miércoles, 25 de enero de 2012

Desmontando a Valle-Inclán

La leyenda del gallego hiperbólico

http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/30389/Desmontando_a_Valle?Inclan

 

Hoy, el Teatro María Guerrero de Madrid estrena por segunda vez en su historia Luces de Bohemia, la gran obra del teatro español del siglo XX que concentra la peripecia vital y las ambiciones artísticas del creador más singular que dio esa centuria. Genial inventor de sí mismo, Valle fue la “mejor máscara de pie” que paseaba por la calle de Alcalá (Gómez de la Serna), entre aromas de leyendas y aventuras imposibles. El Cultural deconstruye la personalidad del genio y lo que su vida tuvo de verdades y quimeras gracias al dramaturgo García May. También nos adentramos en la complejidad escénica de Luces de Bohemia, recordamos sus problemas con la censura y descubrimos, con los herederos del autor y sus máximos especialistas, los próximos inéditos que nos van a deslumbrar.


“Esto es el oeste, señor. Cuando la leyenda supera a la realidad, se imprime la leyenda”·. Esta cita lapidaria, una de las más famosas de la historia del cine, se pronuncia en un formidable western de John Ford, El hombre que mató a Liberty Valance, y resume una profunda y elegíaca reflexión sobre la naturaleza de la verdad en la construcción de los mitos sociales. Pero también podría servir como epitafio de Ramón del Valle-Inclán, dramaturgo, poeta, novelista, polemista, acaso el mayor escritor en lengua española de todos los tiempos, dicho sea con el respeto debido a nuestro otro gran manco literario.

Los personajes de la película de Ford eligen la leyenda después de conocer la realidad y nosotros sabemos hoy de Valle prácticamente todo gracias, entre otras investigaciones, a los artículos meticulosos de la revista Cuadrante, a la prodigiosa Biografía cronológica de Juan Antonio Hormigón, o a los estudios pacientes y apasionados de los mejores hispanistas (Doménech, Milner Garlitz, Allegra, Díaz -Plaja, y tantísimos otros). Pero me malicio que si la leyenda del Gallego Hiperbólico se ha perpetuado tanto se debe más a la clásica pereza intelectual del teatro español que a una elección consciente entre el Valle mítico y el histórico. Aún prevalece la imagen del autor como extravagante energúmeno de melena merovingia, verbo ampuloso e ideología reaccionaria, como si alguna de las múltiples caricaturas con las que en vida fue retratado hubiera usurpado su lugar: Valle reemplazado por su ultracuerpo.

Le corresponde a Gómez de la Serna el honor de haber sido el Saulo en la religión de Valle-Inclán: suya es la descripción del autor como máscara que luego se repetiría hasta la náusea. Tampoco podemos obviar la responsabilidad del propio Valle en el sostenimiento de su leyenda. Su relación con la prensa es reveladora: por un lado presiente la importancia que los medios llegarían a tener mucho antes de que eso suceda; por otro, el menosprecio hacia el oficio del reportero (como periodista puro en oposición al literato que escribe para los periódicos) parece invitar al ejercicio de la boutade.

Ramón José Simón Valle Peña nació en 1866 en Vilanova de Arousa, dentro de la pontevedresa comarca del Salnés que luego evocaría en algunas de sus obras. Pese a que esto causará un disgusto a más de un docente de instituto (y hasta de universidad), es preciso anotar aquí que jamás se llamó Ramón María; este nombre se lo puso Rubén Darío en su balada laudatoria, que es, por cierto, de lo más cursi. El apellido compuesto Valle-Inclán era el de un bisabuelo paterno y lo utilizó por primera vez, como rasgo de identidad literaria, cuando ya había cumplido los veinticinco años. Tampoco su infancia fue hidalga ni bradominesca. Su padre, a la sazón concejal del ayuntamiento, era un hombre políticamente muy activo y claramente inclinado hacia posturas progresistas; llegó a ser alcalde de Vilanova y hasta fundó un periódico.

El antecedente paterno cobra particular interés al analizar uno de los aspectos de Valle que más han confundido a los historiadores: sus a menudo contradictorios posicionamientos ideológicos. Durante el franquismo se avivó la imagen de un Valle carlista y linajudo, rasgos que, unidos a la afición del escritor por el ocultismo, permitían excusar y hasta ridiculizar como mero producto de la excentricidad sus declaraciones y actitudes más radicales y peligrosas. Es cierto que el contacto del autor con el carlismo fue prolongado y complejo, de lo cual dan fe la Sonata de Invierno, la comedia bárbara Cara de plata o novelas como El resplandor de la hoguera. Como además elogió a Mussolini en una entrevista (“Ahora nos ha venido fascista de Italia”, comentó al respecto García Lorca), la impresión de un Valle ultramontano quedaba servida.

Lo cierto es que el dramaturgo gallego fue, a imagen y semejanza de su padre, un hombre de talante progresista, y hasta podría afirmarse que más de una vez se decantó por lo abiertamente revolucionario. “Todo español tiene miedo hoy día”, declaró en una entrevista de 1929 que resulta estremecedoramente actual, “porque resulta que todo español es dueño de cuatro pesetas y con ellas ha adquirido el miedo burgués. (…) Yo puedo gritar porque no tengo nada. (…) Como no tengo nada, soy como un anarquista”. La mención específica del anarquismo que el gallego hace en esta declaración periodística no debe considerarse una mera ligereza: Valle demostró a lo largo de su vida una pertinaz resistencia a todo tipo de autoridad. Sus críticas montaraces a Alfonso XIII y a Primo de Rivera le costaron más de un disgusto, e incluso una detención en la Cárcel Modelo de Madrid.

Su pobreza bohemia forma parte también de la leyenda: si bien en años jóvenes pasó periodos de precariedad, hacia el final de su vida gozaba de una tranquilizadora estabilidad económica. También se ha exagerado en anécdotas su fama de camorrista. Entre las personas que le trataron de cerca aparece por sorpresa, pero unánimemente, un Valle elegante, tierno, cordial y de intachable urbanidad. Y sin embargo tampoco es que fuera un santo varón: su negativa a asistir al entierro de María Guerrero, los ataques despóticos contra algunos colegas, o los dolores de cabeza que le provocó a Azaña después de que éste le buscara un cargo a medida revelan otro Valle más, éste mezquino y caprichoso.

En su western, Ford hace una trampa sutil: los personajes aseguran preferir lo legendario, pero lo que la película cuenta es la historia auténtica de lo que sucedió con el forajido del título. Descubrimos entonces que la verdad es más interesante que la ficción. Tampoco Valle necesita el decorado más bien chocarrero de las anécdotas para resultar atractivo: su realidad, como la que se esconde tras la muerte de Liberty Valance, fue extraordinaria. ignacio garcía may

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