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que estar en paz y vivir en paz no constituían meros lemas, se tenían más bien que considerar como el ábrete Sésamo de una existencia armoniosa y de la palabra que lo resumía todo: paz. Sin embargo, no otorgaban ningún poder a las fuerzas ocultas, lo que no les impedía estar muy atentos y preparados para lo que no se esperaban y que llamaban la realidad. No eran en absoluto ingenuos, pues aunque tuvieran que elegir entre el día y la noche sabían que no impediría que el primero siguiera al segundo y el segundo al primero, hecho que, en vez de amargarles, renovaba su dinamismo y fortalecía su voluntad para que cada día tuviera luz propia y concluyera con una pizca de satisfacción. En definitiva, la imposibilidad para el ser humano de hacer otra cosa que proyectarse en un futuro más o menos inmediato movilizaba sus energías, iluminaba sus ojos y les hacía zambullirse en un presente ajetreado, muy marcado por la febril e intensa necesitad de alojarse en lo que seguían nombrando el sentido.
Este último era una característica de los Tarabiskotes, era su modus vivendi así como su desgracia, pues… pensaban.
De hecho eran perfectamente capaces de parar una construcción para interrogar el arquitecto sobre la adecuación de una puerta colocada allí o allá en función no solamente de su utilidad sino también, y sobre todo, del valor de su presencia en la concepción general del edificio. En pocas palabras, nunca se enfrentaba a la realidad sin estudio previo de sus pormenores, se trate de una ley o de la colocación de una puerta.
Aunque gozaran de una total libertad de invención, de pensamiento, de acción, para los Tarabiskotes existían expresiones prohibidas como ¡Qué le vamos a hacer!, ¡No hay remedio!, ¡Es así!. Para ellos, nunca era “así”, nunca. Tampoco se resolvían a aceptar la fatalidad, sencillamente (aunque la sencillez no haya sido nunca su distintivo más prominente) porque para ellos la fatalidad y, dicho de paso, tampoco el azar, podía tener un papel más relevante que la consideración, primero, de las operaciones de la mente y, segundo, de las relaciones entre sí de cada detalle. Añadiremos que, se trate de una puerta o de una ventana, lo primordial era su capacidad de abrir sobre algo, y a este algo lo solían considerar como el primer peldaño hacia la aventura o, expresado de otro modo, la creación.
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Flor de arena
Una llama furtiva
Luz encendida
Del más allá tenían una consciencia más bien distraída. Dios, la idea de la divinidad, el Olimpo, los ídolos, los dogmas de fe, las inclinaciones apocalípticas eran para los Tarabiskotes juguetitos conceptuales fabricados para el entretenimiento, el analfabetismo intelectual y el puro consentimiento a la ignorancia. Y cuando uno de ellos anunciaba haber sido “iluminado por la verdad”, organizaban una célula de crisis a la cual la totalidad de la comunidad acudía para erradicar en común esos demonios de la certeza. La cuestión de saber lo que les esperaba después de la muerte no entraba en sus temas predilectos. ¿Después? Una eternidad, grande o pequeña, en función de la huella que llegarían a dejar. Y poco más. De todos modos, no se preocupaban demasiado por este asunto.
Aunque se enorgullecieran de no participar de esta farsa orquestada por fuerzas de descerebración sin embargo muy potentes, no sacaban ningún tipo de vanidad de su excepción, sólo aprensión, a veces tristeza, pero en todo caso mucha, mucha vigilancia, en especial hacia los más jóvenes, tiernas y vulnerables esponjas listas para absorber cualquier ilusión disfrazada de novedad.
Los Tarabiskotes no eran misántropos, pero podían perfectamente exclamar ¡Al carajo la humanidad! sin sentirse ni egoísta ni sectarios. Simplemente no creían en el progreso, tampoco en la historia, y no se revolcaban en la satisfacción de sí mismos ni en el odio o el miedo hacia la diferencia.
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Los Tarabiskotes no vivían en una burbuja hermética, cerrados a la diferencia. Cuando se presentaban visitas en son de paz o amistad eran caluros anfitriones. También disponían de representantes, diseminados por el mundo, que les solían trasmitir a diario noticias del exterior.
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Aunque no ausente de fricciones, discusiones, desacuerdos, la vida de los Tarabiskotes transcurría, pacífica y apasionada. Hasta algunos, quizá los más optimistas, hablaban de felicidad.
Los Tarabiskotes tenían enemigos históricos: los Indudiablillos. Pero ya tendremos tiempo de hablar de ellos.
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