sábado, 16 de abril de 2011

Taller - A partir de un texto de reflexión, escribir una poesía, por Andrea Lajaunie.

Pero tal vez hay otra razón que torna tan gratificante para nosotros el formular en términos de represión las relaciones del sexo y el poder: lo que podría llamarse el beneficio del locutor.  Si el sexo está reprimido, es decir, destinado a la prohibición, a la inexistencia y al mutismo, el solo hecho de hablar de él, y de hablar de su represión, posee como un aire de transgresión deliberada.  Quien usa ese lenguaje hasta cierto punto se coloca fuera del poder; hace tambalearse la ley; anticipa, aunque sea poco, la libertad futura.  De ahí esa solemnidad con la que hoy se habla del sexo.  Cuando tenían que evocarlo, los primeros demógrafos y los psiquiatras del siglo XIX estimaban que debían hacerse perdonar el retener la atención de sus lectores en temas tan bajos y fútiles.  Después de decenas de años, nosotros no hablamos del sexo sin posar un poco: consciencia de desafiar el orden establecido, tono de voz que muestra que uno se sabe subversivo, ardor en conjurar el presente y en llamar a un futuro cuya hora uno piensa que contribuye a apresurar.  Algo de la revuelta, de la libertad prometida y de la próxima época de otra ley se filtran fácilmente en ese discurso sobre la opresión del sexo.  En el mismo se encuentran reactivadas viejas funciones tradicionales de la profecía.  Para mañana el buen sexo.  Es porque se afirma esa represión por lo que aún se puede hacer coexistir, discretamente, lo que el miedo al ridículo o la amargura de la historia impiden relacionar a la mayoría de nosotros: la revolución y la felicidad; o la revolución y un cuerpo otro, más nuevo, más bello; o incluso la revolución y el placer. 
Michel Foucault, Historia de la sexualidad. T. 1. 

EDUCACIÓN SENTIMENTAL



Nunca mientes ese tema, ni dejes ver tus deseos,
percibirás la reserva  y una mueca de desprecio,
la mirada que reprueba o la rigidez del cuerpo.
Hay servidumbres molestas, de eso que se llama “sexo”.

Te vuelve muy vulnerable y  es algo sucio y espeso,
sólo para gente zafia y mujeres sin respeto.
No sería digno de ti cometer tales excesos,
las chicas finas no sudan y por regla tienen “eso”.

Ahora bien,  si insolente  se manifiesta el desespero,
flagela con el látigo y el cilicio tu cuerpo entero,
santifica tus ansias en aras de un amor perfecto,
y sublima tu deseo con tu amado, con esmero,
no se ha de notar que tú también disfrutas en el juego. 

Desde su más tierna infancia, fueron esos los consejos,
que recibieron las niñas, de los padres, del colegio,
a veces con disimulo, otras claros y directos.
Cuando la razón flaquea, entra el instinto al acecho,
¿qué pueden hacer las niñas si el camino es tan estrecho?
 
Puesta en esta tesitura, una dijo ¿qué  prefiero?
¿Peco un poco por un beso, un mordisquito, un magreo
un pellizquito en el culo, un placer corto y  pequeño?
Si de ser débil se trata, un helado es lo que quiero,
al fin y al cabo la gula, no quiere arrepentimiento.

Se casó a los veintiuno, blanca y virgen, por supuesto,
con un varón guapo y fuerte, y consumado putero.
No se sabe a ciencia cierta, aunque ella afirma con tiento
que alguna vez en su vida se ha quedado sin aliento...

Otra decidió pecar, despacio, quitando el miedo,
primero tiernos besitos,  luego algún abrazo lego,
manos y boca aprendiendo caricias de cuerpo entero.
Si de ser feliz se trata, elijo estos derroteros,
aunque me muera de fama, de putón y verbenero.

Se casó a los veintiuno, frágil e ingenua en su empeño
con un hombre de ojos negros, inteligente y con ceño.
Una vida muy sensata, razonable y sin excesos,
hasta que prendió la chispa que le quemaba por dentro.

Decididas y resueltas, hoy se miran al espejo,
tonos cálidos, maduros, de cepa de vino añejo,
salen a beber la vida, que se les escapa el tiempo.
Son diferentes por fuera, pero igualitas por dentro,
una se come el helado, la otra prefiere los besos.

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