Jonathan Franzen: "Internet es el tabaco del siglo XXI"
El escritor publica 'Más afuera' y dice sobre Twitter que "ver la foto del plato de alubias de un amigo en Los Ángeles no es ningún avance"
Las claves
- David Foster Wallace
"David estaba enfermo, sí, y en cierto sentido la historia de mi amistad con él es sencillamente que yo quería a una persona mentalmente enferma. Después, la persona deprimida se quitó la vida, de un modo calculado para infligir el máximo dolor a aquellos que más lo querían y (...) nos quedamos con una sensación de rabia (... ) El establishment literario, que nunca había seleccionado siquiera uno de sus libros entre los candidatos a un premio nacional, ahora lo declaraba unánimemente un tesoro nacional perdido" - La ecología
"Cada primavera llegan unos cinco mil millones de aves procedentes de África para criar en Euroasia, y cada año la friolera de mil millones son eliminadas deforma intencionada por los humanos, sobre todo en las rutas del Mediterráneo" - La separación
"Una vez roto el sello hermético de mi matrimonio, las cosas se desmoronaron enseguida (...) Debería haber sido divertido y liberador, pero aún me sentía atrozmente culpable. Para mí la lealtad, sobre todo a la familia, es un valor fundamental. La lealtad hasta la muerte siempre había dado sentido a mi existencia"
Gran noticia: Jonathan Franzen sabe escribir corto. El volumen de ensayos Más afuera, que acaba de publicar Salamandra y Columna, tiene algunos textos incluso de tres miserables páginas. El autor de las monumentales Las correcciones o Libertad es la estrella de la 26.ª edición de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, la gran cita mundial de la edición en lengua española. Franzen (Western Springs, 1959) concedió una entrevista a este diario en un reservado del hotel Hilton.
Habla en su nuevo libro del fracaso de su matrimonio, del suicidio de su amigo íntimo David Foster Wallace, de sus propios complejos y estados depresivos... ¿No se habrá usted desnudado demasiado?
Habla en su nuevo libro del fracaso de su matrimonio, del suicidio de su amigo íntimo David Foster Wallace, de sus propios complejos y estados depresivos... ¿No se habrá usted desnudado demasiado?
Sucede algo extraño o paradójico: explicar ese tipo de cosas tiene un efecto protector. Cuando pones tu vida sobre papel, dejas de obsesionarte por ella, porque al haberlo escrito ya no tienes que darle más vueltas. Se forma un escudo protector. Si no, la gente puede especular de manera intrusiva sobre tu vida privada.
En esta miscelánea hay tres textos que parecen ficción: Más afuera, donde se va usted a la isla de Robinson Crusoe a esparcir las cenizas de Foster Wallace; Avispones, donde explica cómo, cuando no tenía dinero, se instalaba en casas de otros; y Entrevista con el estado de Nueva York, donde narra de forma dialogada sus tratos con los responsables de la zona.
Escribir ficción es como ser un mago, puedes utilizar todos los trucos que quieras para que las cosas cuadren y maravillen, mientras que en la no-ficción tienes que atenerte a los hechos, y estos no son tan redondos como te gustaría. Pero, a veces, la historia parece un cuento, y eso es sensacional. Tal vez gracias a una anécdota al final de cinco semanas de espera, como cuando pica un pez.
Hay dos ejes temáticos en la obra: la literatura -varios textos son reseñas de libros- y los viajes: China, Chipre, Chile...
Lo que unifica este libro es que es sobre el amor, en todas sus formas. La mayoría de mis viajes están motivados por mi activismo ecologista en favor de los pájaros, que es la forma de amor más intensa y constante que ha habido en los últimos años de mi vida.
Usted dice que un escritor debe enfrentarse siempre a la vergüenza, la culpa y la depresión. ¿Cuál de estos tres sentimientos es más fuerte en usted?
Cuando no escribo, los tres. Al escribir, la vergüenza sobre mí mismo es particularmente intensa: pienso que no tengo amigos, que no soy capaz de hacer muchas cosas, que vivo aislado... forma también parte, un poco, de la depresión. Pero un escritor se sobrepone a todo eso escribiendo.
¿Es su terapia?
Me resisto a esa idea tan americana de identificar la escritura con una terapia. La terapia persigue un cambio, busca un comportamiento funcional de la persona, y yo solo tengo un objetivo literario: expresar ciertas cosas. Todo puede ser terapéutico: una conversación con un amigo... Pero eso no es más que una metáfora.
¿De qué siente vergüenza?
Bueno... de estar tan preocupado por los pájaros cuando en el mundo existen tantos problemas graves que afectan a los seres humanos. Me avergüenza también haber utilizado un momento tan íntimo como esparcir las cenizas de mi amigo para hacer un libro y parecer brillante. O haberme casado tan pronto y tener poca experiencia sexual... Muchas cosas.
Usted es la viva imagen del escritor de éxito, pero en el libro vemos los años que pasó sin dinero, sintiéndose fracasado...
Espero no acostumbrarme nunca al éxito, sería horrible sentirse un triunfador. Flannery O'Connor dijo que ser escritor es sentir atracción hacia los pobres, porque nuestro tema es la pobreza de las almas. Tienes que estar en contacto con el sufrimiento o, si no, dejas de escribir bien.
Critica los móviles, internet... Le llamarán tecnófobo.
Me preocupa la intensa relación entre tecnología y consumismo. Al mundo le han dado algo que no pidió, para que consumamos más, y encima nos lo visten de retórica progresista, como si ver en Twitter la foto del plato de alubias que un amigo se está comiendo en Los Ángeles fuera un gran avance. Los contenidos vinculados a estas tecnologías no dan sentido a la vida. Estoy en guerra contra eso, y en ese sentido Internet es mi enemigo. Mi objetivo es escribir para otro tipo de gente: los que no aceptan políticas simplistas ni narrativas sencillas ni vidas superficiales. Yo veo Internet como el tabaco del siglo XXI. En los años 50, todo el mundo fumaba. Hoy todos van tecleando compulsivamente por la calle. Hasta yo siento ansiedad si llevo dos horas sin consultar e-mails. Todos sienten que así pierden el tiempo pero no pueden dejar de hacerlo. Ahí entramos los novelistas: un buen libro detiene el reloj y la vía de escape que ofrece es enriquecedora, no embrutece.
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