jueves, 18 de agosto de 2011

Pensamiento, estética. Reflexiones en torno al origen de la creación pictórica de Miquel Barceló, por NASINI, Belén

Artículo publicado en la Revista Bajo Palabra Revista de Filosofía II Época, Nº 5 (2010): 107-114.
Para leer el artículo completo:

Resumen. El presente artículo tiene por objeto esclarecer la cuestión del origen de la creación pictórica de Miquel Barceló mediante tres ensayos sucesivos, a saber: (1) la relación dialéctica entre la obra y la experiencia vital del artista; (2) la influencia velada que la lógica del museo ejerce sobre el inconsciente del artista según Groys; (3) la búsqueda del origen de la obra de arte en el propio arte según Heidegger. De entre los tres, nos inclinaremos por este último, que trasciende la biografía y la psicología del artista.

La flaque, 1989.

Heidegger entiende la esencia de la obra de arte como acontecimiento de la verdad. La verdad es lo que propiamente obra dentro de la obra, pues en ella se ilumina la verdad de lo ente. Como vimos, la obra de arte abre un mundo, y mediante tal apertura lo ente sale a la luz en su verdad. Pero, a su vez, esta apertura trae a la luz un fondo oscuro, cerrado en sí mismo, impenetrable, sobre el cual el mundo abierto se levanta, un fondo al que Heidegger denomina, por oposición a la apertura del mundo, tierra. Así pues, la obra erige un mundo, y "un mundo hace mundo"13, dice Heidegger, lo cual quiere decir que "todas las cosas reciben su parte de lentitud o de premura, de lejanía o proximidad, de amplitud o de estrechez"14, esto es, que las cosas comienzan a ser ellas mismas en su verdad, en virtud de tal apertura. Recordemos que el hombre, en tanto que ex-sistencia, el Dasein, es ser-en-el-mundo, ser que mora en la apertura del Ser, cuya autenticidad consiste en permanecer a la escucha del Ser mismo, en su cuidado, como pastor del Ser que es. Pero, a la vez, la obra trae aquí la tierra en tanto que se retira en ella, tierra sobre la cual y en la cual el hombre histórico funda su morada en el mundo. Mundo y tierra, pues, constituyen un par de opuestos intrínsecamente entrelazados.

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