domingo, 22 de mayo de 2011

Pensamiento - Necesidad de la Filosofía, por Jacobo Muñoz Veiga

"Transformar los significados constituidos, interpelar y discutir los discursos hegemónicos, crear nexos de sentido siempre frágiles y limitados, trabajar, en fin, en la creación y generalización de una cultura crítica cuyo objetivo último sea el de librarnos de la fatalidad biológica y social, de las constricciones del entorno siempre irreflexivo y tiránico de la compulsión acrítica en lo dado".


Necesidad de la Filosofía
Dr. Jacobo Muñoz Veiga1 - Universidad Complutense de Madrid
Toda definición simplifica y reduce a caricatura lo definido, siempre mucho más complejo. No otra cosa ocurre con la filosofía. Pero como por algún lado hay que empezar, hagámoslo recurriendo a un mínimo -muy mínimo-común denominador: la filosofía es una reflexión crítica, tan antigua como nuestra cultura, acerca de los fundamentos, los métodos y las perspectivas del saber teórico, del pre-teórico, de la práctica y de la creación. Puede, en este sentido, decirse que la filosofía encuentra sus motivaciones más profundas en la ciencia, el arte y la práctica política, de modo que no admite la escisión, tan común en ambientes "positivistas", entre conocimiento y autoconocimiento. Que dicha reflexión ha sido cultivada del modo más cabal por algunos científicos o literatos, es cosa que va de suyo. Hay en efecto, páginas de Einstein, de Lévi-trauss o de Thomas Mann, pongamos por caso, de sustancia filosófica muy superior a la de volúmenes enteros de no pocos filósofos "puros". Pero este sólo documenta un alto nivel de autoconciencia en aquéllos. En la medida, por último, en que nuestros saberes y haceres, nuestros sueños y nuestras expectativas, incluso nuestras pasiones y pulsiones vienen siempre históricamente situados-algo no incompatible con la posible vigencia transhistórica de algunas de sus piezas-, la filosofía puede ser asumida tambien como la autoconciencia crítica de una cultura en un momento histórico dado. Lo que aquí está en juego, pues, es ante todo una actividad que agudiza tanto la capacidad crítica del hombre, o lo que es igual, su capacidad de habérselas reflexivamente con el mundo, de clarificarse sus propios condicionamientos y los objetivos que dan sentido a su conducta y, en concreto, a sus conocimientos, como su capacidad autocrítica.
Habría pues, que hablar, como bien sabía Kant, más del filosofar que de la filosofía, sobre todo de la filosofía entendida como una suma más o menos cerrada de filosofemas "puros". Pero sin olvidar, claro es que esta actividad ha dado de si a lo largo de los siglos piezas positivas sin las que nuestro suelo vital y cultural no sería el que es, desde su propia e impresionante tradición, en la que destacan los mapas del Mundo elaborados por los gran-des filófosos que han ido sucediéndose, y que cada época ha reinterpretado a la luz de sus intereses y presupuestos metateóricos, a las diferentes teorías de la argumentación. Y desde los instrumentos intelectuales que nos permiten, por ejemplo, distinguir entre creer y saber, o lo que es igual entre lo que es una visión del mundo y lo que es una teoría científica a las grandes tramas categoriales. Sin olvidar los territorios constituidos ya en disciplinas posfilosóficas, como la psicología y la sociología, ni -todavía menos- los resultados de la secular búsqueda filosófica de lo justo y de lo bueno. Pero la filosofía tiene hoy retos nuevos. Sus sucesivas "crisis" durante el siglo xx, inseparables de las crisis y revoluciones científicas y sociales de ese mismo siglo, han obligado, en efecto, a atender con intensidad creciente a las "impurezas" de la razón, a la imbricación de ésta en la cultura y la sociedad, a su entrelazamiento con el poder y el interés, a la variabilidad histórica de sus categorías y, en fin, al carácter corpóreo y prácticamente comprometido de sus portadores.
Salta a la vista que todo ello ha conllevado una poderosa reformulación de la vieja búsqueda de ideas y valores -convertibles en derechos por obra de la ley- sin los que el nuestro sería un mero estado de naturaleza. Transformar los significados constituidos, interpelar y discutir los discursos hegemónicos, crear nexos de sentido siempre frágiles y limitados, trabajar, en fin, en la creación y generalización de una cultura crítica cuyo objetivo último sea el de librarnos de la fatalidad biológica y social, de las constricciones del entorno siempre irreflexivo y tiránico de la compulsión acrítica en lo dado: esos son los retos a los que, en un tiempo que no es ya el de las "minorías selectas" sino el de las nuevas mayorías ilustradas que se anuncian, debe hacer frente, con sus armas específicas, la filosofía. Y no sólo ella, claro es. En cualquier caso, el triunfo final que algunos auguran, y en el que parecen complacerse, de un mundo "posfilosófico"-y, en consecuencia, carente de toda dimensión crítica y autorreflexiva relevante- sería el triunfo de una de las más lúgubres de esas utopías negativas que proliferaron, y no sin razón, a lo largo del pasado siglo.



1 Jacobo Muñoz Veiga, es catedrático de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid. Nacido en Valencia en 1942, doctorado en la Universidad de Barcelona en 1973 con una tesis dirigida por Emilio Lledó. Es considerado como uno de los filósofos "puros" más destacados del país y a pesar de eso no se incluyó a sí mismo en el "Diccionario de Filosofía" que ha publicado en el mes de marzo de este año en colaboración con cinco alumnos de su Facultad. Aparte de publicar libros y dirige tesis doctorales desde 1982 con temas tan variados como "La teoría del valor de Marx en la filosofía moderna", "El pragmatismo de Peirce y Dewey" o "La filosofía del lenguaje Wittgenstein".

Entre sus publicaciones destacan Lecturas de filosofía contemporánea (1984), Inventario provisional. Materiales para una ontología del presente (1995) y Figuras del desasosiego moderno. Encrucijadas filosóficas de nuestro tiempo (2002), El retorno del pragmatismo, así como un Compendio de epistemología (2000), del que es coeditor junto con Julián Velarde. Ha desarrollado asimismo una extensa tarea como editor y traductor de pensadores contemporáneos (Lukács, Heidegger, Husserl, Wittgenstein.) Correspondencia (1928-1940) Theodor W. Adorno y Walter Benjamin, en edición crítica.

Director del Departamento de Filosofía IV (Teoría del Conocimiento e Historia del Pensamiento) de la Universidad Complutense de Madrid hasta el año 2000.

Miembro honorario del Consejo Editorial de Revista Observaciones Filosóficas.

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