miércoles, 10 de agosto de 2011

Pequeño cuento para M., por Valentino Wajciechosczaf


M. me dice que a veces ni sabe lo que va a escribir, pero que se pone a ver qué sale y se descubre a si misma escribiendo -creo que añade “estupefacta”-, y a veces, aunque no haya tenido la menor idea de lo que quería decir, las páginas se llenan, y se construye algo como una historia: es como abrir un armario e ir sacando ropa vieja que puede servir una vez más y quizá por eso nunca se tiró, pero se maravilla, dice, del flujo, de la lenta entrada de un rostro, qué color son sus ojos, tiene los dientes blancos, su piel será suave, y quiere entrar, saber lo que está pasando, dentro, dice “consciencia de” como para indicar que no gira al vacío, y aparecen más sombras, más sonidos tal vez, quizá olores, y un viento roza un mechón un poco rebelde en la sien izquierda, por qué izquierda,  pero no sabe, sólo quiere seguir, enciende un cigarrillo, junta las manos detrás de la cabeza, y lee, ahora todo lo escrito está fuera, delante pero a distancia, se levanta, toma un café, se da cuenta que detesta el café, se da cuenta que algo ha sido escrito, es poco, muy poco, hay que completar, añadir, y por qué no, cortar, reformular, pero no es así, así no tiene que ser porque ya se ha escrito, M. prefiere decir temblor de la inadecuación (lo apunta en seguida en una libreta), entonces ya está escrito y sólo falta poner unos adornos, pero no sabe si puede hacerlo, no se habrá dicho ya todo: Y si contará cómo se llega a este punto.


Y otras veces nada, cero, nulo, un bloqueo, puerta cerrada, con seguro puesto. Se pregunta: cómo descubrir lo nunca escrito cuando ya se plasmó, y gira de repente la cabeza hasta un punto innecesario de la perspectiva (no capto del todo por qué “innecesario”), en medio de las dos ventanas, estanterías llenas, un punto de partida, quizá también de llegada, a veces sólo con saber que están aquí: la marea, es una sensación casi líquida, lanzar, accionar el ir y venir, admito la superficialidad de la comparación pero es como esa ondulación con espuma que viene fracasar… quizá perderse una y otra vez, un incesante…  

La mañana sigue siendo un largo etcétera de movimientos, ruidos, pasos rápidos por una acera mojada, ya no se acuerda del aguacero que abofeteó las ventanas, de su cama un pie y una mano sobresalen, necesitaba un cuerpo, dice con inquietante sorna,  es una piel de repuesto para noches frías, como cuando aparece el fantasmal habitante, sus intrusiones, movimiento perpetúo con largas ausencias, pero sé que volverá, y ahora se ha presentado, aspira, aspira, no me deja mucho oxígeno, y no hay poeta que malgaste su… para…, pero no existe huida, por lo menos no la encuentro, es como un rechazo que se insinúa, un hambre sin saciedad, y mi cuerpo ya no es mi cuerpo, se balancea, cuerpo ahogado, puedo estar en medio de una calle abarrotada, o en un lugar de pasos delicados por un parquet lustrado, y ahí está, o aquí, más cerca aún, en la yema de mis dedos, o parado en mi estómago, miedo, creo que miedo, no existe huida, miro, miro con mucha atención, todas las calles son pasajes anónimos, no veo salidas, soy incapaz de decidir, pero decidir qué, me empuja una bruja de pelo verde, sonríe, le faltan tres dientes, las palabras no me salen, apenas si recuerdo este lugar, ya he olvidado el sueño, pasan sonidos e imágenes, pasan, no me llevan con ellos, tengo un dolor continuo en la pierna, quizá también en el brazo, se levanta otra vez, sale a la calle, entra en una tienda, ha olvidado su monedero, de todas formas no necesitaba comprar nada, vuelve, en la pantalla del ordenador un complejo entramado de tuberías, varios colores, aprieta la tecla enter, escribe un título: Pequeño cuento para M.

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