El rescate de Inocencio Malatesta
Un día le llamaron por teléfono los del 
banco. ¡Qué majos! Casi ni le dejaron hablar. “Que sí hombre, usted no se 
preocupe por nada, ¡será por dinero! ¡Vaya! Que le dieron un préstamo para 
comprar el piso, y además otro para el coche, aunque él, como es un “vespa” 
prefiere una furgoneta, es más útil. Y le dieron también para una de esas teles 
modernas, que lo van a flipar los chicos cuando la vean. Y así les fue, ¡como 
para no sentirse orgullosos de los colores patrios!, ¡vamos hombre! Hasta que un 
día. Hasta que un día oyó en el telediario que un “tsunami financiero” había 
llegado a Europa desde los Estardos Unidos. No le dio mucha importancia a la 
cosa hasta que le echaron del trabajo. “El tsunami, Inocencio, la crisis, vamos, 
la burbuja, cá pinchao”.  ¿Y ahora qué? Los números, las letras… nada, no hay 
nada que hacer, le han dicho en el banco. “Si no pagas, te quedas en la calle”, 
“Pero... ¡si en la calle ya estoy!” “Ya, no, en la puta calle, digo”.  Y así 
fue. En la calle toda la familia cuando le embargaron el piso, aunque tenía que 
seguir pagando las letras al banco. “Pero ¿por qué? Si el piso lo tenéis ya 
vozotros? “Ah, amigo, la ley es la ley”. Menos mal que hay gente buena en el 
mundo, y la familia se ha repartido entre los vecinos del bloque. Inocencio, 
Cándida, y el pequeñín están con Doña Angustias, una solterona, que ahora tiene 
a su padre en casa, devuelto, porque el asilo "ha echao el cierre".
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