http://www.eltiempo.com/entretenimiento/libros/encuentro-muy-potico-no-cambiar_8805636-4
El novelista italiano, que está en el Hay Festival, habla de la música y los viajes en su ficción.
Acercarse a Baricco. Difícil. ¿Cómo hablarle a alguien admirable sin ruborizarse un poco? Y sin embargo, anoche él caminaba solo por una calle, tranquilo y sin afán, y nos miramos. Bueno, lo miré. Sonrió. Era imposible no hallar esa mirada en alguien que escribe como lo hace.
"Ya no hay poesía -comentó Libero Parri.
En el tren, intentó venderle un camión cisterna Itala a un productor de leche del bajo Véneto. Pero así porque sí, para ir cogiendo confianza. No lo hacía en serio, era para memorizar las cosas que tendría que decir.
Cuando el lechero le dijo que de acuerdo, que se lo compraba, Libero Parri sintió algo en su interior. Como en uno de esos días en que sales de casa, y el invierno ha terminado".
Podría transcribir páginas enteras de Esta historia, uno de sus libros. Tantas frases suyas, precisas, con ese estilo particular, de oraciones cortas, repeticiones, blancos en el texto señalando un silencio. Casi música y poesía.
¿Cuál es la importancia de la música en su ficción?
Para mí es importante, pero no es una regla general. Kafka, por ejemplo, no tiene nada de musicalidad y es genial. Busco mucho el ritmo y la sonoridad de las palabras. Es como si hiciera una composición musical. En ese sentido, me gustan mucho escritores musicales como Céline o Salinger, que tenían ritmos y frases maravillosas. Trabajo en esa dirección y me gusta. Lo busco.
El ritmo, los vacíos, los espacios en la página parecen buscar una intención de lectura particular. ¿Le gusta leer en voz alta?
Cuando escribo lo hago. Sobre todo lo hice al comienzo de mi carrera. La página tradicional no me daba los instrumentos suficientes para establecer el ritmo que buscaba, un subrayado expresivo que en la escritura solo me lo daba la puntuación. Estos espacios me permiten actuar como un director de orquesta, señalando intenciones. En ese caso, los lectores serían la orquesta. ¡Pero ahora le tengo más confianza a lo que escribo! De modo que he dejado de escribir tanto con ese estilo tan marcado.
Por momentos, escribe casi en verso. Usa repeticiones, es muy rítmico. ¿Cuál es su relación con la poesía?
¡No soy capaz de leerla! No tengo sensibilidad para ello. Cuando me dicen que ven poesía en mi prosa me resulta sorprendente. Siento que hay distancia entre los poetas y yo. Y no estoy orgulloso de eso. Aún espero encontrar a alguien que me enseñe a disfrutarla.
Varios de sus personajes (Hervé Joncour, en 'Seda', Ultimo Parri, en 'Esta historia', por ejemplo) emprenden viajes, un recurso muy literario. ¿Qué busca que produzcan en ellos estos recorridos?
Nada. Muy seguido, los personajes de mis libros viajan, pero al final quedan iguales. Esto resulta complicado de entender. Cuando trabajaba en la adaptación al cine de Seda, el equipo no podía comprender que Hervé, después de tanto trasegar, fuera el mismo.
Para mí eso es auténtico. Muchos personajes cultivan la obsesión por la vida y viajan por todos lados, pero en sustitución de algo que no cambia en ellos. Ultimo, por ejemplo, viaja siempre pero no cambiará su esencia de querer cambiar el mundo. Encuentro muy poético no cambiar.
En 'Seda' hay un énfasis en los gestos y los silencios, más que en los diálogos, como una clave para acercarse a esta historia de amor. ¿Era su intención?
Eso era lo que quería hacer, una historia de amor en la que los amantes no se decían nada. Ensayé un libro donde los gestos significaran algo tan fuerte que no fueran necesarias las palabras.
Hervé no habla casi, Helene tampoco, la chica japonesa, igual, solo un poco Baldabiou. Es difícil desde el punto de vista técnico, pues el lector debe trabajar más, pensar más, pues no se explica nada. Cuando esto pasa, es un placer. Detesto los libros que explican mucho, sobre intenciones, sobre el detrás de los personajes. Prefiero una mano más ligera.
En sus ensayos habla del siglo XXI, en sus novelas, sobre el pasado. ¿Por qué la diferencia?
Es instintivo. Cuando pienso en la actualidad, instintivamente busco comprenderlo, escribir ensayos. No veo fascinación en narrar lo contemporáneo. Por el contrario, cuando imagino historias, las quiero situar a la distancia. No sabría explicar por qué lo hago. Hace parte de mí.
'Emmaus', su nueva novela (saldrá a librerías en marzo), está situada en los años 70 del siglo pasado. ¿Tiene algo que ver con usted?
Quería contar esta historia un poco biográfica, de unos jóvenes de 16, 18 años en un pueblo, católicos, apasionados, rigurosos (así fui criado), haciendo un recuerdo sentimental de ese periodo. Me acuerdo de esa forma de ser ciegos: veíamos mucho, pero al mismo tiempo, nada. Eso es fascinante desde el punto de vista literario. Lo conté como una enfermedad, con un ternura y un dolor muy vivo. Hago referencia al episodio del Evangelio en el que los jóvenes encuentran a Jesús, pero no lo reconocen. Es una forma de ceguera apasionante.
Pasando a sus ensayos ('Los Bárbaros'), ¿qué opina de esa permanente distinción entre alta cultura y cultura popular?
Es una división que no existe y es típica del siglo XIX, que el XX heredó y la empujó al límite. Es una división artificial que desde hace 15 años ha caído, y continuar haciéndola no es buena solución. Quienes diferencian tratan de comprender el universo de la creatividad partiendo de una división. Desafortunadamente, esta noción sobrevive en escuelas e instituciones culturales.
¿Cómo hacerle interesante un museo un joven de la era Internet?
La idea del museo nació en una civilización distinta a la actual. Fue genial que alguien se dedicara a conservar el pasado, pero hoy el problema es el contrario: no guardes mucho, que hay demasiado.
El reto es lograr que permanezca vivo aquello que guardaste. Tenemos que ser capaces de producirles cien emociones a los jóvenes para que al final se queden con diez. Eso es mucho.
¿Qué debe legarse para las generaciones futuras?
No todo. Eso significaría vivir en el pasado. Hay mucho por abandonar. Si no, no nos va a quedar tiempo ni espacio para el presente. Solo debemos salvar las cosas que nos mantengan vivos. La música clásica, por ejemplo. Hay cosas con una potencia comunicativa excepcional, mientras que hay otras ligadas a civilizaciones que son anticuadas. Un lied alemán no dice nada a los jóvenes. No hay que temer perderlo.
"Ya no hay poesía -comentó Libero Parri.
En el tren, intentó venderle un camión cisterna Itala a un productor de leche del bajo Véneto. Pero así porque sí, para ir cogiendo confianza. No lo hacía en serio, era para memorizar las cosas que tendría que decir.
Cuando el lechero le dijo que de acuerdo, que se lo compraba, Libero Parri sintió algo en su interior. Como en uno de esos días en que sales de casa, y el invierno ha terminado".
Podría transcribir páginas enteras de Esta historia, uno de sus libros. Tantas frases suyas, precisas, con ese estilo particular, de oraciones cortas, repeticiones, blancos en el texto señalando un silencio. Casi música y poesía.
¿Cuál es la importancia de la música en su ficción?
Para mí es importante, pero no es una regla general. Kafka, por ejemplo, no tiene nada de musicalidad y es genial. Busco mucho el ritmo y la sonoridad de las palabras. Es como si hiciera una composición musical. En ese sentido, me gustan mucho escritores musicales como Céline o Salinger, que tenían ritmos y frases maravillosas. Trabajo en esa dirección y me gusta. Lo busco.
El ritmo, los vacíos, los espacios en la página parecen buscar una intención de lectura particular. ¿Le gusta leer en voz alta?
Cuando escribo lo hago. Sobre todo lo hice al comienzo de mi carrera. La página tradicional no me daba los instrumentos suficientes para establecer el ritmo que buscaba, un subrayado expresivo que en la escritura solo me lo daba la puntuación. Estos espacios me permiten actuar como un director de orquesta, señalando intenciones. En ese caso, los lectores serían la orquesta. ¡Pero ahora le tengo más confianza a lo que escribo! De modo que he dejado de escribir tanto con ese estilo tan marcado.
Por momentos, escribe casi en verso. Usa repeticiones, es muy rítmico. ¿Cuál es su relación con la poesía?
¡No soy capaz de leerla! No tengo sensibilidad para ello. Cuando me dicen que ven poesía en mi prosa me resulta sorprendente. Siento que hay distancia entre los poetas y yo. Y no estoy orgulloso de eso. Aún espero encontrar a alguien que me enseñe a disfrutarla.
Varios de sus personajes (Hervé Joncour, en 'Seda', Ultimo Parri, en 'Esta historia', por ejemplo) emprenden viajes, un recurso muy literario. ¿Qué busca que produzcan en ellos estos recorridos?
Nada. Muy seguido, los personajes de mis libros viajan, pero al final quedan iguales. Esto resulta complicado de entender. Cuando trabajaba en la adaptación al cine de Seda, el equipo no podía comprender que Hervé, después de tanto trasegar, fuera el mismo.
Para mí eso es auténtico. Muchos personajes cultivan la obsesión por la vida y viajan por todos lados, pero en sustitución de algo que no cambia en ellos. Ultimo, por ejemplo, viaja siempre pero no cambiará su esencia de querer cambiar el mundo. Encuentro muy poético no cambiar.
En 'Seda' hay un énfasis en los gestos y los silencios, más que en los diálogos, como una clave para acercarse a esta historia de amor. ¿Era su intención?
Eso era lo que quería hacer, una historia de amor en la que los amantes no se decían nada. Ensayé un libro donde los gestos significaran algo tan fuerte que no fueran necesarias las palabras.
Hervé no habla casi, Helene tampoco, la chica japonesa, igual, solo un poco Baldabiou. Es difícil desde el punto de vista técnico, pues el lector debe trabajar más, pensar más, pues no se explica nada. Cuando esto pasa, es un placer. Detesto los libros que explican mucho, sobre intenciones, sobre el detrás de los personajes. Prefiero una mano más ligera.
En sus ensayos habla del siglo XXI, en sus novelas, sobre el pasado. ¿Por qué la diferencia?
Es instintivo. Cuando pienso en la actualidad, instintivamente busco comprenderlo, escribir ensayos. No veo fascinación en narrar lo contemporáneo. Por el contrario, cuando imagino historias, las quiero situar a la distancia. No sabría explicar por qué lo hago. Hace parte de mí.
'Emmaus', su nueva novela (saldrá a librerías en marzo), está situada en los años 70 del siglo pasado. ¿Tiene algo que ver con usted?
Quería contar esta historia un poco biográfica, de unos jóvenes de 16, 18 años en un pueblo, católicos, apasionados, rigurosos (así fui criado), haciendo un recuerdo sentimental de ese periodo. Me acuerdo de esa forma de ser ciegos: veíamos mucho, pero al mismo tiempo, nada. Eso es fascinante desde el punto de vista literario. Lo conté como una enfermedad, con un ternura y un dolor muy vivo. Hago referencia al episodio del Evangelio en el que los jóvenes encuentran a Jesús, pero no lo reconocen. Es una forma de ceguera apasionante.
Pasando a sus ensayos ('Los Bárbaros'), ¿qué opina de esa permanente distinción entre alta cultura y cultura popular?
Es una división que no existe y es típica del siglo XIX, que el XX heredó y la empujó al límite. Es una división artificial que desde hace 15 años ha caído, y continuar haciéndola no es buena solución. Quienes diferencian tratan de comprender el universo de la creatividad partiendo de una división. Desafortunadamente, esta noción sobrevive en escuelas e instituciones culturales.
¿Cómo hacerle interesante un museo un joven de la era Internet?
La idea del museo nació en una civilización distinta a la actual. Fue genial que alguien se dedicara a conservar el pasado, pero hoy el problema es el contrario: no guardes mucho, que hay demasiado.
El reto es lograr que permanezca vivo aquello que guardaste. Tenemos que ser capaces de producirles cien emociones a los jóvenes para que al final se queden con diez. Eso es mucho.
¿Qué debe legarse para las generaciones futuras?
No todo. Eso significaría vivir en el pasado. Hay mucho por abandonar. Si no, no nos va a quedar tiempo ni espacio para el presente. Solo debemos salvar las cosas que nos mantengan vivos. La música clásica, por ejemplo. Hay cosas con una potencia comunicativa excepcional, mientras que hay otras ligadas a civilizaciones que son anticuadas. Un lied alemán no dice nada a los jóvenes. No hay que temer perderlo.
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