lunes, 11 de julio de 2011

Thomas Bernhard - Así en la tierra como en el infierno; Los locos. Los reclusos y Ave Virgilio

Ave Bernhard

CECILIA DREYMÜLLER 09/07/2011
Ensayo. De los pocos autores de la literatura alemana contemporánea que han tenido alguna influencia en la literatura española, Thomas Bernhard -muerto en 1989 en la cúspide de su fama- aún en vida gozó de cierto estatus de autor de culto en España, y eso no deja de ser sorprendente: precisamente un escritor tan desmedido, amanerado y en el fondo antimoderno, cuyas obsesiones giran en torno a su Austria odiada y querida, ha hecho mella en varias generaciones de escritores peninsulares. Sería interesante averiguar las afinidades que motivaron esta adopción literaria, aunque aquí no sea el lugar. Seguramente influyó el momento histórico. Las novelas y piezas de teatro de Bernhard, donde hace gala de un furibundo antifascismo y anticlericalismo, empezaron a traducirse justamente al final de la época franquista.

Así en la tierra como en el infierno; Los locos. Los reclusos y Ave Virgilio

Thomas Bernhard
Traducción de Miguel Sáenz
Epílogo de Pilar Campos Gallego
La uÑa RoTa. Segovia, 2011
222 páginas. 14 euros

 

Sin embargo, lo que se mantiene hoy, más allá de tesituras históricas, es el Bernhard de los años cincuenta y sesenta, al que pertenecen también los poemas de la presente edición. En Así en la tierra como en el infierno, su primer poemario (de 1957), igual que en Ave Virgilio, su último libro de poesía (escrito en 1962), se descubre al Bernhard más personal, al más humano. La profunda seriedad y emotividad de estos textos -embrionarios , atropellados e impenetrables muchos de ellos, pero todos propulsados por el enorme empuje de alguien que apuesta por todo- no deja indiferente. Y si bien Bernhard busca todavía su propia voz, ha dado ya con sus principales obsesiones, aparte de algunos de sus temas e imágenes, surgidos de un hostil mundo rural: "En los arcones negros de la tierra campesina / está escrito que moriré en invierno / abandonado por mis soles y el murmullo de los baldes / llenos de leche ordeñada".
Sin embargo, más allá de la lucidez que revelan las reflexiones sobre la estrechez de un entorno embrutecido y pacato, resulta verdaderamente turbador con qué vehemencia se rebela este fracasado estudiante de música y periodista local ocasional contra la fatalidad de la condición humana. El torrente de poemas de 1958 surge tras salir del hospital, donde Bernhard por los pelos se había librado de la muerte de una enfermedad pulmonar, y refleja nítidamente esta experiencia límite (que será decisiva para todo lo que escribiría Bernhard más adelante). Aquí está la raíz del odio al mundo, del rechazo a la naturaleza y del enquistamiento despreciativo en el yo. "Leo en los cruces de los caminos / las limitaciones de los aldeanos, / la muerte solitaria de los pájaros, / encuentro en los arroyos / el abril roído, / la úlcera, / los restos de los corzos del invierno...".
La mayoría de los admiradores de Thomas Bernhard ignora que la máxima ambición en sus inicios era "ser reconocido en la calle como poeta", como confiesa en su crónica autobiográfica El frío, pues tenía a la poesía por el género literario por excelencia. "En aquella época me había refugiado ya en la escritura, no hacía más que escribir, no sé ya, cientos y cientos de poemas, sólo existía cuando escribía". No obstante, tras este furor creativo, Bernhard deja la poesía. Todos sus poemas se originan en diez años, ya que con el éxito de su novela Helada y de sus relatos abandona el terreno que no le aporta reconocimiento alguno. Posteriormente incluso reniega de su producción poética, probablemente también porque ya no se identificaba con su fervor piadoso, y prohíbe -con excepción de Ave Virgilio- la publicación de los numerosos inéditos y la reedición de los poemas ya publicados.
Este último poemario, Ave Virgilio, donde Bernhard se proyecta como gran cantor épico al lado nada menos del poeta de la Eneida, contiene sin duda sus mejores versos. Aquí escribe alguien azuzado por la angustia existencial, el dolor de la soledad, y el joven Bernhard todavía no estiliza su sufrimiento, como hacía el "artista de la exageración" posterior con sus repeticiones y ampliaciones desaforadas. La exigencia de verdad del Bernhard veinteañero -"Poeta significa: el que dice la verdad. Por tanto, un poema ante todo ha de ser verdadero y auténtico"- es tan ardiente como su deseo de escribir poemas perfectamente novedosos. Esta gracia, sin embargo, no le fue concedida; muchos de sus versos revelan los modelos admirados, la poesía de Trakl, Rimbaud, la extraordinaria y desconocida Christine Lavant. No obstante su deje epigonal, transmiten una fuerza extraordinaria, casi explosiva, brotada de esta rabia vital tan propia de Bernhard, que los arranca una y otra vez de sus moldes poéticos. "Dónde me oíste con este frío... / Dónde introduje nombres y contranombres / en la historia, en este discurso / de pobreza, mi fantasma... / Mi palabra elegía / ovejas, cerdos, golpeaba bueyes preñados, / bebía del lomo de la vaca...
/en libros milenarios / el arado de mi padre desfiguraba las estrellas". La poesía de Bernhard en las elegantes versiones de Miguel Sáenz resulta a veces más inteligible que en el original.

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