viernes, 11 de marzo de 2011

Florence Delay: «La vida se esfuma, como un cigarrillo entre los dedos»


Apenas una veinteañera, fue la heroína Juana de Arco en la conmovedora película de Robert Bresson. Novelista, traductora, ensayista, miembro de la Academia Francesa, Florence Delay es también una apasionada hispanista, que acaba de traducir «La Celestina», de Fernando de Rojas, y una narradora original y refrescante, como dejan traslucir las páginas de «Mis ceniceros» (Ed. Demipage), reconstrucción de un paisaje de recuerdos e impresiones, de una vida que como humo se va.

Refinada, natural, cordial, la primera pregunta es suya, no del cronista: «¿Desde cuándo existe ABC?». Satisfecha su curiosidad con nuestra respuesta centenaria, Delay lanza al aire del vestíbulo del hotel las volutas de su libro: «Más que de fumar y de cigarrillos, hablo de ceniza, porque la ceniza evoca una llama que fue, el amor, una amistad, paisajes, la vida... que ya son sólo ceniza pero que fueron, que existieron. Podría haberme puesto elegíaca y dramática, pero como soy de temperamento alegre me he atrevido a festejar esa tristeza de lo que se perdió, y lo he hecho de una insolente y provocativa. Es, al fin y al cabo, la vida que se nos esfuma como un cigarrillo entre los dedos».
Fumar, escribir, leer, ¿vicio, placer? «Como escribió mi compatriota Valery Larbaud, un maravilloso escritor, traductor de Gómez de la Serna al que visitó en Pombo para pedirle su permiso para la traducción, "la literatura es un vicio impune", como el tabaco, y tabaco y literatura forman una buenísima pareja».
Ni rastro de un cenicero en el vestíbulo de este céntrico hotel tan cercano a las que fueron casas de sus queridos Cervantes, Lope y Quevedo, y a dos pasos del Teatro Español, donde se representaban aquellas obras del Siglo de Oro, por el que Florence Delay siente auténtica pasión. Y por toda la cultura española. «Bueno, la palabra cultura no me gusta nada, se dice mucho, pero es un concepto más bien vacío... El primer autor español al que leí fue Lorca, luego el Romancero, el teatro... y siempre he creído que conocer una lengua no materna es muy importante. Así soy yo, fruto de la dialéctica entre lo que elegí, la literatura, lo español, y lo que me constituyó en mi nacimiento».

Academias paralelas

Miembro desde hace diez años de la Academia Francesa, aquella institución fundada por Richelieu recuerda en las palabras de Delay a la nuestra. Las reuniones también son los jueves, se encuentra en un bellísimo rincón parisino, el Puente de las Artes, cerca del Louvre, y sus miembros «de lejos podemos parecer sólo una asamblea de viejecitos (que también lo somos)» donde la escritora trabaja en la comisión que prepara el Diccionario: «Es curioso, en francés prácticamente nadie dice oui (sí) hoy en día, sólo se dice completamente, absolutamente, me parece increíble, me parece algo idiota».
Delay recuerda, igualmente, aquella experiencia de hace medio siglo con Bresson como «una gran suerte, algo fantástico, que me proporcionó una gran energía espiritual», y sí, si ustedes quieren ver satisfecho su morbo, pues sí, Delay fuma, aunque «con medida», cigarrillos que extrae de una bellísima pitillera («aquí llevo mi ración diaria») con un retrato de Frida Kahlo y una representación típica de la muerte mexicana: «Como ve, llevo esto y no el cartel de fumar puede matar», y resume su experiencia sobre la prohibición del fumeteo en Francia hace bastante más tiempo que entre nosotros. «Comprendo que a la gente que no fuma le resulte molesto y desagradable, pero creo que era mejor cuando en los lugares había un espacio para los fumadores y otro para los “abstemios”. Sinceramente pienso que en vez de promulgar tantas leyes, lo que había que hacer es educar a la gente».
Esta Juana de Arco, más que arder echa humo.

 

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