Dura afición esta de escribir.
Página en blanco. Desnuda, sin tutela, sin consigna... No sabré qué decir. Ni ideas maravillosas, ni historias de ficción fantástica, ni experiencias únicas, o divertidas, ... Y las palabras, las frases, no fluyen. Me bloqueo.
Nada de lo que cuente tendrá interés. Si juego, si improviso, ¡qué ridículo! ¡qué poco original!. Si profundizo, ¡qué cargante! ¡qué tópico! El tema, ¡qué anodino! ¡qué vulgar! Demasiado sentimiento, cuánta pedantería, que se te escapa la moraleja...
Ni siquiera ahora , después de dos párrafos,
descubrirá el lector nada nuevo. Todos los que han intentado escribir arguyen cosas parecidas para justificar su inseguridad, o su falta de talento. O para esconder su rigidez.
Vuelvo a la página, todavía semidesnuda. Me tomo mi tiempo. Echo mano de mi correcta sintaxis y ortografía, de hechos y experiencias vividos, de lo que ruge en mi estómago, de lo que cruje en mi cerebro... Como cuando me aseo y me visto por la mañana, antes de salir, en ordenada secuencia de combinadas prendas y complementos.
Y sigo escribiendo. Parece que el comienzo promete. Releo, tacho, modifico, corrijo... Al final suele salir algo que acostumbra a ser corto, conciso, correcto, casi siempre creíble y a veces divertido, pero casi nunca sorprendente.
Dura afición esta de escribir.
¿Cómo continuo? Ahora viene cuando tendría que dar vida a los personajes, contenido a la trama y urdir un buen final. Aunque sea en un relato corto.
Barajo varias historias. A todas les encuentro un pero: demasiado ñoña, muy atrevida, ¿a quién podrá interesar?, excesivamente sentimental, muy truculenta, aburrida, poco original, no aporta nada... Y me bloqueo.
Dura afición esta de escribir.
Cuando uno (o una) es su propio crítico - un crítico severo, implacable-, puede resultar un tremendo freno a la creación o acabar en un total bloqueo. Sobre el tema, recomiendo el libro de Victoria Nelson, "Sobre el bloqueo del escritor" (1997).
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