja la función de causa que propiamente solo a él y a su cómplice les pertenece como actores. El gesto de levantar la mano de la dama es significativo al respecto, como si Yorick dijera: aquí nos encontramos casualmente cogidos de la mano y no ha sido sino esa arbitraria Deidad la que así nos ha colocado como quien coloca dos piedras juntas en un camino por puro juego, por puro capricho. Pero no es exactamente lo mismo haber sido favorecidos por la suerte que haber sido manejados por la casualidad. Respecto a esta diferencia dice Aristóteles:
La casualidad se  diferencia de la suerte por ser una noción más amplia. Porque todo cuanto se  debe a la suerte se debe también a la casualidad, pero no todo lo que se debe a  la casualidad se debe a la suerte. La suerte y lo que resulta de ella solo  pertenecen a quienes pueden tener buena suerte y en general tener una actividad  en la vida. Por eso la suerte se limita necesariamente a la actividad humana. Un  signo de ello está en la creencia de que la buena suerte es lo mismo que la  felicidad, o casi lo mismo, pues la felicidad es una cierta actividad, a saber  una actividad bien lograda. Luego, lo que es incapaz de tal actividad, es  también incapaz de algo fortuito (...) La casualidad, en cambio, se puede  encontrar también en los niños y en las cosas inanimadas (...) Así es evidente  que en las cosas que en sentido absoluto llegan a ser para algo, cuando lo que  les sobreviene no es aquello para lo cual han llegado a ser, y tienen una causa  externa, decimos entonces que les sobreviene por casualidad.[5] 
¿Será esta la discrepancia que hace notar nuestra heroína cuando afirma:  Da usted gracias a la Fortuna y tiene usted razón. El corazón lo sabía y eso  le bastaba? Como diciendo: un momento -puntualicemos- si usted se refiere a la buena suerte, esa que algunos  confunden con la felicidad, entonces amigo tiene usted razón no hay más que  escuchar los simultáneos latidos de nuestros corazones regocijados. Pero,  si de lo que habla es de la pura casualidad, me pregunto: ¿cómo no había  de ser un filósofo inglés el que le enviara la noticia del caso al cerebro para  invertir el proceso? Porque, si el proceso a derechas sigue el esquema de la  suerte: ¿no seguirá su inversión el de la casualidad? Veamos. Esa  inversión del proceso a cargo del filósofo inglés secundaría -según esta hipótesis- la secuencia de la fábula de  Yorick, la cual confunde intencionalmente suerte y casualidad de  modo que la voluntad y, por tanto, la actividad humana es aquí  interpretada por la Fortuna en cuanto que personaje mitológico, relegando  a los actores "reales" a un papel secundario, a saber, el de niños o cosas  inanimadas sometidas a una causalidad externa, esto es, la que pone en juego la  caprichosa Diosa. Si esto es así, parece que sería una historia análoga la  relatada -según nuestra  protagonista- por el  filósofo inglés cuando invirtiendo el proceso pretende enviar la  noticia del caso al cerebro, el de Yorick en este caso. De manera que, lo  mismo que en el orden de la actividad  resulta secundario el papel de la  suerte en relación a la decisión de los actores de cogerse de la mano -por mucho que en el orden  del relato las cosas sucedan inversamente-; así también por más que el discurso de Yorick declare por  primera vez expresamente aquella intimidad -de manera que en el orden de las ideas éste sea el  momento en que aquélla se da, lo que se dice, a conocer-; ello no obsta para que la  primacía en el orden de los sentimientos siga siendo la de la pasión  misma en cuanto que sentida, porque el corazón ya lo sabía.
Pero, veamos lo que el filósofo inglés tendría que decir al respecto:
Cuando percibo los  efectos de la pasión en la voz y el gesto de una persona, mi mente pasa de  inmediato de estos efectos a sus causas, y se hace una idea tan vivaz de la  pasión que al instante la convierte en esa misma pasión. De igual modo, cuando  me doy cuenta de las causas de una emoción, mi mente pasa a los efectos que esas  causas producen, con lo que se ve movida por una emoción similar (...) Ninguna  pasión ajena se descubre directamente a la mente: sólo percibimos sus causas o  sus efectos. Por estas cosas es por lo que inferimos la pasión y son ellas, en  consecuencia, las que dan origen a nuestra simpatía.[6] 
Inmediatamente al percibir los efectos de esa pasión en la voz y los gestos  mi mente pasa de los efectos a las causas de la pasión -dice Hume- de modo que me hago una  idea vivaz de la pasión, idea que acaba por convertirse en la pasión  misma. Pues bien, lo notable para nosotros en esta secuencia es el papel  necesariamente mediador de la mente, responsable de transformar de  modo inmediato aquella materia efectiva de voces y gestos para darle, a  través de la producción de una idea, una forma clara y vivaz, la  cual convenientemente percibida, esto es, causada como tal como resultado del  trabajo de esa mente dará lugar a la pasión misma. Pero, entonces, lo que el  filósofo inglés denomina simpatía o -lo que nosotros podríamos llamar- el contagio de la pasión  requiere del concurso de esa idea que está  -lo que se dice- oportunamente separada de  aquellos efectos como un fin, luego en el sentido de abstraída como tal de  ellos. Esto es, la idea vivaz de la pasión se originaría materialmente  en la percepción de los síntomas físicos, si bien tales efectos solo  comparecen como tales, esto es, como síntomas de esa pasión y no de cualquier  otra, una vez que la idea -en cuanto que forma ocasionada por la mente a partir de  aquellos materiales-  vuelve sobre aquellos como para leerlos o interpretarlos. A pesar de lo cual,  dicha idea no actúa propiamente como una causa externa sino más bien como  una forma que al tiempo que reconoce es reconocida, esto es, que cae  sobre aquellos indicios con el fin de interpretarlos pero también de  interpretarse. Y es así como se transforma en la pasión misma. Porque aquella  pasión en cuanto que idea no es sino la forma configurando la materia disponible  de tal pasión, esto es, actualizando unas virtualidades pasionales que ya  estaban presentes en aquella voz y aquellos gestos y es, por eso, por lo que  eran ya los efectos de la pasión lo que el agente simpáticamente  percibía. 
Otro tanto ocurre, por consiguiente, con el segundo argumento facilitado por  Hume: cuando me doy cuenta de las causas de una emoción y mi mente pasa a los  efectos que esas causas producen, con lo que se ve movida por una emoción  similar. Luego, se verifica que el proceso que se está refiriendo equivaldría a  una suerte de mecanismo de retroalimentación entre las causas y los efectos de  la pasión (o de la emoción), esto es, -según lo dicho arriba- a un movimiento de actualización de una forma que estaba  ya presente privativamente como materia. Esa actividad de la mente arrojará como  producto suyo una forma en acto que es la idea, es decir, la inferencia de la  pasión como idea, esta vez sí, desde fuera, pues solo para la mente es posible  ejecutar aquel tránsito de los efectos a las causas y viceversa a fin de que los  agentes se aperciban de que otros y ellos mismo están padeciendo estas o las  otras pasiones puesto que evidentemente ninguna pasión ajena se descubre  directamente a la mente.
Por decirlo con nuestra dama, no era la mente sino el corazón, el que lo  sabía así directa pero también implícitamente. He aquí  entonces, a qué se refería con la inversión del proceso. Si el corazón, o mejor  dicho, «sus razones», las pasiones fueran el producto que arroja cierto  proceso mental, esto es, el resultado de un envío de noticias más o menos  informes al cerebro, aquellas pasiones carecerán en cuanto tales de toda  autonomía pues en nada se diferencian de las ideas. De modo que el corazón ni  sabe ni se basta, desapareciendo con ello toda posibilidad de captación directa  de la pasiones ajenas y, por tanto, de intimidad al menos, en algún sentido,  para los agentes:   
En el caso de la simpatía  se produce una evidente transformación de una idea en impresión. Esta  transformación surge de la relación de los objetos con nosotros mismos. Nuestro  yo nos está siempre presente de un modo íntimo[7].
En efecto, si solo la idea puede procurar el "contagio" de impresiones,  únicamente el yo responsable de todo este proceso nos estará siempre presente  de un modo íntimo, precisamente en la medida en que la simpatía ante  la pasión del otro se resuelve en la interioridad de la mente del sujeto moderno  definido como tal en relación a los objetos que quedan fuera de él, es decir, en  oposición a ellos y entre los que se incluyen los otros sujetos. Como bien  advierte la dama, lo que el discurso de Yorick como el del filósofo inglés pone  de manifiesto es una inversión del proceso por el cuál es el corazón directa  e implícitamente el que ya lo sabía, de modo que habríamos de esperar  siempre a la explicitud procurada ya por la idea ya por el discurso  para ser capaces de apasionarnos. Y, sin embargo, -como bien objeta la dama y  reconoce el narrador- al  corazón sí que le corresponde cierta actividad propia: cuando nos encontramos  en la situación que deseábamos, nada es más inoportuno que pararse a reflexionar  sobre las circunstancias del caso. Esa actividad a través de la cual el  corazón reivindica su autonomía es justamente la del deseo. Ese deseo cuyo  despliegue se ve importunado por la reflexión, la cual comete por ello -como se dijo- cierto exceso que arruina la  intimidad al menos en el sentido del placer que la acompaña.
2.
Solo en el hombre sucede, por decirlo así, el problema de las  palpitaciones por ser el único que se halla en la expectativa y esperanza del  futuro[8]
Respecto a ese posible excedente o plus discursivo vamos a insistir  algo más acerca de cuál pueda ser el propósito de que Yorick haya -por decirlo así- "filosofado" en alto. Lo que  Yorick señala, a través del contraste entre la normalidad y la singularidad de  los acontecimientos que tienen lugar, es la diferencia, o mejor, la tensión  entre un fondo neutro de cotidianidad y la figura brillante de una situación  novedosa y excitante que quedaría concentrada literalmente en el «como» de  como solo hubiera podido procurársela la amistad...El artífice de la  situación no es otro que la veleidosa Fortuna, productora de una  trampa en la que los protagonistas, sin aparentemente haberlo elegido, han  caído. De modo que la presión que súbitamente causa esa tensión en el alma de  Yorick habría desencadenado aquella observación. Desencadenado, porque en algún  sentido se ha liberado algo, una fuerza coercitiva que compelía a nuestro  protagonista le ha forzado a hablar. De manera que, si algo ha traído consigo  esta primera parte del diálogo es lo que podría llamarse, en palabras de Michel  Foucault: «el beneficio del locutor». Luego, el mentado «beneficio» se  originaría por la acción de una fuerza que, violentando el alma, ha desatado una  reacción que consiste en la liberación de lo que a la luz de los efectos más  eminentes, es un discurso o lógos. Porque si bien es cierto -como ya hemos señalado- que los primeros síntomas eran  más bien groseros -rubor y  temblor-, estos quedaban  implícitos hasta que los explicitaban o soltaban las palabras de Yorick más bien  mediatamente, esto es, no necesariamente refiriéndose directamente a ellos sino  todo lo contrario: huyendo a otro plano de sentido. No obstante, en la medida  que aquel otro plano de sentido termina por sacarlos a la luz puede sospecharse  que exista entre ellos cierta comunidad -precisamente, de sentido- y es que, una vez interpretados son atraídos por aquel  lógos que los incorpora como partes constituyentes y tangibles del mismo.  El lógos aunque, a posteriori, ha revelado la forma implícita  discursiva de lo que antes estaba ya presente solo que carecía de ella, en el  sentido de que estaba privado de ella. Lo que ha ocurrido, entonces, es una  actualización de ciertas virtualidades del temblor y el rubor en cuanto que  instancias reveladoras de la pasión de Yorick, esto es, en tanto que lógos  manifestado en la materia. Porque, ¿cómo asegurar que a tales rubores y  temblores correspondían ciertos temores y expectativas? El discurso redime al  locutor al liberar la pasión no tanto en cuanto que sub-iectum material cuanto  como privación de una forma que acaba de culminarse, esto es, lo libera  en la medida en que es capaz de conferirle una forma que ya tenía. Justamente,  ha sido la reflexión la que ha revelado a la dama no tanto la pasión como hasta  que punto, en que grado a Yorick le había embarazado la aventura. Podríamos  hablar entonces no tanto de una materia que hubiera sido liberada por la forma,  cuanto de una forma por fin liberada, esto es, puesta en acto.
 Algunos piensan que la  naturaleza o la naturaleza de las cosas que son por naturaleza es el  constituyente primero en cada una de ellas, algo informe en sí mismo; así la  naturaleza de una cosa sería la madera y la de una estatua el bronce. Signo de  ello, dice Antifonte, es que si se plantase una cama y la madera en putrefacción  cobrase fuerza hasta echar un brote, no se generaría una cama sino madera, lo  que muestra que la disposición de las partes según las reglas solo le pertenece  accidentalmente mientras que la sustancia es aquello que permanece aunque esté  afectado continuamente por esa disposición[9].
Luego este lógos del que venimos hablando parece ser la consecuencia de que  el cauce fisiológico del embarazo se haya colmado, de manera que, de algún modo  oculto para nosotros y para los personajes mismos, el caudal de la pasión ha  saltado a una nueva cuenca una vez ha quedado saturada la primera. La  rentabilidad discursiva de este supuesto, a saber, que hay cierta comunidad,  cierto vínculo formal entre lo físico y lo discursivo, entre el verbo y  la carne no puede ocultar muy a su pesar su carácter problemático, esto es, la  difícil convivencia que cabe suponer entre los dos cursos, a saber: el de la  sangre acudiendo más a prisa a todas las venas...inflando ligeramente todas las  partes del rostro[10]; y, el  pensamiento, es decir, el significado que traen consigo aquellas palabras. Son  ambas cosas de muy distinta naturaleza. Y, sin embargo, una diría que la pasión  pudorosa de Yorick fluye por ambos canales y que una vez sobrepasa la  manifestación material reglamentaria de ese embarazo, pasa a confesarse, a  explicitar de algún modo su forma ya sí mensurable en sus  palabras. 
Retomemos brevemente lo que venimos diciendo. Si nuestros agentes hubieran  llegado a esta misma situación por la vía ordinaria, estas confianzas hubieran  requerido un tiempo prudencial y un tanteo sostenido y progresivo. Pero como no  ha sido así, se ha formado una especie de angostura espacio-temporal por  la que discurren violentamente torrentes de pasión que se manifiestan: de un  lado, físicamente en el embarazo de Yorick, cuyos síntomas -habituales en estos casos- han sido advertidos por la  dama; y por otro lado, discursivamente en la necesidad de hablar una vez  colmados los límites fisiológicos de expresión de aquella pasión. Y si en el  primer momento advertimos su existencia es solo durante este último momento  cuando descubrimos algo más de su naturaleza, eso que más arriba hemos llamado,  su forma. Porque al menos a bulto se distingue en las  imágenes recreadas por nuestro héroe algo de su figura, esto es, cabe  hacerse una idea de su consistencia. Esa forma que ahora se nos revela a  medias estaba ya ahí confinada desde el primer momento generando aquella cadena  de efectos fisiológicos que tenemos a la vista y que la siguen ahora en calidad  de garantes suyos.  
Por consiguiente y, si esto es así, está claro que las afecciones son formas  inherentes a la materia[11]
En el capítulo primero del libro I de De Anima y un momento antes de la definición citada, Aristóteles se pregunta si las afecciones del alma pertenecen al cuerpo que posee alma o si, por el contrario, hay alguna que sea en exclusiva del alma misma[12]. Unas líneas más abajo señala que en la mayoría de los casos se puede observar cómo el alma no hace ni padece nada sin el cuerpo, por ejemplo, encolerizarse, envalentonarse, apetecer, sentir en general[13]. Una vez concluida su inseparabilidad Aristóteles propone una metáfora geométrica que ilustra la peculiaridad de esta unión: como a la recta al alma le corresponden muchas propiedades en tanto que alma pero siempre se da en un cuerpo. La afecciones serían, entonces, el resultado y la prueba de ese vínculo, es decir, los padecimientos de un alma que se las ve en todo momento con un cuerpo. De modo que, el alma mueve al cuerpo, se sirve del cuerpo, usa el cuerpo cuando el agente padece. De ahí que las pasiones sean definidas por Aristóteles como formas o discursos inherentes en la materia <énuloi lógoi>. El alma hospedaría ciertos discursos en el cuerpo produciendo esos peculiares movimientos o alteraciones del alma que son las pasiones. Luego hay una formalización de la materia, una forma discursiva propia del cuerpo que es la pasión.
En el capítulo primero del libro I de De Anima y un momento antes de la definición citada, Aristóteles se pregunta si las afecciones del alma pertenecen al cuerpo que posee alma o si, por el contrario, hay alguna que sea en exclusiva del alma misma[12]. Unas líneas más abajo señala que en la mayoría de los casos se puede observar cómo el alma no hace ni padece nada sin el cuerpo, por ejemplo, encolerizarse, envalentonarse, apetecer, sentir en general[13]. Una vez concluida su inseparabilidad Aristóteles propone una metáfora geométrica que ilustra la peculiaridad de esta unión: como a la recta al alma le corresponden muchas propiedades en tanto que alma pero siempre se da en un cuerpo. La afecciones serían, entonces, el resultado y la prueba de ese vínculo, es decir, los padecimientos de un alma que se las ve en todo momento con un cuerpo. De modo que, el alma mueve al cuerpo, se sirve del cuerpo, usa el cuerpo cuando el agente padece. De ahí que las pasiones sean definidas por Aristóteles como formas o discursos inherentes en la materia <énuloi lógoi>. El alma hospedaría ciertos discursos en el cuerpo produciendo esos peculiares movimientos o alteraciones del alma que son las pasiones. Luego hay una formalización de la materia, una forma discursiva propia del cuerpo que es la pasión.
Pero, entonces, es lícito preguntarse si esta relación puede ser pensada en  sentido contrario, a saber, si puede hablarse de una materialización de la  forma de modo que sea el cuerpo en cuanto tal cuerpo el que realice o  materialice el alma. Pues, del mismo modo parece que las afecciones del alma  se dan con el cuerpo[14]. Hay,  pues, no solo un uso del cuerpo por parte del alma sino un anuncio, un anticipo  en la funcionalidad del cuerpo de aquella recurrencia del alma. Porque si bien  el inteligir parece algo particularmente exclusivamente de ella [del  alma](...) esto siquiera podrá tener lugar sin el cuerpo si es que se trata de  un cierto tipo de imaginación o de algo que no se da sin imaginación[15]. Luego, en la imagen  reconocemos, entonces, el vaso comunicante que posibilitaba aquel salto  vertiginoso del fluir de la sangre al discurrir del pensamiento,  el retoño oculto del verbo y la carne.  
3.
...en vez de sensaciones,  el alma discursiva utiliza imágenes.[16]
La retórica, sin embargo, parece que puede establecer teóricamente lo que es convincente en -por decirlo así- cualquier caso que se proponga, razón por la cual afirmamos que lo que a ella concierne como arte no se aplica a ningún género específico.[17]
La retórica, sin embargo, parece que puede establecer teóricamente lo que es convincente en -por decirlo así- cualquier caso que se proponga, razón por la cual afirmamos que lo que a ella concierne como arte no se aplica a ningún género específico.[17]
Hemos ido viendo que este acontecer de la pasión en el alma se manifiesta en  principio de dos maneras: de un lado, un modo rigurosamente fisiológico como  un movimiento de tal cuerpo o de tal parte del cuerpo producido por tal causa  con tal fin[18] del que -dice Aristóteles- tendría que ocuparse el físico  en calidad de estudioso de los movimientos de la materia. Pero además,  como tal objeto, sólo que en otro aspecto, puede asimismo ser investigado con un  interés dialéctico, de modo que se determine su forma específica y su  definición[19]. Se trataría,  entonces, de dos aspectos en principio incomunicables de la misma cosa hasta el  punto que se hace necesario disociarla en dos objetos bien distintos si es que  van a ser tratados desde dos ciencias enteramente diversas: la Física y la  Dialéctica. Continuando el símil propuesto por Aristóteles en este pasaje: El  uno habla de piedras, ladrillos y maderas mientras el otro habla de la forma  específica que se da en éstos en función de tales fines.[20]  
Por cierto que ya nos topamos con algo semejante al comprobar la disparidad de naturaleza entre aquellos dos cauces en que se exteriorizaba la pasión. Volviendo al principio recordaremos que la dama se encuentra todavía cogida de la mano de Yorick y acaba de vislumbrar algo de la naturaleza del embarazo que aquél está padeciendo precisamente a través de una reflexión que -según nuestra temeraria hipótesis- parecía nacer de la pasión misma, esto es, que manifestaba todavía la forma de esa pasión en cuanto que estaba siendo sufrida por el agente. Aquella señora no le tomaba el pulso a Yorick ni trataba de indagar mediante una definición adecuada la forma específica que la distinguiese de otras pasiones, sino que por el momento más bien se orientaba interpretando las palabras de aquél, descubriendo no solo -como se ha dicho- que el embarazo era grande sino un algo más, un plus que va a ser inmediatamente explicitado por el propio narrador y que ya citamos arriba:
Por cierto que ya nos topamos con algo semejante al comprobar la disparidad de naturaleza entre aquellos dos cauces en que se exteriorizaba la pasión. Volviendo al principio recordaremos que la dama se encuentra todavía cogida de la mano de Yorick y acaba de vislumbrar algo de la naturaleza del embarazo que aquél está padeciendo precisamente a través de una reflexión que -según nuestra temeraria hipótesis- parecía nacer de la pasión misma, esto es, que manifestaba todavía la forma de esa pasión en cuanto que estaba siendo sufrida por el agente. Aquella señora no le tomaba el pulso a Yorick ni trataba de indagar mediante una definición adecuada la forma específica que la distinguiese de otras pasiones, sino que por el momento más bien se orientaba interpretando las palabras de aquél, descubriendo no solo -como se ha dicho- que el embarazo era grande sino un algo más, un plus que va a ser inmediatamente explicitado por el propio narrador y que ya citamos arriba:
Cuando nos encontramos en  la situación que deseábamos, nada es más inoportuno que pararse a reflexionar  sobre las circunstancias del caso.
Las palabras de Yorick le habían dado a la dama la medida de la pasión a la  que él se ha visto expuesto en razón de la aventura y son, por ello, no solo un  efecto del embarazo de su compañero sino el dato que le permite,  de algún modo, distinguir sus dimensiones así a bulto, lo cual le ha de  servir a nuestra dama para ponerse en situación, es decir, para tantear su  sentido. Las palabras que ahora escribe el narrador confirman la  precedencia de aquel deseo en el tiempo pero también su primacía  en otro orden. En efecto, la actividad de la reflexión cuando lo que vivimos  era eso mismo que deseábamos vivir resultaba -como vimos- inoportuna. En principio, se diría que primero nos  encontramos en la situación que deseábamos y después nos paramos a reflexionar  sobre ella. Primero deseamos y luego reflexionamos de manera que, esa situación  deseada pasa a ser el objeto de nuestra reflexión. Pero así no se entiende  demasiado bien cómo habríamos de encontrar inconveniente la segunda porque  obstaculiza o traba la primera. Así descrito el proceso recuerda más bien a  aquella inversión de la que hablamos más arriba a propósito de los filósofos  ingleses y donde el deseo figuraría meramente -como allí hiciera la pasión- como una suerte de materia a  la que la reflexión como proceso mental da forma arrojando tras ello un producto  acabado que es el deseo ya consciente de su "deseidad". 
Y, sin embargo, de esta misma secuencia de cosas bien podría desprenderse una  interpretación más interesante para nuestro argumento y es que parecería que  -subjetivamente- Yorick solo advierte que está  en la situación deseada precisamente al confesar el cumplimiento de su deseo.  Solo entonces le da sentido y se hace una idea del goce de aquel bien que  ahora ha quedado congelado como una imagen en sus meditaciones.
Llamo «sentido» no al  designio mismo sino al vector que presidido ya sea por un designio, ya sea por  un deseo, ya sea por un temor o cualquier otra inclinación del alma, coordina,  polariza y reúne en una misma configuración unitaria y dirigida todos los actos,  todas las percepciones que forman el contexto habitual o necesario de tal  inclinación[21]
El «vector» que orienta en torno suyo todos los actos, todas las percepciones  que forman el contexto habitual y necesario de tal inclinación es aquello que  implícitamente ya estaba y que nuestro protagonista solo halló al escuchar sus  propias palabras. Era precisamente eso lo que provisionalmente estaba dado en su  exhibición puramente física y que, una vez declarado a través de cierta  analogía, esto es, en el despliegue de su figura discursiva se visibiliza con  claridad. Pero esta visibilización del deseo se producía siempre a costa de  arruinar algo, de manera que para no arruinarlo del todo se desplazaba y  extraviaba el discurso intencionalmente. Así, la confesión misma consistía en  una toma de distancia respecto a la pasión que en esta ocasión se triplica,  cuando el narrador reflexiona sobre la reflexión de la dama acerca de su  reflexión multiplicando la imagen como en una sala de espejos de modo que el  disparo sólo alcance al cristal oscurecido de uno de ellos. Y, sin embargo, es  su imagen la que se reconoce y la que había estado orientando en todo momento  todos los actos, todas las percepciones y confiriéndoles una forma  unitaria. 
Tres cosas en el alma rigen la acción y la verdad: la sensación, el entendimiento y el deseo. De ellas la sensación no es principio de acción alguna y esto resulta claro por el hecho de que los animales tienen sensación, pero no participan de la acción. Lo que en el entendimiento son la afirmación y la negación son en el deseo la persecución y la huida[22].
La alternativa «perseguir/huir» presente cuando el deseo orienta la acción en  los términos implícitos que hemos señalado se presenta aquí en relación de  correspondencia con el binomio «afirmación/negación» cuando lo que rige la  acción explícitamente es el entendimiento. Dicha correspondencia podría estar  implicada en la funcionalidad paralela que cuerpo y discurso mantienen en lo  tocante a la manifestación de la pasión. Ambos eran -como se dijo- canalizadores de la misma y  por eso, según lo citado ahora, regidores o conductores de la acción.  Continuando la cuestión encontramos en De Anima un pasaje análogo: 
...cuando lo percibido es  placentero y doloroso, la facultad sensitiva -como si de este modo estuviera afirmándolo o negándolo- lo persigue o se aleja de ello[23].    
El deseo orienta la acción mediante la huida o la persecución y el  entendimiento mediante la afirmación o la negación, pero todavía podemos  investigar un momento previo y decisivo que pertenece a esa cosa que rige la  acción en el alma sin constituir -no obstante- su principio. La sensación abre el camino del deseo  resolviendo si lo percibido es placentero o doloroso y suscitando en el alma, al  menos de ese modo positivo, la condición de posibilidad de la pasión y mediante  ella de la acción. 
   Porque las pasiones son  las causantes de que los hombres se hagan volubles y cambien en lo relativo a  sus juicios en cuanto que de ellas se siguen pesar o placer[24]
Esta secuencia que va desde la sensación a la acción misma y que pasa por la  pasión es, entonces, el producto de hilar placeres y pesares que aparecen cada  vez con más fuerza como la sustancia vinculante entre las palpitaciones del  cuerpo y las esperanzas del alma. Más arriba hablamos de la imagen como entidad  posibilitante de aquella comunidad de desemejantes que encontramos a propósito  de la manifestación de la pasión. Y es que una vez definida por Aristóteles la  imagen como una sensación debilitada[25]- y  presentada la facultad sensitiva como sismógrafo del placer, parecería  fundado sospechar unas relaciones bien estrechas entre la imagen y el  placer que revelando extraviadamente lo que quedaba oculto en el alma  quedarían, posiblemente, a la base de cierta hermenéutica cuyo objeto sería la  pasión como pasión y que, como tal investigación, se distingue de aquellas otras  que separaban uno de sus aspectos como género específico de estudio. De ahí que  dicha hermenéutica, si bien carece de la precisión de tales conocimientos  acceda, en cambio, a la interpretación en -por decirlo  así-  cualquier caso que se proponga. Por ello, su objeto no son ni los  movimientos de las partes del cuerpo ni la definición y forma específica de la  pasión sino más bien todo lo contrario, a saber: su sentido.
Puesto que la retórica tiene por objeto <formar> un juicio (...) resulta así necesario atender a los efectos del discurso, no solo a que sea demostrativo y digno de crédito, sino también a cómo <ha de presentarse> uno mismo y a cómo inclinará a su favor al que juzga...[26]
Una hermenéutica de esta clase cuya facultad interpretativa se dirija a la  producción de sentido, esto es, de convicción <pistis> que  pudiendo establecer teóricamente lo que es convincente es lo que Aristóteles  entiende por «retórica». Su naturaleza es, como se ha venido venir, de carácter  híbrido: de manera que acontece a la retórica ser como un retoño  <paraphuês> de la dialéctica y de aquel saber práctico sobre los  caracteres al que es justo llamar política[27]. Se trata, pues, no de una epistéme sino  de una téchne, razón por la cual afirmamos que lo que a ella concierne  como arte no se aplica a ningún género específico. 
4.
El «tiempo adquisitivo»  es un tiempo tenso, porque cada instante está en función del anterior y el  posterior; es un tiempo con sentido porque en el se cumplen los valores, se  persigue una meta, su trecho recorre en consecuencia por un «todavía-no» y se  corona en un «ya». Inversamente el tiempo consuntivo es distenso, ya que en él  cada instante está en sí mismo -no en función de otros-; es un tiempo sin sentido ya que en su seno se gozan los bienes,  no se persigue fin alguno; y, finalmente, su trecho corre por un «todavía» y  cesa o fenece en un «ya no».[28] 
En el primer parágrafo de este escrito hablamos de dos maneras de comprender ciertos procesos con ocasión de un texto de Laurence Sterne. Encontrábamos allí la diferencia entre dos formas de concebir la "experiencia" de la pasión de acuerdo a dos procesos relacionados entre sí inversamente y que más tarde consideramos que eran los vinculados por el propio narrador al deseo y a la reflexión como dos actividades que en cierto modo se obstaculizaban. Pero, si la reflexión trababa el deseo lo hacía en la medida en que pretendía interpretar la pasión invirtiendo cierto orden de cosas de modo que concedía la primacía a lo que de suyo sólo estaba destinado a un papel secundario. Esos dos sentidos posibles para -lo que allí de denominaba no técnicamente- proceso corresponden a dos sentidos para la actividad ya sea esta productiva o adquisitiva, ya sea práctica o consuntiva.
La hipótesis que con mucha precaución quisiéramos siquiera glosar es la de  que aquellas dos maneras de contar el proceso de la pasión posibilitan en verdad  dos modos de comprender qué sea una actividad en el sentido en que Aristóteles  distingue las actividades que se consuman en sí mismas y que configuran el  ámbito de la acción <práxis>, cuya disposición a la verdad es la  prudencia <phrónesis>; y aquellas otras implicadas en  procesos adquisitivos, esto es, cuyo fin es arrojar al mundo cierto producto,  que definen el campo de la producción <poiesis> y cuya virtud es la  téchne.
Precisamente en el apartado anterior hemos dicho que el objetivo de la  retórica como técnica es formar un juicio. Pensemos en la referencia a  nuestro filósofo inglés, porque en su descripción de la pasión aquella termina  por configurarse -tras  cierto proceso de formación o técnica mental oportunamente descrita- como idea tan vivaz de la  pasión que al instante la convierte en esa misma pasión. Reconocemos en  ambos, por lo tanto, la descripción de procesos adquisitivos donde se pone en  juego un tiempo tenso, porque cada instante está en función del anterior y el  posterior; en efecto, puesto que se persigue una meta, su trecho recorre  en consecuencia por un «todavía-no» y se corona en un «ya». El «sujeto» ya  está convencido, el «yo» ya ha adquirido la idea. E, incluso, aquel discurso de  Yorick no es sino el producto y el resultado de transformar y violentar aquella  pasión sentida y compartida en intimidad con la gentil dama cuya protesta,  seguramente, tiene mucho que ver con la imposición de esta lógica y de este  tiempo adquisitivos que ha logrado arruinar la continuación de aquella sensación  y el placer que procura su consumación. 
    La visión parece ser  en cualquier momento acabada: no carece en efecto de nada que produciéndose  después, perfeccione su forma. En esto se le parece el placer que es también un  todo completo y en ningún momento podría tomarse un placer tal que prolongándose  en el tiempo perfeccione su forma[29]
La reflexión de Yorick arruina el tiempo consuntivo o -por decirlo con Rafael Sánchez  Ferlosio- el sin sentido  de aquel goce de encontrarse cogido de la mano con aquel desconocido. Y lo mismo  que es inverso el proceso iniciado por Yorick con su reflexión, asimismo es  inverso al adquisitivo el tiempo consuntivo de aquella intimidad que es  distenso, ya que en él cada instante está en sí mismo -no en función de  otros-;  en él, no se persigue fin alguno; y, finalmente, su trecho corre por un  «todavía» y cesa o fenece en un «ya no». «Ya no» - ha pensado la dama cuando  Yorick ha necesitado por alguna razón rentabilizar aquellos goces y  transformarlos en valores. El obstáculo que la reflexión deposita ante el  deseo procede de un cambio en el tiempo y en la lógica de la acción que se torna  de consuntiva en adquisitiva, arruinando el placer propio de aquella actividad  para producir lo que hemos venido llamando: el «beneficio del locutor».  Beneficio, porque aquel «valor» ya sí es intercambiable en el mercado explícito  de la conversación mundana y que solo se consigue al precio de pisotear las  frágiles flores de la intimidad naciente entre Yorick y la dama. Y, por eso la  mención del filósofo inglés, porque en su descripción de la pasión también  aquella idea vivaz se torna concepto intercambiable esta vez en el  mercado filosófico del momento.
    Pero quizá hay otra razón  que torna gratificante para nosotros el formular en términos de represión las  relaciones del sexo y el poder: lo que podría llamarse el beneficio del locutor.  Si el sexo está reprimido, es decir, condenado a la inexistencia y al mutismo,  el solo hecho de hablar de él y de hablar de su represión, posee como un aire de  trasgresión deliberada.[30]
El mentado beneficio del locutor -cuyo espíritu cabría, en algún sentido, reconocer a través  de la lógica adquisitiva presente en los casos descritos- mercantiliza por completo en  otros asuntos aquel placer definido por Aristóteles como perfeccionamiento o  acabamiento de la actividad <enérgeia>[31], introduciendo un principio competitivo -el agón-  que trae consigo los peores rasgos de  la necesidad[32] y que  convierte aquel placer en mera satisfacción. De ahí que sea posible la elección  de ciertas formas de vida que se basan en la pura trasgresión  deliberada   y que quizás -aunque  esto no vamos a justificarlo aquí-  tengan algo que ver con aquella diferencia entre "creerse" las ficciones de la  suerte o, más bien, las de la casualidad y, por lo tanto, preferir las historias  de acción a las de conspiración.
[*] Vanessa  Ripio Rodríguez es licenciada en Filosofía y  en Bellas Artes y actualmente cursa estudios de doctorado en la Facultad de  Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid
Bibliografía
ARISTÓTELES
-De Anima, Gredos, Madrid,  1994.
-Ética a  Nicómaco, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2002.   
-Física,  Gredos, 1995.
-Partes de  los Animales, Gredos, 1993.
-Retórica, Centro de Estudios Políticos y  Constitucionales, 1999.
AUBENQUE, P. 
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DESCARTES, R., Las Pasiones del Alma, Aguilar, Barcelona, 1981.
HUME, D., Tratado de la  naturaleza humana,  Tecnos, Madrid, 1990.
ITARD, J., Memoria e informe sobre Victor de l´Aveyron (traducción y  notas de Rafael Sánchez Ferlosio), Alianza, Madrid, 1982.
FOUCAULT, M., Historia de la Sexualidad. Vol. I., Siglo XXI,  Madrid, 1978.
SÁNCHEZ FERLOSIO, R., El alma y la vergüenza, Destino, Barcelona,  2000.
STERNE, L., Viaje sentimental, Austral, Buenos Aires, 1943.
Notas:
[1]  Determinar el sentido del planteamiento aristotélico de la pasión como razón  inmanente [lógos énulos]. Responder razonando la respuesta a la pregunta  siguiente: ¿cabe establecer en Aristóteles algún enlace significativo entre  pasión [páthos], convicción [pistis] y virtud  [areté]?
[2]  AUBENQUE, P., El Problema del Ser en Aristóteles, Taurus, Madrid, 1984,  p. 401.
[3] STERNE,  L., Viaje sentimental, Austral, Buenos Aires, 1943, p.29.
[4]  Ibid.
[5]  ARISTÓTELES, Física, B 6, 197 a36-197 b20.
[6] HUME,  D., Tratado de la naturaleza humana, Tecnos, Madrid, 1990, libro III,  parte I, secc. i «Del origen de las virtudes y vicios naturales», p. 576.  
[7] HUME,  D., Ob. cit., libro II, parte I, secc. xi «Del ansia de fama», p. 320.
[8]  ARISTÓTELES, Part. An., III 7, 669a 19-21.
[9]  ARISTÓTELES, Física, B 1, 193a 9-17.
[10]  DESCARTES, R., Las Pasiones del Alma, Aguilar, Barcelona, 1981, Art. 115,  p.146.
[11]  ARISTÓTELES, De Anima I, 1 403a 24-25.
[12]  Ibid., 403a 4-5.
[13]  Ibid., 403a 6-7.
[14]  ARISTÓTELES, De Anima I, 1 403a 15-16.
[15]  Ibid., 403a 7-9.
[16]  ARISTÓTELES, De Anima III, 7 431a 14-15.
[17]  ARISTÓTELES, Retórica I, 2.1 1355b 25-34.
[18]  ARISTÓTELES, De Anima I, 1, 403a 25-27.
[19]  Ibid., 403b 1-2.
[20]  Ibid., 403b 5-6.
[21]  SÁNCHEZ FERLOSIO, R., Nota 3 p. 128 en ITARD, J., Memoria e informe sobre  Victor de l´Aveyron (traducción y notas de Rafael Sánchez Ferlosio),  Alianza, Madrid, 1982.
[22]  ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, VI, 2, 1139a 21 y ss.
[23]  ARISTÓTELES, De Anima III, 7 431a y ss.
[24]  ARISTÓTELES, Retórica II, 1.3 1378a 19-22.
[25]  ARISTÓTELES, Retórica I, 11, 1370a 28.
[26]  ARISTÓTELES, Retórica II, 1.1 1377b 20 y ss.
[27]  ARISTÓTELES, Retórica I, 2.3 1356a  25-28.
[28]  SÁNCHEZ FERLOSIO, R., El alma y la vergüenza, Destino, Barcelona, 2000,  pp. 481-482. 
[29]  ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, X, 4 1174a 14 y ss.
[30]  FOUCAULT, M., Historia de la Sexualidad. Vol. I., Siglo XXI,  Madrid, 1978, p.13.
[31]  «Porque los placeres no son ni implican procesos, sino actividades  <energeiai>, ni se originan cuando estamos haciéndonos o llegando a ser  algo sino cuando estamos ejecutando alguna facultad y el fin no es en todos algo  distinto de ellos sino solo en los que conducen al perfeccionamiento de la  naturaleza. Por eso no es exacto afirmar que el placer es un proceso perceptible  sino más bien que es una actividad de la disposición natural y, en lugar de  perceptible sin trabas» [ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, VII, 12 1153a 8 y  ss.]
[32]  SÁNCHEZ FERLOSIO, R., El alma y la vergüenza, p. 484.

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