martes, 1 de febrero de 2011

Cuento - Ostentación, por JC Martin

Ostentación


- ¿Y qué, vamos ?

A mí no me hubiese disgustado, pero como no solían brillar por su imaginación, cualquier hijo de su madre aparecía metido en un tugurio de mala muerte, con una miserable bombilla azul o roja en un rincón, un rollo de papel higiénico en otro. ¿Seguirla? Le he dicho que estaba sin blanca, contestó No pasa nada. Me llevó detrás de un arbusto, se puso de cuclillas, cremallera abajo, polla al aire,
coches pasando, lentamente atrapados por los faros de otros, ella chupaba, se me habían ido las ganas, tenía el culo helado, chupaba fuerte, me la meneaba, seguro que al bajar la cremallera se me iba a quedar pillado algún pelo, me iba a doler la ostia, además no me gusta demasiado correrme de pie, tenía los pantalones hasta las rodillas, una mano en la cadera, la otra en su cabello rojo, verde, azul y otra vez rojo, y azul, se oía el bum bum de una discoteca cercana, seguía chupando, algunas gaviotas perdidas lanzaban gritos, recordando la desesperación de una anciana  a quien le acaban de chorizar el bolso, otro cliente, otra Y-qué-vamos, cinco metros más lejos, y otras (todavía más), una fila completa de Y-qué-vamos de cuclillas, ocupadas a chupársela al mismo gilipollas, el pantalón en las rodillas, una mano en la cadera, la otra sobre la cabeza, adelante, atrás, dentro de la misma luz de los coches, el mismo pelo rojo, azul, verde, el mismo bum bum para todos y los mismos chillidos al vaciarse los huevos, unas variaciones ridículas sobre los ah, uh, oh…

      Escupe la leche, un pequeño charco espumoso, rojo, después verde, después azul, y otra vez rojo, me coge del brazo, ¿Y qué, vamos? me dice. ¿Pero donde, por qué esa necesidad de siempre ir a algún sitio? Sin embargo tenía razón, no nos íbamos a quedar aquí estancados, en medio de esas jodidas luces fluorescentes.

*
      Hace ya un mes que Y-qué-vamos está en mi casa, no fui tan indiscreto como para preguntarle su nombre, sigue chupándomela gratis, no me gusta como mea, demasiado ostentatorio, en cuando al resto, está fuera cada noche, cuando vuelve, pega su cuerpo frío contra el mío, me la chupa, se duerme, y yo también.

*
      Y-que-vamos no tiene amigos, tampoco pasiones, no hace nada con exceso, no va nunca a ningún sitio, aquí está y aquí se queda.

      Sobre la doce se levanta, abre la nevera y se come cualquier cosa, se va a sentar, me pregunta si quiero follar o si prefiero que me la chupe, si le digo que no, se queda sentada, si le digo que si, se pone en pelotas.

      Y-qué-vamos no es ni guapa ni fea, no sé muy bien la edad que puede tener, ¿25, 30, 35?, no es ni coqueta ni dejada. Y-qué-vamos es tibia y silenciosa.

*
Son ya tres meses que Y-qué-vamos está en mi casa, ninguna necesidad de su nombre, su culo, de vez en cuando, sus chupaditas.

*
     A veces levanto la vista hacia ella, está sentada en el sillón, la mirada perdida, no hace nada, no dice nada. De vez en cuando, se levanta, va a mear y vuelve al sillón. Jamás me preguntó o me pidió nada, nunca, ni dar un paseo, ni ir a cualquier sitio, parece no querer otra cosa que sentarse en el sillón, la mirada en el vacío, sin decir nada y sin hacer nada. Cuando follamos, se queda bocarriba, pone sus manos en mi cadera y acompaña mi vaivén, cuando me corro, pone una mano sobre mi nuca y espera a que recobre el aliento. Cuando chupa, lo hace con precisión, va aumentando poco a poco la presión de sus labios y la rapidez del movimiento. Cuando me corro, guarda la leche en su boca, espera a que se me ablande y va escupir en el lavabo. Y aprovecha para mear, con ostentación.

*
      Y-qué-vamos lleva un año en mi casa, jamás la he oído quejarse, ni un reproche, ni nada. Y-qué-vamos sale por la noche, vuelve por la mañana y hace como cada mañana. He dejado el curro hace seis meses. Cuando vuelve, deja lo billetes encima de la mesa, se mete en la cama, me la chupa, se despierta sobre la doce, come algo y se sienta en el sillón, nada dice, nada hace.

Hará algo como tres meses, unos colegas míos que lo estaban pasando canutas me preguntaron si Y-qué-vamos, considerando su oficio, no les podría echar una mano. Ella sólo asintió con un leve movimiento de barbilla. Desde entonces, tres o cuatro veces a la semana, me siento en el sillón, mirando al vacío, sin hacer nada, sin decir nada y escucho, por detrás de la puerta, en el dormitorio, unos chillidos al vaciarse sus huevos, ridículas pequeñas variaciones sobre los ah eh oh… Al salir, dejan los billetes sobre la mesa, saludan con un leve movimiento de la barbilla hacia arriba y se marchan. Y-qué-vamos vuelve a sentarse en el sillón, me pregunta si la quiero follar o si prefiero que me la chupe, si le digo que no, se queda sentada, si le digo que si, se pone en pelotas.

*

Dos años ya que Y-qué-vamos vive en mi casa y uno que ha dejado de salir por las noches. Los colegas de mis colegas vienen a pasar un rato entre sus piernas o dentro de su boca. He comprado un nuevo sillón, ahora cada uno tiene el suyo. Hasta puede ocurrir que miremos al mismo vacío.

*
Hoy, como cada miércoles, he ido a comprar latas de cerveza, algunas conservas, espaguetis y tres kilos de carne picada. Cuando me iba, Y-qué-vamos estaba sentada en su sillón, cuando he vuelto, no se había movido de sitio. Quizá en sus ojos, como una lucecita, allí, en el rabillo, una ínfima claridad, casi imperceptible, en fin, un minúsculo algo. Me estaba observando. He ido a la cocina para dejar las bolsas. He vuelto a su lado y me he sentado. Nos hemos mirado. Sólo me dijo: “Me llamo Hrosvitha”. He vuelto a la cocina. He cogido el cuchillo jamonero. Se lo he clavado en la garganta. Desde luego, no podía aguantar más la manera que tenía de mear, con ostentación.

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