Ayer mismo escribía yo aquí sobre la “compasión” que encontraba en Camus, y me refería a esa particular forma de ver el mundo de algunos narradores, en la que sus ficciones o sus mundos reales nos aparecen tan cercanos, por muy alejados que estén de nuestros mundos personales, o de nuestras geografías.
Son formas de ver, naturalmente, y está claro que también leemos con interés a otros, yo al menos, que no poseen esa, para mí, cualidad. Podemos leer novelas, relatos, biografías, en las que sabemos, sentimos que el autor o la autora se distancia, lo “cuenta” de un modo en el que nosotros mismos no nos sentimos implicados, y claro está que son muchísimas veces excelentes escritos y los disfrutamos. Ahora bien; permítanme la subjetividad lectora: no se nos quedan en el corazón, no sentimos que quien nos lo cuenta nos transmite algo de piel a piel, por así decir, y ustedes me entienden. Pongo un ejemplo que les sonará, de una literatura muy de moda; todos hemos leído decenas de libros sobre la segunda guerra mundial, sobre los guetos judíos; y sin embargo, qué a menudo pensamos, “más de lo mismo”, “literatura de la obscenidad”, y entiéndanme, se puede llegar a ser obsceno contando cuando no se es buen escritor aunque el tema sea –o quizás precisamente por ello- tan delicado. Y sin embargo, recordamos Éxodo, o El Pianista de Varsovia, y sentimos esa empatía.
Bien, pues hoy les traigo una novela, Sunset Park, de Paul Auster, que participa y de qué manera de esa visión del mundo.
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