Si Gustave Courbet hubiera sabido que después de su muerte (1877) alguien iba a inventar un artilugio capaz de imprimir película fotográfica a través de cuerpos opacos, se hubiera ido a la tumba con dudas sobre cómo iba a interpretarse su obra en la posteridad. Se dice de él que es el pintor preferido por los laboratoristas que radiografían obras de arte, tal es la magnitud del submundo que se oculta bajo la pintura de sus cuadros. Falsas modelos, motivos descartados, errores corregidos y hasta figuras que desaparecen porque el pintor ya reniega de ellas. Obras, en definitiva, con una riquísima vida interior.
El hallazgo de que los cuadros ocultan otros cuadros bajo la primera capa de pintura ha sido algo habitual desde que los rayos X empezaron a aplicarse a las obras de arte. La revelación más reciente data de principios de semana, cuando el Centre de Restauració de Béns Mobles de Catalunya mostró la auténtica escena que subyace bajo El port de Barcelona, de Eliseu Meifrén. Pero pocos pintores se aficionaron tanto como Courbet (1819-1877) a "reciclar" su obra. A veces, porque la precariedad económica que padeció durante largas épocas le obligaron a reutilizar el material. Otras, porque no se quedó a gusto con el resultado final o porque cambiaron las circunstancias en las que el cuadro fue pintado...
Este parece ser el caso que motiva este artículo: el magnífico lienzo de Courbet El hombre herido (1844-1854), que se expone estos días en el Museu Nacional d'Art de Catalunya (MNAC) en el marco de la exposición Realismo(s), oculta también una historia debajo. El cuadro que ilustra esta página es uno de los muchos autorretratos de un autor definido por quienes lo conocieron como ególatra, obsesivo, impulsivo, excesivo, generoso y apasionado. El hombre herido del MNAC encajaría sobre todo en la primera categoría, la narcisista. Es uno de los muchos cuadros de la primera etapa en que el autor se retrata bello e interesante, lánguido, siempre más esbelto de lo que sabemos por las fotografías que fue, aquí yaciendo con una romántica herida en el pecho como aquel "San Sebastián" de Delacroix, en el que acaso se inspiró.
Pero la tela no siempre se mostró así. Un estudio radiográfico de 1973 determinó que bajo la superficie subyacen no uno, sino dos cuadros diferentes. En uno aparece el perfil de una cara de mujer, y en otro, una pareja tiernamente abrazada en una composición similar a la que podemos contemplar en el grabado Siesta campestre (1844), también expuesto en el MNAC.
Parece claro que en la última fase de elaboración del lienzo el pintor se deshizo de la mujer. Si fue por ego –le robaba plano– o porque la modelo le había abandonado y suprimiéndola se vengaba de ella, nunca lo sabremos. El autor no hace referencia a la cuestión en ninguna de las cartas reproducidas en Correspondencia de Courbet, de Petra Ten-Doesschate Chu. Sin embargo, el hecho de que la modelo abducida pueda identificarse con Virginie Binet, supuesta amante del artista que lo dejó plantado en 1851, abona la segunda de las hipótesis. En la versión definitiva, el Courbet del cuadro abraza la nada con actitud de tormento. Algún estudioso ha querido ver en este retrato una alegoría de la incapacidad del pintor de retener a las mujeres a las que amaba, como esta Binet a la que fue repetidamente infiel y que al final le abandonó.
De hecho, sí sabemos por las cartas que El hombre herido fue uno de los escasos cuadros que Courbet quiso conservar entre sus posesiones a lo largo de su vida. Hasta el punto de que él mismo se tomó la molestia de pintar copias para sacar algún beneficio de su composición sin tener que despedirse del original. ¿Quería tal vez guardar celosamente el secreto para sí, hasta el punto de no dejar que circularan pruebas de la caprichosa mutilación del retrato de su amante?
Courbet, que llegó a eliminar impunemente a la mujer del filósofo revolucionario Proudhon en la versión final del retrato que pintó de éste, o que dejó a Baudelaire viudo de su exótica amante Jeanne Duval en el último retoque de "El taller del pintor", sí se arrepintió en alguna ocasión de haber repintado sus cuadros. Por ejemplo, al final de su vida lamentaba haber reutilizado por motivos económicos la tela sobre la que pintó su Noche de Walpurgis para sustituirla por Los luchadores, una escena de extraordinaria tensión protagonizada por un forzudo español al que Courbet vio combatir en París. El retrato de este gigante oscureció para siempre el de una misteriosa mujer a quien el artista, 30 años después de pintarla, todavía recordaba en una sentida carta. Qué lástima.
Fuente:
http://www.lavanguardia.com/cultura/20110514/54154384801/la-historia-oculta-de-un-cuadro-de-courbet-expuesto-en-el-mnac.html
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