jueves, 2 de junio de 2011

Escultura - ¿Elogio de la fealdad en Méjico?

Detrás de una escultura fea está el capricho de un delegado
La imposición y no la estética es lo que ha marcado la instalación de esculturas en el DF. ¿Cuál es la pieza más horrible de su rumbo? Los críticos opinan


Domingo 29 de mayo de 2011Sonia Sierra | El Universalssierra@eluniversal.com.mx
Una cabeza de Luis Donaldo Colosio sonriente, desmesurada. Un Francisco I. Madero cuya mano levantada es mucho más grande que la cabeza. Un disco que recoge el glifo del pie de la delegación Tlalpan con una calidad puesta en duda por vecinos y especialistas en arte. Una fuente en Avenida Revolución recargada de seres que parecen serpientes.

En una ciudad que heredó el arte de la escultura de las culturas antiguas, que durante el siglo XIX y comienzos del XX generó en zonas públicas monumentos y obras de gran valía, que cuenta con dos de los conjuntos de escultura más reconocidos del país como lo son el Paseo Escultórico de Ciudad Universitaria y la Ruta de la Amistad, se aprecian también piezas puestas a capricho, sin criterio y para las cuales no se necesita una formación en historia del arte que lleve a concluir que en lugar de embellecer afean la ciudad.
Hace una semana, y tras las presiones en blogs y redes sociales, fueron retiradas en la Avenida Acoxpa, al sur de la ciudad, tres piezas que la delegación había instalado en esquinas estratégicas, creadas por Enrique Walbey. Desde que fueron puestas allí, a comienzos de año, los habitantes de la zona se inconformaron de diversas formas. En un foro generado por EL UNIVERSAL, esas “esculturas” fueron seleccionadas entre las más feas de la ciudad.
Pero el retiro de las piezas no acaba con el problema de fondo ¿cuáles son los criterios para ubicar arte público en la ciudad de México?, ¿existe algún criterio?, ¿qué currículum tienen los autores de dichos trabajos?
El problema no es sólo con obras que se van ubicando al antojo de los delegados, sino para las que ya existen puesto que muchas esculturas, a diferencia de lo que pasaría con cualquier otra obra de arte, son alteradas, no se les da mantenimiento, no se analiza qué guardar y los cambios de administración impiden dar continuidad a proyectos.
“Hay un caos en la ciudad, pero no es nuevo -afirma la investigadora Lily Kasner, autora de libros sobre la historia de la escultura en México-. Donde veo el problema es que delegados, sin tener ojo para ver qué escultura es buena o es mala, han hecho horrores. México se ha caracterizado por tener la escultura urbana por excelencia: las Torres de Satélite; esto tuvo realmente un peso, fue una escultura bien planeada, de Mathias Goeritz y Luis Barragán. Hasta hoy vas a Satélite y ves la gran escultura. Se entendió entonces que se tenía que hacer una escultura abstracta. Pero, incluso, a las Torres las han pintado del color que han querido. La primera escultura que hace Mathias con Barragán es la Serpiente de Pedregal, que toda la vida fue blanca, y, de repente, un día pasamos y era azul añil con los ojos amarillos. Eso es una falta de respeto que no se hace con la arquitectura, ni con la pintura. ¿Por qué lo hacen con la escultura? Por falta de sensibilidad, porque son unos vándalos. Es como si a Las dos Fridas, como son dos, le cortaras una. Es no pensar que un escultor la realizó con una visión especial”.
“Por todos lados, si los van dejando, se ponen esculturas al gusto del delegado y la mayoría de los delegados no tiene ese tipo de cultura, podrán ser buenos o malos políticos pero no tienen cultura estética y menos cultura urbana”, afirma por su parte el arquitecto Carlos Flores Marini y da algunos ejemplos de este tipo de obras que se encuentran en la ciudad de México:
“La que es una tristeza es la escultura de Madero, arrinconada ahí junto al estacionamiento en Bellas Artes, en una posición muy indigna, y si bien hay partes de la escultura que no son malas, como el pecho del caballo, el escultor al atenerse a hacer anatómicamente a Madero lo llevó a excesos: la mano es desproporcionadamente grande, y el héroe está desproporcionado con relación al caballo. Hay un Vicente Guerrero en Miguel Ángel de Quevedo que más parece un alfil porque la proporción de las esculturas tiene que estar en relación con la base. La cabeza de Colosio es otra cosa horrorosa. ¡Cómo una cabeza de esa pobre calidad estética sobre Reforma! Nadie tiene nada contra el personaje, pero si quieren que trascienda tendrían que buscar una buena escultura. En la glorieta de la Luna, el delegado de Tlalpan puso un disco todo triste, con una pata ahí, que es el jeroglífico de Tlalpan, pero de una mala calidad que qué barbaridad”.
En todo el país
A comienzos de los años 80, la artista Helen Escobedo y el fotógrafo Paolo Gori publicaron el libro Monumentos Mexicanos. De las estatuas de Sal y de Piedra, una obra donde exhibieron que el problema de la escultura pública es un asunto nacional. El libro (del que habría que hacer ahora una segunda edición, propone Carlos-Blas Galindo, crítico de arte y director del Cenidiap, Centro Nacional de Investigación e Información de Artes Plásticas), recoge ejemplos de singulares esculturas en ciudades y pueblos como las dedicadas al avión, al sombrero, al camarón, al bombero, al caracol.
Los autores revisaron también el tipo de monumentos a los héroes y los excesos de algunas de estas piezas a la memoria de Benito Juárez, Lázaro Cárdenas o Miguel Hidalgo.
Kasner toma el libro y comenta: “La escultura figurativa de los héroes se ha elaborado en todo el mundo porque se trata de darle un lugar histórico a los héroes, a los poetas. Escobedo y Gori muestran los horrores que se han hecho, como con Juárez, que es un adefesio tras otro. La Cabeza de Juárez no le gusta a nadie. Pasa en toda la República mexicana: delegados, presidentes municipales, gobernadores y secretarios se quieren parar el cuello poniendo una cantidad de adefesios. Esto es del siglo XX y del XXI, porque todavía a finales del XIX y principios del XX, la escultura era digna. En México tenemos obras maravillosas del periodo olmeca que son las cabezas y mira las cochinadas que se hacen ahora; parece que los decapitaron a todos”.
Iniciativas frustradas
“Alguna vez leí en un libro que el arte público es aquello que todos padecemos, acerca de lo cual nadie decidió, pero que también nosotros pagamos”, asegura el crítico Carlos–Blas Galindo y plantea: “A falta de una normatividad, se ha faltado respeto a la ciudadanía, al artista, al entorno. Es necesario conformar un grupo con el voto y la voz de ciudadanía y la comunidad artística. No hay concursos. No hay estrategias para este arte. Los públicos no especializados en México son conservadores, quisieran obra de la estatuaria tradicional; los geometrismos, que son lenguajes del siglo XX, les parecen un poco problemáticos”.
En 1998, en el gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas en el DF se creó, y publicó el decreto, de la Comisión de Imagen Urbana y Arte Público.
“Todas las grandes ciudades del mundo tienen una comisión como tal –recuerda Flores Marini, quien formó parte de ese grupo junto con otros expertos en arte y arquitectura como Rita Eder, Renato González Melo, Fernando González Gortázar y Teodoro González de León, entre otros-. Cuando entró el señor López Obrador insistí en que podía cambiar a los miembros, pero que la comisión tenía que seguir, pero lógicamente él jamás la volvió a convocar y, desde luego, Marcelo Ebrard tampoco lo ha hecho, porque si no la misma comisión le hubiera prohibido que pusiera el elevador ese en el centro del Monumento a la Revolución”.
La Comisión estaba inspirada en similares que existen en París, Londres, Nueva York y otras grandes ciudades. “Tenía por fin que los políticos no pudieran poner esos horrores”, dice el arquitecto y describe que ésta fijaba normas para la ubicación de piezas: “En esta época se le pidió a todos los delegados, y la mayoría lo acató, que cualquier escultura que quisieran poner primero la mandaran para que fuera sancionada por la comisión”.
Flores Marini dice que el gobierno de la ciudad está a tiempo de convocar de nuevo esa comisión: ”Tiene que haber una normativa porque el espacio público nos afecta a todos, así como una buena escultura beneficia al espacio, una mala destruye todo. La comisión debe abocarse a reparar, a integrar porque luego se roban partes de la obra, a revisar cuáles pueden ser reubicadas y cuáles tienen que ser retiradas”.
“Tiene que ser una comisión de expertos; no es un asunto de democracia, no se puede convocar a una asamblea en el Zócalo donde todos voten -señala Carlos-Blas Galindo-. Se deben evitar casos de censura; estaría a favor de revisar, reubicar o, en algunos casos, ensalzar obras, como las piezas de la Ruta de la Amistad; en ningún caso de destruirlas. Retirar piezas es un riesgo pero me parece que también tenemos que hacerlo, no sólo las de estatuaria, también algunas de pintura mural”.
Por lo pronto, los entrevistados proponen que se comience por analizar la propuesta del Patronato de la Ruta de la Amistad, en torno de la reubicación de algunas de las esculturas creadas en el marco de los Juegos Olímpicos de 1968, que se verán afectadas por la construcción de la autopista del segundo piso de Periférico.
“La obra vial a todos nos va a beneficiar, pero se van a sepultar algunas piezas. Ya la de Herbert Bayer está ahogada, no se puede ver la de Ángela Gurría ni desde los carros, ni los peatones”, sostiene Carlos-Blas Galindo.
En todo caso, hay en grandes ejemplos de escultura en jardines de museos; en Miguel Ángel de Quevedo existe un corredor de esculturas de artistas como Rojo y Gortázar, entre otros. Algo similar se creó en 2006 en Nezahualcóytol, sin embargo allí se presenta otro de los problemas que padece el arte urbano: su preservación:
“Siempre se pensó que el municipio iba a pagar el mantenimiento, pero el deterioro se advierte hoy. Y más allá del graffiti, que es parte de lo que le pasa al arte público, sé que muchas personas de Nezahualcóyotl que pasan por ahí lo ven como una imposición y eso hay que evitarlo”, advierte Galindo.

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