Autor: JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS - Madrid - 21/12/2010
Fuente: http://www.elpais.com/articulo/cultura/escribe/gente/comprende/lee/elpepicul/20101221elpepicul_6/Tes
José Manuel Blecua (Zaragoza, 1939) se define a sí mismo como "un profesor de lengua". Él lo fue durante años en un instituto antes de convertirse en catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona, director académico del Instituto Cervantes, presidente de la Comisión Estatal para la Conmemoración del IV Centenario del Quijote, miembro de la Real Academia Española y, desde el jueves pasado, director de esa institución. Ha sido de todo, pero insiste en que ser profesor de secundaria es "lo más útil" que ha hecho como lingüista desde que su padre, un maestro de filólogos del que heredó el nombre, se empeñara en que él y su hermano hicieran oposiciones: "Si no, no nos dejaba casarnos. Había que llegar a fin de mes y en la universidad, en 1962, cobraba 600 pesetas".
En los años ochenta, además, se haría popular con el programa divulgativo Hablando claro, de TVE: "Lo hacíamos en directo, antes del Telediario y cuando solo había una cadena. Imagínese. Nunca había dado clase para ocho millones de personas. Hoy nadie se atrevería con algo así".
Autor también del tomo de fonética y fonología que, "antes de la feria del libro", completará la flamante Nueva gramática publicada el año pasado, Blecua recibe en la sala en la que se reúne habitualmente con sus compañeros de la comisión de lenguaje científico y técnico.
Pregunta. ¿Por qué quiere un académico ser director de la RAE?
Respuesta. Porque para un profesor de lengua es una experiencia muy interesante. Es un honor, aunque cada vez me siento menos honrado. Me pesa tanto la responsabilidad que no me deja dormir. Es un trabajo bonito. Siempre de acuerdo con la junta de gobierno, el pleno, las academias de América... el director tiene muy poquita libertad.
P. ¿Y no supone aparcar la filología para atender a periodistas y presidentes de Gobierno?
R. Pero también eso es aprender cosas que forman parte de la filología.
P. Hay tensión en la Academia entre creadores y filólogos. Los escritores son más reticentes a los cambios de la Ortografía.
R. Es lógico, pero no hay tensiones. Tampoco los lingüistas son un ejército de falanges macedónicas que siguen las mismas tendencias. Los escritores, que tienen que luchar diariamente con la lengua, están muy apegados a una codificación de años. Yo también me resisto a veces a escribir solo sin tilde.
P. La gran difusión del trabajo de la RAE coincide con la cada vez menor presencia de las letras en la enseñanza.
R. No solo eso, el bachillerato es más corto, han aumentado las asignaturas de la vida cotidiana -la informática, por ejemplo- y la literatura ha quedado reducida a ser parte de la lengua, cuando siempre tuvo su autonomía.
P. Las humanidades no están de moda.
R. Han quedado reducidas a una pincelada de la vida de un autor y a unos pocos fragmentos de un libro difícil de entender. Habría que pensar en unas humanidades del siglo XXI, pero hacerla con retazos viejos del siglo XVI tampoco es una solución porque acaba siendo un saber enciclopédico que no lleva a nada. ¿Qué más da que Garcilaso naciera en Toledo o no?
P. ¿Cómo deberían ser las humanidades del siglo XXI?
R. Hay que volver a lo que hacían los grandes maestros del humanismo, para los que era fundamental el comentario lingüístico, la comprensión lectora, todo eso que con el informe PISA, vemos ahora que fracasa. El texto ha sido fundamental para las humanidades, y ahora resulta que pretendemos sustituirlo por el dato de dónde nació Petrarca con tres líneas de un soneto, y eso no es. Además, es una contradicción, porque, con Internet, nunca la escritura y los textos han tenido tanta presencia en la sociedad.
P. Si a eso se suma la influencia de los políticos y los medios... ¿Hablamos tan mal como se dice?
R. No crea usted que los políticos hablan peor que los profesores. Es verdad que los que tenemos la posibilidad de estar frente a un micrófono tenemos una responsabilidad. La crisis de la educación es lo que ha deteriorado la lengua. Como la educación no nos ha afianzado ni la capacidad expositiva ni la argumentativa, nos convertimos en modelos pobres que imita la sociedad.
P. La lengua es más rápida que la RAE.
R. La fuerza de los medios hace que hoy la dinámica del cambio lingüístico sea muy rápida. Uno enciende la radio por la mañana y ve que sensibilidad ha cambiado de significado totalmente en tres meses. O que no se hace nada sin un plan b, casi nadie habla ya de alternativa.
P. ¿La lengua se empobrece?
R. Las lenguas no son ni pobres ni ricas. En cada momento funcionan de acuerdo con las necesidades que tiene una sociedad y en este momento parece que la nuestra tiende a elementos muy simples.
P. ¿El pensamiento se vuelve también más simple?
R. Es al revés.
P. Siempre se habla de la vitalidad del español. ¿No corre ningún peligro? ¿Ni siquiera por el spanglish?
R. El spanglish no es una lengua. No es un problema porque no llega a los medios de comunicación ni a la literatura. Vargas Llosa unifica mucho más de lo que pueda disgregar el spanglish.
"Como la educación no nos ha afianzado ni la capacidad expositiva ni la argumentativa, nos convertimos en modelos pobres que imita la sociedad" dice el Sr Blecua en esta entrevista un poco pobre, justamente, en argumentos y con preguntas iguales de pobres en su capacidad expositiva. A pesar de esto, la frase mencionada es de los más tajante en cuanto a una realidad por lo menos preocupante. Cuando no se dispone de herramientas argumentativas (es decir la capacidad de estructurar una argumentación, de organizarla según una progresión, etc.) se suele recurrir al "argumento de autoridad" (es cierto porque yo lo enuncio)y/o a lo performativo (como lo expuso John Langshaw Austin en su libro de 1962, How to Do Things with Words, traducido al castellano en 1982 con el títutlo Cómo hacer cosas con palabras: Palabras y acciones)(véase por ejemplo: http://es.wikipedia.org/wiki/Teor%C3%ADa_de_los_actos_de_habla). En otras palabras, para que un enunciado tenga sentido es necesario que sea verificable. Pero la realidad es mucho más triste: ¿Qué decir de una sociedad que opina que él que más fuerte hable, más razón tendrá? Quizá, para que las personas dejen de ser "modelos pobres que imita la sociedad" haya que empezar por hablar bajito, por escuchar a los demás y por preguntarse si lo que uno tiene que decir es más valioso que el silencio.
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