Los que tengan alguna idea de francés (hablo del idioma) sabrán que la palabra “face” corresponde fonéticamente al francés “fesse”, es decir que lo que en inglés significa cara, se traduce por culo o nalgas en francés. ¿Me seguís? Pues, el otro día (no este, sino aquel) me crucé con un antiguo compañero suizo de la escuela ESASE, donde trabajé unos meses, y después de dos o tres cañas me comentó que había montado en internet una red social llamada “Fessesbook”, literalmente el libro de los culos. ¿Y qué hacéis en esta página?, le pregunté, tan extrañado como dubitativo. Me contestó con rapidez y contundencia: ¡Ya que la gente piensa cada día más con el culo, por lo menos que lo enseñe! Me hice el graciosillo: ¿Y entre culos, se pueden hacer amigos? No captas muy bien la idea, me reprochó, medio enojado, lo que cambia no es el sistema en sí -se sigue mandando solicitudes de amistad, escribiendo comentarios en los muros, etc.-, sino el perfil, en vez de ser de la cara es del culo. Bastante poco convencido, concluí: Pues, entonces, sigo sin entender el interés de todo esto. Mi amigo suizo no se desanimó: ¡Es muy sencillo, es una manera de mandar las caras a la mierda!
No sabía si dar por acabado nuestro encuentro, y viajar hacia el mismo lugar que sus caras, o darle más cuerda aún. Benévolo, opté por intentarlo de nuevo: ¿Pero todo esto es sólo para los francófonos? Un ligero tic marcó su sien izquierda: ¿Qué te crees, que los francófonos tienen el monopolio de los culos? Te estoy hablando de una red mundial, de una nueva alianza, sin discriminación por raza, color, lengua, cultura, posesión o no de bonos del estado, por… Es…, es, en definitiva, un ideal de fraternidad: ¡Culos del mundo entero, uníos!
La conversación estaba tomando un giro un tanto fatigante. Decidí dejarle a su traseropatía y volver a mi casa para encajar el perfil de mi culo en el perfil de mi sofá. Sin embargo, su “fessesbook” empezó a rondar por mi cabeza como un cazador furtivo, paciente e insistente, obsesivo, solapado, y durante más de una de esas noches de insomnio, en vez de contar las ovejas, me puse a contar las nalgas del libro de los culos de mi amigo suizo.
Unas pocas semanas después, coincidimos en una exposición de patchwork. Tomé un aire lo más amable posible y, acercándome a él, le pregunté: ¿Y qué tal van los culos? Su cara se iluminó: ¡De maravilla, 7.532 culos amigos! Me quedé perplejo y mi mente calculadora no pudo reprimir una urgente necesidad matemática, tan inútil como ridícula: ¡7.532 culos son 15.064 nalgas! No me dejó abrir la boca, continuó: ¿Conoces esta frase de Dalí?: “Siempre digo que, a partir del culo, los mayores misterios del mundo se hacen comprensibles”. Pues no, no conocía esta frase de Dalí que, a la vez de parecerme una soberbia imbecilidad, no tenía pinta de ser un remedio muy efectivo contra lo que se estaba convirtiendo en una enfermedad de lo más invasiva, pues, los culos habitaban mis días y mis noches.
Algo, tenía que hacer algo. Al día siguiente, empujaba la puerta de entrada de una librería para comprar un libro sobre la vida de los peces, lo cuales, que yo sepa, carecen de culos. Pero comprobé, aterrado, que dicha librería presentaba, multiplicado al infinito, la edición española de la Breve historia del culo del escritor francés Jean-Luc Hennig. Picores en la nuca, hormigueos en el pecho. Se me acercó un hombre de pelo blanco, una camisa azul cerrada por una pajarita burdeos con lunares amarillos y, sin mirarme, me explicó: Claro, el original, Brève histoire des fesses, es del año 1995, traducido al castellano en 1996 y editado por R&B, pero esta nueva traducción a cargo de José Miguel González Marcén supera con creces a su antecesor, además no me diga que la editorial Principal de los libros no ha hecho un excelente trabajo, ¿no le parece una portada magnífica? ¿De qué me estaba hablando esta persona salida de la nada? Giré lentamente la cabeza, clavé mis ojos en los suyos, respiré hondo y solté: ¿Sabía usted que la expresión francesa “avoir du culot” corresponde al castellano “tener mucha cara”? Así que, entre culos y caras, los mayores misterios del mundo se hacen comprensibles, ¿no le parece?
Quizá necesitaba unos días de vacaciones, en un país muy, pero que muy frío, un país de gente muy, pero que muy vestida. Y en este momento de tan profundo desamparo, me ayudó recordar lo que me dijo mi compadre Nene: “Siempre nos quedarán Quevedo y Abū l-Walīd Muhammad ibn Ahmad ibn Muhammad ibn Rushd”.
V.W.
Muy ingenioso lo de tu amigo suizo, hay cada caras de la mia me hago cargo ja,ja,ja,
ResponderEliminarUn beso. Vic
(Sobre crónicas intempestivas)