BARCELONA
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Un escritor que se multiplica y esconde bajo la piel de distintos personajes. El fracaso como horizonte y como motor de la escritura. Una frase oída tiempo atrás en una vieja película y que tal vez, solo tal vez, llegó a escribir Scott Fitzgerald. Una reescritura burlona de Hamlet. La novela Aire de Dylan (Seix Barral) encierra todo eso y mucho más en un aparente caos literario servido con el estilo feliz que solo pertenece a su autor, Enrique Vila-Matas. Porque solo Vila-Matas se parece a Vila-Matas.
-En el libro late la idea del fracaso. ¿Es algo que se mide por el número de lectores u obedece a un sentimiento más íntimo?
-Escribimos para mostrar quienes somos, un alma, un espíritu, un algo intrasferible. Pero siempre se fracasa en ese propósito tan alto. Scott Fitzgerald decía que «toda vida es una demolición» y en esta novela late la idea de que toda novela es la historia de una destrucción. Beckett decía: «Da igual, prueba de nuevo. Fracasa otra vez. Fracasa mejor».
-¿Qué pensó cuando se le invitó a un congreso sobre el fracaso?
-Me lo tomé con mucho sentido del humor y más tarde con un cierto cuidado. Me llegó la carta y ni parpadeé. Cuando se lo conté a mis amigos, hice unas cuantas bromas al respecto y ¡se empezaron a apiadar de mí! Cuando llegó el momento, compromisos en Italia me impidieron acudir al congreso, algo que me habría encantado. Pero me fue rondando la idea de qué clase de fracaso habría llevado a esa conferencia y surgió esa ponencia que dicta uno de los personajes, Vilnius, el hijo de un autor fallecido, postmoderno y con muchos heterónimos -de quien también me burlo-, que es el personaje del libro que más se parece a mí.
-Pero no el único. Hay, por lo menos, otros dos figuras con características vilamatianas. De nuevo tenemos aquí el tema de la identidad.
-Sí, me preocupa el quiénes somos y qué queremos ser y si no sería de agradecer que lográramos realmente ser nosotros mismos.
-A usted se le podría preguntar como a Dylan en la película Pat Garret & Billy the Kid: «¿Quién eres tú?».
-
(Ríe) Yo diría lo mismo que él: «Esa es una buena pregunta».
-¿Cómo habría sido su conferencia real?
-La imaginé como una performance, un intento de fracasar in situ, que es lo que quiere Vilnius: expulsar a todo el mundo de la sala para escenificar su fracaso. En el fondo, es lo que hago en la novela, intento expulsar a todos los lectores del libro y que solo sobrevivan al monólogo inicial de la novela unos pocos.
-Es una estrategia arriesgada. ¿No le daba miedo?
-A quien no le guste que lo deje. También he de decir que más tarde el libro tiene su recompensa lectora con historias de Hollywood y el relato de distintos viajes.
-«Esta es mi obra más desequilibrada y libre», dice en su novela.
-Exactamente. Esta novela es tan desequilibrada como lo es la vida, porque la vida no crea tramas, pero al final el relato alcanza una gran estabilidad.
-El aire de Dylan es el aire de la modernidad, pero también le sirve para definir muchas otras cosas.
-Es el aire de nuestro tiempo. Un
aire de máscaras. Un aire de personajes funámbulos con identidades
variadas. El aire de una época ligera.
-¿A usted le gusta Dylan?
-No lo dude. Dylan me parece un genio inatrapable, en perpetua renovación. Creo que últimamente anda por ahí convertido en un cowboy.
-¿Ese es su principal atractivo, el cambio, la transformación?
-Uno de sus guitarristas le preguntó ¿por qué no tocamos la misma canción dos veces? Y él contestó que no se puede hacer lo mismo cada día. Me gusta esa declaración de intenciones. Pero también su forma de mantener la libertad creativa. sin plegarse a las modas. Como cuando se electrificó desoyendo cómo se le exigía seguir siendo folk.
-¿Y a usted no le tienta la popularidad?
-No estoy interesado en vender muchos libros. Si lo estuviera sabría muy bien qué hacer. Pero como en el relato de Joseph Roth, Leviatán, si me dedicara a vender corales falsos, ahí empezaría mi desgracia.
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