sábado, 5 de marzo de 2011

Cuentos: Thomas Mann

A juzgar por sus historias breves, de Thomas Mann (Alemania, 1875-1955) se puede decir lo mismo que él afirmó de su admirado compatriota Eduard von Keyserling: “…no tenía nada de pionero, pero siempre será amado y siempre gustará”. En efecto: a pesar de ser contemporáneo de los grandes renovadores de la narrativa del siglo XX, como James Joyce, Virginia Woolf o William Faulkner, Mann no buscó innovar en sus ficciones. Como bien dice Marisa Siguán en el prólogo de estos Cuentos completos, la obra de Mann “enlaza conscientemente con las formas narrativas tradicionales”. Ello no obsta para que el autor sea considerado uno de los colosos de la literatura del siglo XX y más bien nos confirma que la originalidad no es necesariamente el rasgo característico de las hazañas artísticas más perdurables.
La buena fortuna acompañó la carrera literaria de Thomas Mann desde sus inicios: su primera y voluminosa novela, Los Buddenbrooks (1901), publicada cuando el autor contaba apenas con 25 años, fue un gran éxito de ventas y por ella se le otorgó 28 años después el codiciado Premio Nobel de Literatura. Según Kjell Espmark, miembro de la Academia Sueca y ex presidente del Comité Nobel, como lo que escribió Mann después del Nobel fue magnífico, “se discutió si sería posible darle de nuevo otro Nobel. Pero se decidió que nunca se podría otorgar el premio a la misma persona en la misma categoría”.
Sus premios, su prestigio y su condición de clásico no son las únicas ni las más importantes buenas razones para leer hoy en día a Thomas Mann. Enfrentarse a sus ficciones, escritas en su mayoría en la primera mitad del siglo pasado, no se asemeja a la labor de exhumar restos de una civilización muerta, sino más bien a la de viajar a un país vigoroso que no es el nuestro pero en el que, pese a las diferencias, nos reconocemos.
En 2010, la editorial Edhasa reunió por primera vez en español todas las narraciones breves de Thomas Mann en un volumen de casi mil páginas al que llamó Cuentos completos, pese a que también incluye narraciones que, por su extensión, pueden ser consideradas novelas cortas. El resultado es, como dirían los españoles, una gozada. Son 32 los textos incluidos en el libro, ordenados según su fecha de escritura y con el aviso del año de su publicación. Naturalmente, hay en este compendio obras prescindibles. Sería ingenuo e injusto con el autor pretender encontrar aquí solo obras maestras. Sin embargo, los puntos más felices del libro son tan altos que bien justifican la lectura de sus compañeros menos logrados.

Thomas Mann (DP)
En mi opinión, las cumbres del libro están en los relatos “La voluntad de ser feliz”, “El pequeño señor Friedemann”, “Tobías Mindernickel”, “Tristán”, “La muerte en Venecia”, “Mario y el mago” y “La engañada”. Ninguna de estas ficciones tiene una forma vistosa ni echa mano de técnicas transgresoras. Por el contrario, son narraciones en las que el continente nunca disputa la atención al contenido. Otro rasgo en común, que comparten con la mayoría de los relatos del libro, es su apuesta a la indagación al interior de ser humano, más que al entramado social y sus vicios (a excepción de “Mario y el mago”).
“El pequeño señor Friedemann” y “Tobías Mindernickel” fueron antologados por Augusto Monterroso y Bárbara Jacobs hace veinte años en su célebre Antología del cuento triste. El primero relata la historia de un ser pequeño y contrahecho que, luego de tener bien asumida su condición y soledad durante años, se enamora y se enfrenta por primera vez al dolor y a la maldad. Por su parte, el segundo está protagonizado por un ser miserable, víctima del escarnio público, cuya interioridad contradictoria y atormentada se expone de forma magistral a través de su relación con un perrito.
“Tristán” es uno de los tres relatos que Mann publicó en 1903 (los otros dos son “Tonio Kröger” y “Los hambrientos. Un estudio”). En ellos, el autor opone arte y vida, y recrea a los artistas como seres nostálgicos de una vida sencilla, amorosa y placentera, o carentes de ella por su entrega a la creación de obras bellas (de ahí el apelativo de “hambrientos”). A pesar de que el más famoso de estos tres textos es “Tonio Kröger”, no me parece el mejor, ya que prefiere “ensayar” sobre su tema a través de diálogos un tanto acartonados y retóricos en exceso en vez de mostrar su conflicto al lector a través de situaciones concretas, encarnado en los personajes. En “Los hambrientos”, en cambio, ya no están los defectos señalados. Si considero superior “Tristán” es porque el tema está mejor desarrollado en él, quizás por su mayor extensión. Según Marisa Siguán, “Tristán” prefigura una de las obras cumbres de Mann, La montaña mágica (1924), ya que en él aparece “el ambiente del sanatorio de lujo, la oposición entre los sanos y los enfermos, entre los activos que participan en la vida y los enfermos dados a la ensoñación, a la música, en realidad incapacitados para las exigencias de la vida”.
“La voluntad de ser feliz” es un cuento muy sencillo, pero no por ello menos sobrecogedor: narra la historia de un hombre de frágil salud cuya permanencia en este mundo está sostenida por la esperanza de rozar la felicidad, aun si el encuentro resulta fugaz. “Mario y el mago”, una anticipación de nazismo según la prologuista del libro, si bien funciona como la historia de un mago poderoso y perverso, también admite una lectura metafórica: el protagonista representaría a aquellos hombres que, gracias a sus habilidades singulares, son capaces de anular la voluntad de sus oyentes. “La engañada” es el texto que cierra el libro y uno de los últimos textos escritos por Thomas Mann. Es un estupendo cierre para el volumen: la protagonista es una mujer madura que conoce el amor de forma tardía; su ilusión será arrebatada por un elemento sorpresa que da una vuelta de tuerca a todo el relato y que nos sugiere una reflexión sobre la fugacidad de la vida y su sentido.
“La muerte en Venecia” es una de las creaciones más conocidas de Mann. Fue llevada al cine por Luchino Visconti y a la ópera por Benjamin Britten. Para Mario Vargas Llosa, tiene “una perfección artística que han alcanzado pocas novelas cortas en la historia de la literatura” y “merece figurar junto a obras maestras del género como La metamorfosis de Kafka o La muerte de Iván Ilich de Tolstói”. En esta narración aparece de nuevo el tema de la oposición entre vida y arte, ya explorado por Mann en otros relatos, como hemos visto. Gustav Aschenbach es un escritor consagrado. Vive una vida solitaria y apacible, disfrutando las mieles de su prestigio y de su éxito, hasta que un día la visión efímera de un extranjero le sugiere hacer un viaje. Su designio lo llevará a la ciudad italiana de Venecia, donde descubrirá un “yo” que nunca intuyó dentro de él.  Gradualmente, Aschenbach irá perdiendo sus convicciones más arraigadas e incluso la dignidad por ir en pos de una tentación del todo inusitada, pero que dota a su vida de una intensidad que la creación de arte jamás le aportó.
Además de haber sido un gran artista, un escritor preocupado por sacar a la luz las marismas en las que hombres y mujeres fuimos amasados, Mann fue un vitalista, un exaltador de la experiencia directa en oposición a la creación o a la contemplación artística. Su postura es discutible, por supuesto (habrá quien la encuentre incluso contradictoria con el oficio del autor), pero ella ha producido este puñado de magníficos relatos, muy alejados de los estériles aunque atractivos juegos de lenguaje y de la ostentación formal, y una prueba fehaciente de que el arte milenario de contar historias de discreta ejecución pero sustanciosa entraña que desvelen nuestros empeños y derrotas sigue muy vigente.
Javier Munguía
http://javiermunguia.blogspot.com/

Fuente:
http://www.revistadeletras.net/cuentos-completos-de-thomas-mann/

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