Winterbottom y su colega Matt Whitecross, este otoño, en el Festival de San Sebastián. | Justy Gª Koch
- El cineasta presenta de 'La doctrina del shock', adaptación de Naomi Klein
Un libro sirve exactamente igual para cambiar la historia de la humanidad (pongamos 'El manifiesto comunista') que para que una mesa deje de cojear (pongamos algunos diccionarios biográficos). Con las películas pasa lo mismo, unas revolucionan la forma de mirar el mundo, otras dan sueño y algunas simplemente cuadran el presupuesto anual del productor (a cuenta de la subvención del Estado, se entiende). El cine es, admitámoslo, tan polimórfico como el sexo.
Winterbottom es, sin duda, el director vivo más consciente de la naturaleza poliforme del celuloide. Sirve para todo. Como el sexo. La filmografía de este británico hiperactivo vive en constante en movimiento. Hace un par de años sabíamos de él por la extraña y emocional vivisección de una ciudad que atendía al nombre de 'Génova'.
Y la temporada pasada facturó la más violenta aproximación a la violencia con la adaptación del relato de Jim Thompson 'El demonio bajo la piel'. Todo ello mientras se aventuraba en una serie para la televisión acompañado del genial Steve Coogan, 'The trip'.
Hablamos del director de 'Un corazón invencible', 'Camino a Guantánamo', 'Tristram Shandy' y 'Wonderland', todas ellas piezas de pedernal en una filmografía mutante; una auténtica pesadilla para taxónomos o cinéfilos ordenados. Lo que ahora llega a las pantallas es, de nuevo, perfectamente inclasificable. No tiene nada que ver con nada de lo anterior y, si miramos a lo que ahora le ocupa, con poco de lo que vendrá.
Huele a documental
Sobre el papel 'La doctrina del shock' no es nada distinto a un documental. De hecho, huele, parece y sabe como tal. En compañía de Mat Whitecross, Winterbottom se dedica a pasar a la pantalla el best-seller combativo de Naomi Klein del mismo título. Lo que antes era letra impresa, ahora es fotograma emulsionado. Tan sencillo.
Cambia el vehículo, no el mensaje. Pero pronto se descubre que la idea es otra. En realidad, apenas hay ideas.
La película quiere ser como el propio libro, un artilugio para agitar masas (masas de gente se entiende). Y así es. La cinta es simplemente una pieza de propaganda tan efectiva como un martillo pilón aplicado sobre el dedo gordo del pie izquierdo. Duele. Y cómo. Es decir, la única idea es hacer daño. Fuera sutilezas. La tesis es, para los que se hayan acercado al catecismo de Klein, de sobra conocida: el capitalismo, en su versión más fea y liberal (la de los chicos de Chicago), ha impuesto sus recetas más despiadadas, injustas y crueles con la fea artimaña de noquear al adversario antes de darle los buenos días.
"Contamos y nos cuentan historias. No somos otra cosa que el conjunto de relatos que oímos y reproducimos. Al recibir un 'shock', el cuerpo se separa de su narración. Si eso lo trasladamos a la sociedad, el 'shock' hace que los pueblos olviden su historia para introducir a la fuerza otra distinta", dice Klein y repiten Winterbottom y Whitecross.
Sobre un montaje tan efectivo como espectacular, la película recorre las hazañas de los 'Milton Friedman boys' desde la dictadura de Chile hasta la guerra de Irak pasando por Reagan, Thatcher y Bush. Todo ello, con parada en el 11-S y la base de Guantánamo. Es decir, como un gran lecho de Procusto nada se escapa a la iluminada teoría del 'shock' social.
Lo de menos es la veracidad. Importa el impacto. La idea no es tanto que haya ideas, como que uno salga del cine con una única idea. No sé si me explico. Desde un punto de vista estrictamente técnico (o, si se prefiere, retórico), la película consigue exactamente lo que pretende: que tengamos claro quiénes son los malos. Insiste Winterbottom que es el momento de cambiar, de ofrecer alternativas, y que por eso ha hecho esto (llámese documental o taladradora). Y si uno mira a Sol (la puerta, no la estrella), no puede por menos que darle la razón.
Recientemente, veíamos como otro documental proponía una lectura algo más pausada de lo que nos ocurre. Hablamos de 'Inside job'. La estrategia de la película de Charles Ferguson era, si se quiere, la opuesta: de forma muy pedagógica y clarita contar lo que ya sabemos, pero de un tirón y con las caras de los responsables a la vista. El camino recorrido por 'La doctrina del shock' es el opuesto: se trata de aplicar una teoría (la del shock) a la Historia de la humanidad y que arda Troya. 'Inside job' irritaba por su transparencia; 'La doctrina del shock' irrita por su contundencia.
Rigor, el que se pueda
Otra cosa es el rigor, la precisión o, simplemente, la razón; el matiz, que llamaban los clásicos. En este punto la forjadora de lemas y pancartas que es Klein (la autora, recodémoslo, del tan aplaudido como tramposo 'No logo') no es precisamente la campeona. Pero, ¿a quién le importa? Lo que Winterbottom y su gente proponen es derribar un muro y, para ello, la escuadra y el cartabón sobran. Sólo hace falta una apisonadora. Y eso es exactamente 'La doctrina del shock', una máquina de triturar conciencias.
Se sale del cine con ganas de incendiar todo lo que arda. Es cine en la medida en que echa humo. Es cine, pero de otra manera. Es cine polimórfico que, además, quema. Como el sexo. Winterbottom no tiene fin.
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