En la semana en que la Casa de América rinde honores a su figura, el crítico Ignacio Echevarría, el escritor Wilfrido Corral y el traductor Chris Andrews charlan con ABC sobre este clásico moderno de la literatura .
Autor: INÉS MARTÍN RODRIGO
Los mitos nunca mueren. Menos aún cuando han abandonado este mundo de manera trágica y temprana. Roberto Bolaño es uno de los personajes que, por derecho propio, ocupa desde hace siete años un lugar privilegiado en ese «Olimpo de Dioses» a los que los mortales nos aferramos con desesperada necesidad, como si arrancando una página de «Los Detectives Salvajes» fueran a concedernos la duda de la eternidad.
Muchas páginas se han escrito de la vida y obra de este mito, clásico moderno ya de la literatura universal, pero con la obra de Roberto Bolaño la última palabra está siempre por decir. Como si su feroz necesidad de escribir se hubiese contagiado a todos los que (se supone) algo tienen que decir sobre la narrativa contemporánea, raro es el día en que no se menciona su nombre, no siempre con tino y mucho menos con acierto crítico. Sin embargo, en estos intentos revisionistas uno destaca sobre los otros en estos días de invierno que tanto gustaban al escritor chileno. Se trata de la Semana de Autor que le dedica la Casa de América en colaboración con la Agencia Española de Cooperación Internacional, y que se celebra hasta el próximo 27 de noviembre en Madrid.
Mesas redondas, charlas, la proyección de un documental inédito y multitud de actos con Bolaño como protagonista riegan este homenaje, en el que el broche de oro lo pondrá la cantante Patti Smith con un recital de versos del escritor. Y todo ello por obra y gracia de Ignacio Echevarría, albacea y amigo de Roberto Bolaño. ABC ha tenido ocasión de charlar con Chris Andrews, traductor al inglés de la obra de Bolaño, Wilfrido Corral, escritor y amigo del chileno, y el propio Echevarría sobre la vida y la obra de un autor del que aún desconocemos elementos esenciales.
¿Autor maldito?
El primer término que es necesario aclarar es el de autor maldito, un concepto que los tres se afanan en desterrar de la mesa de debate. Así, un tajante Wilfrido Corral considera que «ahora se lee a Bolaño, no por el aura de malditismo que le acompañó durante una época, sino porque su literatura es magnífica, excelente». Reconocen, no obstante, que ese malditismo sí ayudó a la comercialización de su obra, pero «fue en un momento en el que aún era mito», puntualiza Corral. Un momento que, sin duda, también se vio ensuciado con la bruma del desconocimiento, pues como apunta Ignacio Echevarría «la gente emplea este apelativo sin saber muy bien lo que significa, porque en ningún caso Roberto Bolaño ha sido un autor maldito. El maldito es alguien que está contra la sociedad y al que la sociedad hasta cierto punto recluye, pero Bolaño nunca ha sido marginado». Según Echevarría, «lo que la gente confunde con malditismo es el romanticismo y el vanguardismo, que no son dos cosas idénticas».
Romanticismo y vanguardia
Dos conceptos, el de romanticismo y vanguardia, que, según los tres definen la obra de Roberto Bolaño. Tanto es así que Wilfrido Corral llega incluso a aventurar que «es la combinación perfecta para definirla, pues ha habido una especie de dialéctica entre ambos conceptos». De hecho, según Ignacio Echevarría, «del romanticismo toma la actitud de la literatura concebida como totalidad, mientras que del vanguardismo adopta la actitud beligerante, agresiva, inconforme». Un inconformismo que llevó a Bolaño a transgredir las normas hasta superar los límites de la historia de la literatura chilena, española o latinoamericana.
Cuando hablamos de Bolaño debemos emplear palabras mayores, debemos remitirnos a la historia de la literatura mundial. «Ya no se lee a Bolaño como autor latinoamericano, porque supera con creces cualquier categoría. «Si está cambiando alguna historia, es la historia de la literatura mundial», explica Wilfredo Corral. Un cambio que, en gran parte, ha sido posible gracias a las «excelentes» traducciones al inglés... y hasta al chino, como bien puntualiza Chris Andrews.
No obstante, como recuerda su albacea, «era un lector muy abierto». Pero no sólo de lectura se alimentaba el espíritu renacentista de Bolaño, pues «le gustaba muchísimo la televisión, veía muchísimo cine». Eso sí, Echevarría puntualiza que como lector no era un lector canónico, sino que «leía ciencia ficción, novela negra, toda fricada que cayera en sus manos y le gustaba mucho la música, escribía con auriculares y música rock puesta». Es decir, que «no era un ratón de biblioteca, sino que era una persona perfectamente instalada en una cultura multimedia como la nuestra».
Sus lectores
Es esa lectura voraz que caracterizaba a Bolaño la misma que muchos de sus lectores han experimentado con sus obras, todas novelas difíciles, pero consumidas por el gran público con ansia y ni rastro de rechazo. Son, «sin lugar a dudas, lectores inteligentes», como explica su amigo Wilfredo Corral. Un afirmación con la que coinciden Echevarría y Andrews. Si para el primero nos encontramos ante un escritor «muy accesible, muy encantador, tiene encanto», para el traductor de sus obras al inglés lo que experimenta el lector es «una especie de convulsión que no te deja indiferente».
Su literatura
Y es que, teniendo en cuenta los temas que protagonizan novelas como «2666» o «Los detectives salvajes», la indiferencia resulta incomprensible. Pero, ¿cuáles son esos temas capaces de atrapar al lector, de hacerle convulsionar en un viaje sin retorno? Según Echevarría, «en su narrativa hay muchos temas, algunos muy recurrentes: cierta idea de la literatura como experiencia de vida; cierta idea pura del mundo, de perdición; un sentimiento muy hondo de lo que es la pérdida, de los recuerdos, los libros, las experiencias, los sentimientos, asociado con el hecho de que el mundo vaya dejando atrás, sin huella ninguna, tantas cosas de las que nunca nos enteraremos». Idea de la experiencia perdida, de la valentía, la noción de búsqueda, el atrevimiento, el azar de hacer algo que otros no hacen y que tal vez sabes que es lanzarse al abismo, la valentía... y desde luego la muerte.
Su muerte
Esa dama sin piedad que un 15 de julio de 2003 vino a visitarle en Barcelona, negándole la posibilidad de haber llegado, sin ningún género de dudas, allá donde hubiera querido. Echevarría recuerda una frase del propio Bolaño en la que, hablando de «Los detectives salvajes», de la juventud, del fracaso, de la derrota... cómo, a pesar de todo, la novela y sus personajes conservan el resplandor de la alegría. «Esa inclusión de la alegría dentro de un panorama tan trágico fue la vibración que Bolaño más y mejor supo transmitir». Y seguirá transmitiendo con una obra que parece crecer sin límites.
No hay comentarios:
Publicar un comentario