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Poco traducido al castellano, este autor inglés acaba de publicar su décimo libro. Embassytown es una extraordinaria novela situada en el espacio lejano que medita sobre el idioma y la globalización. Una obra de tal contundencia que está obligando a la crítica a repensar sus prejuicios de la ciencia ficción como género menor, divorciado de la Literatura con mayúsculas.
POR ANDRES HAX-
En el mundo literario de la ciencia ficción y la fantasía ya nadie duda de que China Miéville es uno de los escritores vivos más asombrosos e importantes. Ya ha ganado todos los premios que hay por ganarse, incluyendo los más importantes de ciencia ficción en los Estados Unidos (el Hugo) y el Rieno Unido (el Arthur C. Clarke). Lo único que resta es ver si este novelista londinense de 38 años logra encimarse al Olimpo donde residen los inmortales como Philip K. Dick, H.P. Lovecraft, Ursula LeGuin y Ray Bradbury. Una segunda pregunta sería si el establishment literario (los que dan el Booker y que nombran “los mejores 40 escritores con menos de 40 años”) aceptarán a China a sus veneradas listas.
A Miéville le da igual: “No es probable que esté escribiendo sobre largos almuerzos en el jardín e infidelidades matrimoniales…” dijo en una entrevista reciente con sus lectores vía Twitter que se puede ver por YouTube.
Es que el mudo de Miéville está en el polo opuesto a las gentiles ficciones inofensivas —y bien premiadas— de eminencias grises como Ian McEwan, Philip Roth, John Banville, Coetzee y Orhan Pamuk, por ejemplo. Algún día un director ambicioso va a hacer una muy buena película con el mundo de Miéville y va a caer como una bomba. Muchísimos lectores van a decirse: “Pero, ¿cómo que recién ahora nos estamos enterando de este tipo?”.
Esta breve nota pretende presentar a China Miéville para que después, cuando esté en boca de todos, este cronista pueda decir, satisfecho: “Yo les avisé.”
De Cambridge a Bas Lag
Para los escépticos que piensan, prejuiciosamente, que la ciencia ficción y la fantasía es un campo para gente limitada o al margen de la vida real, China Miéville obliga repensar estas nociones.
Miéville nació en Londres en 1972. Su padre no figuró en su vida. Su madre, tirando a hippie, le puso China a su hijo. Vale la pena, antes que nada, detenerse en su peculiar nombre. Viene de un especie de lunfardo londinense llamado cockney rhyming slang, que sustituye palabras de habla común con otras que riman, oblicuamente, con ellas. Entonces, por ejemplo: “I'm going to go have a look” (Voy a dar un vistazo) se convierte en: “I'm going to have a butchers”, porque butcher’s hook (el gancho del carnicero) rima con look. En esta jerga, China significa mate, o amigo, porque china plate (plato de porcelana) rima con mate.
Por más que las obras de Miéville construyen ciudades imaginarias con su propio lenguaje, sus propias especies y su propia tecnología, la matriz de su imaginación es inconfundiblemente Londres: el palimpesto histórico de la ciudad, su vastedad, su multietnicidad, el trazo de sus calles, su variada arquitectura…
Hasta hoy, la creación ficcional más notable de Miéville es el vasto mundo de Bas Lag, retratado en tres largas novelas: Perdido Street Station (2000), The Scar (2002) y Iron Council (2004). Este mundo ya ha generado fanzines, sitios webs y una multitud de papers académicos.
Si China Miéville ha expresado en múltiples ocasiones su antipatía para el mundo de Tolkien, con sus elfos que hablan en rimas y sus arquetipos convencionales y trillados, el mundo de Bas Lag es una muestra concreta de su anti-tolkienismo. Es un mundo con política, con tecnología, con injusticias sociales, con personajes que podrían salir de las novelas de Dickens. Y simpre, siempre, hay una trama atrapante a una escala y velocidad digna de Victor Hugo.
La educación de Miéville es notable en sí, pero también es el motor para entender de dónde vienen sus novelas. Miéville tiene un título en Antropología social de la Unversidad de Cambridge y un doctorado del London School of Economics en Relaciones internacionales con una tesis que interpreta la ley internacional a través del Marxismo. Además de ser un miembro activo del Partido Socialista de los Trabajadores, Miéville incursionó en la política como un candidato para la Cámara de los comúnes del Rieno Unido como candidato trotskista.
¿Un Booker para Miéville?
Esta rica base académica claramente influye en los complejos mundos ficcionales que crea, aunque Miéville ha enfatizado en una entrevista con la revista The Believer, en abril del 2005, que no escribe con fines ideológicos:
“No soy un tipo de izquerda intentando meter nefastos mensajes ocultos en mis novelas de fantasía. Soy un geek de ciencia ficción. Amo todo esto. Y cuando escribo mis novelas, no lo hago para emitir juicios políticos. Las escribo porque amo con pasión a los monstruos, a lo extraño y a los cuentos de horror y situaciones raras y el surrealismo. Y eso es lo que quiero comunicar…”
Una reciente nota en The Guardian, discutiendo Embassytown, la nueva novela de Miéville, plantea la siguiente pregunta: ¿No es hora de aceptar a esta persona como un gran escritor, punto y final, sin enfatizar el genero en cual escribe?
El hecho de que la obra de China Miéville no esté disponible en traducciones en la Argentina —o en Latinoamerica— habla con elocuencia del desdén que las editoriales (y el público lector “culto” en general) tienen por la ciencia ficción.
Es un debate eterno que no se resuelve salvo con el tiempo. Pero Ursula Le Guin, en la misma nota, dio su veredicto. Y es tajante. Dijo: “Cuando gana un Booker, toda la jerarquía absurda colapsará y la literatura será mucho mejor por ello”.
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