domingo, 13 de noviembre de 2011

La tristeza en la cultura

VICENTE VERDÚ
http://www.elpais.com/articulo/cultura/tristeza/cultura/elpepicul/20111110elpepicul_5/Tes
Un manto de grisalla planea sobre el mundo de la cultura. No llega a ser un malestar demasiado concreto, como en otros tiempos aciagos, pero planea como una sombra que apenas deja de entorpecer la vitalidad cultural.
El módulo siguiente será mejor. A la quiebra absoluta nunca puede suceder otra quiebra más
Si la situación, tanto financiera como material, atraviesa uno de sus peores momentos de los últimos cien años, ¿cómo no iba a encontrar su paralelo en la producción espiritual?
Un sector y otro, las fábricas y los estudios de arquitectura, las cadenas de fabricación industrial y los eslabones de la literatura, el cine, la pintura o el videoclip, han terminado enlazados a través de la informática y engullidos por el sistema capitalista que todo lo acapara y oscurece con su abrazo gangrenado todo lo que consigue alcanzar.
En otros tiempos se tenía la esperanza, no abandonada todavía, de que de las crisis y su evolución nacería un mundo mejor, vistoso y lúcido al mismo tiempo. Progresivo en cualquier caso. Nadie descarta todavía un renacimiento porque en el presente juego de estafas y mentiras, siempre bajo el anuncio de hallarnos "al borde del abismo" puede desenlazarse -como en el Evangelio de San Mateo- la victoria del bien sobre el mal.

De tal manera, que la gran narración de nuestra época no la elaboran los libros ni los videojuegos, sino la superstición la magia, la realidad hecha ficción en una superproducción de plató planetario.
El hecho, en fin, de que no lleguemos a comprender nada respecto a la realidad, magnitud y duración de esta gran crisis, como reconoce el premio Nobel de Economía 2001, Joseph Stiglitz, permite creer que acaso nos hallamos ante el desarrollo de una gran función beckettiana, que si no llegamos a descifrar con la razón, la emoción nos lo dice todo.
La inspiración principal de tal magna obra teatral sería la poética sagrada del caos. A su lado o en su entorno, cualquier obra de la "cultura" convencional aparece como una menuda linterna que la gran bomba atómica de la crisis acaba oscureciendo, demediando y empujando a desaparecer.
Los que más leen, leen hoy tan solo a los buenos autores muertos. Buenos todavía porque no han perdido el relumbre de sus cenizas y muertos, gracias a Dios, porque no enferman por falta de liquidez. Se libran de las aguas turbias que han de beber los autores actuales y no malviven en un universo amenazado a todas horas por el apagón total.
Puede ser, efectivamente, que la poscrisis propicie un mundo de brillantes materiales inéditos, que cunda una nueva inventiva al modo de las vanguardias y su fecunda derivación histórica.
Puede ser, incluso, que esta tristeza casi excrementicia en la que habita la creatividad se convierta en el abono de una plantación de hojas lucientes. Casi todo puede ser, puesto que la característica más significativa de esta hecatombe es que todo lo que parecía imposible puede ocurrir. Todo lo que parecía malo puede ser peor y aun letal.
A partir de esta secuencia, cuando se llegue por fin al límite de la extremosidad, el módulo siguiente será necesariamente mejor. A la quiebra absoluta nunca puede suceder otra quiebra más. La quiebra exacerbada sería la quiebra de la quiebra y entre las cenizas de los destrozos nacerá el inocente y anhelado "tallo verde".
Finalmente, de la misma manera que si de la tristeza mediocre en la que boga la cultura no puede esperarse nada importante cabe esperar que si esa tristeza se maximiza, se recrudece, mineraliza y craquela nazcan fragmentos de cuarzo al modo de Superman returns y, con ellos, una potencia que inaugure una nueva sin angustias ni sistemas de calamidad.
Dicho esto, "el que no se consuela es porque no quiere".

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