Autor:JAVIER YANES
Un experto analiza una faceta poco conocida del autor estadounidense que revela su extraña relación con la ciencia
La única obra de Edgar Allan Poe (1809-1849) que mereció una reimpresión en vida del autor no fue ninguna de las ficciones tenebrosas que le han inmortalizado. Pero tampoco fue escrita por él. El primer libro del malacólogo, un tratado sobre conchas, fue un ejemplo antiguo de una práctica que nunca cae en desuso: emplear el renombre de un autor para vestir la obra de otro.
Poe prologó, reorganizó y condensó el manual de Thomas Wyatt, que había adaptado material previo de Thomas Brown, quien a su vez recogía observaciones de Lamarck y Linneo. Una cadena de plagios cuyo último eslabón fue el autor que escribió "es imposible imaginar un espectáculo más nauseabundo que el del plagiador", y que a su vez fue repetidamente acusado de esta ofensa.
La ambivalencia frente al plagio era una más de las contradicciones de Poe, como lo fue su actitud frente a la ciencia. Cierto que, para un autor enclavado en la corriente romántica opuesta visceralmente al progreso científico y a la industrialización, su postura fue excepcional. En palabras del historiador de la ciencia de la Universidad de Pensilvania John Tresch, que ha estudiado extensamente la relación de Poe con la ciencia, el bostoniano fue el literato de su tiempo que "mejor lidió con la dominación creciente de la ciencia y la tecnología".
Las referencias a la ciencia que especian su obra y motivan algunos de sus cuentos nacen de su estancia en la academia militar de West Point, la primera institución de EEUU que ofreció un currículo científico-técnico, según Tresch. Fruto de esta formación fueron sus colaboraciones con Wyatt en el manual de conchas o en la Historia Natural. Y, sobre todo, su Eureka, una especie de tratado cosmológico en el que Poe repasaba a Newton o Laplace y en el que anticipaba la idea del Big Bang, pero donde también, y aquí está la paradoja, abría cancha a la pseudociencia. Es conocida además su afición al mesmerismo, una forma de hipnosis basada en un supuesto éter y hoy calificada como superchería.
El camelo del globo
A estas contradicciones de Poe no escapó su faceta de periodista científico. En sus trabajos para Burton's Gentleman's Magazine reseñó la llegada de la primera réplica de la Piedra Rosetta a EEUU, la invención de una alarma de incendios, las mejoras en el daguerrotipo o los nuevos hallazgos en las pirámides de Egipto. En 1840, una nota suya informaba del "posible descubrimiento de un nuevo planeta" que se había "añadido a nuestro sistema". "No hay duda de que recibirá el nombre de su descubridor, Decuppis", concluía Poe. Como buen periodista científico, blandió la pluma contra el fraude disfrazado de avance, destapando el truco de un presunto autómata ajedrecista.
Y sin embargo, su pieza más conocida como periodista científico fue un engaño flagrante. El 6 de abril de 1844, regresaba a Nueva York desde Filadelfia con su madre, su esposa Virginia enferma de tuberculosis y cuatro dólares y medio en el bolsillo. El dinero rápido estaba en los periódicos, y The Sun no tuvo objeción en comprarle la crónica de la primera travesía atlántica en globo: "¡El Atlántico cruzado en tres días!". La edición especial del 13 de abril se agotó. Pero dos días más tarde, los lectores se encontraban con una retractación: "No habiendo obtenido confirmación de la llegada del globo desde Inglaterra [...] nos inclinamos a creer que la información es errónea", escribía, posiblemente, el propio Poe. Para apreciar la magnitud que el camelo suponía en su época, basta señalar en qué año se consiguió este logro: 1978.
¿Por qué el fraude? Tresch explica que Poe acuñó para sí el término magazinista, una raza de escritores que buscaban mercado en la inflación de revistas dirigidas a una nueva clase media alfabetizada y ávida de historias electrizantes. El sensacionalismo era la norma, y Poe "estudió los gustos de su tiempo con los métodos y los instintos de un periodista amarillo", escribía en 1923 el historiador literario Fred Lewis Pattee. Y es que el método era la luz de Poe, para quien un género no era sino "tecnología de producción de masas", como demostró al coronar su exitosísimo poema El cuervo con la publicación de La filosofía de la composición, una especie de así se hizo que pretendía ser un ridículo manual de instrucciones para escribir. El mecanicismo de Poe fue el pimpampum para los críticos románticos, que juzgaban su obra como prefabricada, "mero trabajo de máquina".
Y con todo, su gran valedor europeo, Baudelaire, consideraba que La filosofía... no era sino una sátira, lo que hace a expertos como Tresch dudar de si piezas como El camelo... revelaban, en el trasfondo, el descreimiento de Poe hacia una sociedad desalmada por el fetichismo tecnológico. ¿Entusiasta o cínico? ¿Había protesta o sarcasmo cuando, en 1849, la número 36 de sus Cincuenta sugerencias se preguntaba: "¿Qué ha ocurrido con el planeta inferior que Decuppis, hace unos nueve años, declaró que había visto atravesando el disco del Sol?"
No hay comentarios:
Publicar un comentario