Por JOSÉ ANDRÉS ROJO
El filósofo alemán, una de las figuras más estimulantes del pensamiento, reflexiona sobre el presente de su país. Alemania llega a la cita madrileña con casi una veintena de escritores como Enzensberger, Safranski, Braun y Schmidt
Hace ya tiempo, en Múnich, Richard Strauss estrenó la última de sus composiciones. Cuando la orquesta terminó, un trueno de silbidos irrumpió en la sala. Poco después, y refiriéndose a su pieza, el compositor se limitó a decir: 'A mí me gusta". La anécdota la cuenta el filósofo alemán Peter Sloterdijk (Karlsruhe, 1947) cuando recuerda el origen de su último libro traducido en España, Celo de Dios (Siruela). "En Berlín hay una galería que lleva tiempo proponiendo una suerte de triálogo", explica, "es decir, el encuentro entre israelíes, árabes y europeos para debatir sobre las tres religiones monoteístas. A mí me invitaron a participar en 2006 junto a un israelí y un palestino. Cuando terminó mi intervención, el israelí se acordó de que tenía una serie de asuntos impostergables, salió zumbando de la galería y desapareció. El palestino, por su parte, se puso a llorar: se había sentido insultado". En el ensayo, que lleva como subtítulo Sobre la lucha de los tres monoteísmos, Sloterdijk desarrolla los temas que trató en aquella conferencia y ahora que recuerda la reacción de sus colegas se limita a sonreír y afirma: "A mí me gusta".
Peter Sloterdijk estuvo en Girona la primera semana de mayo. Lo invitó el filósofo Josep Maria Terricabras para que desarrollara, en la Cátedra Ferrater Mora de Pensamiento Contemporáneo, las grandes cuestiones de su trabajo más ambicioso, Esferas (Siruela publicó sus tres tomos en España). Entre lección y lección, tuvo un rato (corto) para contestar algunas preguntas relacionadas con Alemania. Es el país invitado en la próxima Feria del Libro de Madrid, y qué mejor embajador que Sloterdijk para dar cuenta de la atmósfera política y cultural del gigante europeo. Al fin y al cabo, este filósofo forma parte de esa vieja tradición de intelectuales que tanta fama tuvieron en Europa a lo largo del siglo XX por no tener el menor recelo para intervenir con sus opiniones y dictámenes en la marcha del mundo. Sloterdijk ha llegado incluso más lejos: para quienes lo critican es un pensador demasiado mediático, amigo de andar provocando una polémica tras otra. Cada mes se emite desde Berlín el programa de televisión Philosophisches Quartett, que conduce junto a su colega Rüdiger Safranski y en el que debaten con otros dos invitados sobre lo divino y lo humano. Para hacerse una idea, el próximo programa se ocupa de un asunto particularmente áspero para Alemania: La tormenta de la historia.
Es cierto que los horrores del pasado han dejado huellas indelebles en la sociedad alemana, y heridas traumáticas que ha costado cerrar, pero desde hace ya varios meses es el presente el que agita al Gobierno del país que ha sido uno de los principales inspiradores y líderes de la Unión Europea. La crisis económica ha afectado profundamente a algunos países del área euro, y a Alemania se le reprochó haber vacilado mucho a la hora de ayudar a Grecia. Hace poco las críticas han insistido en su tibieza a la hora de apoyar la intervención militar en Libia. "Alemania no se ha portado mal con los protagonistas de las revueltas árabes", comenta Sloterdijk, "pero el caso libio es diferente. Los Gobiernos a veces se ven obligados a tomar decisiones dentro de la peligrosa corriente de la actualidad y, en este caso, Alemania no quiso participar activamente en la campaña bélica. Pero es algo comprensible: la situación es muy compleja. Se trataba de una iniciativa que no estaba contemplada en el marco de la legislación internacional vigente y que, dada esa situación excepcional, las cosas no iban a estar siempre claras. Iban a poner en marcha una agresión para frenar otra agresión, combatir una situación ilegal a partir de otra de dudosa legalidad. Era perfectamente lógico que todos los países quisieran hacer piña ante esa situación de emergencia, y por eso se enfadaron con Alemania. Lo curioso es que, hoy en día, son los países que perdieron la Segunda Guerra Mundial los verdaderamente pacifistas. Fueron en su día obligados a serlo, y en este momento no está nada mal que lo sean. Y por eso, aunque Westerwelle
[el ministro de Exteriores alemán] no me guste especialmente, aprecié su gesto de abstenerse en la votación de apoyo a la intervención militar en Libia. No hacía otra cosa, por otro lado, que interpretar la posición de Angela Merkel".
Otro episodio reciente que ha sorprendido de Alemania es su cambio de postura a propósito de la energía nuclear. La canciller Merkel, poco después del desastre de Fukushima, decidió aplazar la ampliación de la vida útil de las centrales alemanas e, inmediatamente después, ordenó el cierre de las siete plantas atómicas más antiguas. "Hay dos usos de la energía nuclear, el civil y el militar", dice Sloterdijk. "Reino Unido, Francia y Rusia, por citar algunos países próximos, tienen armas nucleares; Alemania, no. Y las centrales que ha ido construyendo Alemania desde los años sesenta son muy seguras. Mucho más que las japonesas e infinitamente más que las de la antigua Unión Soviética. Al pacifismo al que me refería antes, que la obliga a tomar precauciones ante cualquier aventura bélica, hay que añadir otro: el de no querer abrir una guerra contra la naturaleza. Alemania es uno de los países que más se ha volcado en explorar otras fuentes de energía: solares, eólicas, hidráulicas...".
"Nunca fue tan fuerte la inclinación del impulso crítico a dejarse dominar por sordos estadios de desaliento", escribió Sloterdijk en la introducción de uno de sus libros más célebres, Crítica de la razón cínica (Siruela). "Dado que todo se hizo problemático", observaba allí, "también todo, de alguna manera, da lo mismo". Contra esa tentación de abandonar y dejarlo estar se levanta su desafío, "ver florecer de nuevo el agonizante árbol de la filosofía". Sloterdijk es rector de la prestigiosa Escuela Superior de Diseño en Karlsruhe y catedrático de Filosofía en Viena, pero lo que lo convierte en uno de los filósofos actuales más relevantes es el vigor de su obra, la estimulante hondura de su pensamiento, su espíritu incombustible. Temperamentos filosóficos, en el que reunió los prólogos que hizo para una colección de filosofía destinada al gran público, es otro de sus títulos traducidos recientemente (Siruela y Edicions de la Ela Geminada, en catalán).
"La tercera generación nacida después de una catástrofe nada sabe ya del horror que padecieron sus antepasados", comenta Sloterdijk cuando se le pregunta por la influencia de la larga sombra del nazismo en los jóvenes de su país. "Empieza a ser como con el diluvio: sabemos de él por el Poema de Gilgamesh, por la Biblia, por Platón. Ya casi no quedan testigos directos del Holocausto y la guerra, y es distinto conocer lo que ocurrió entonces a través de material de archivo, ya sea visual o escrito. Los jóvenes de la Alemania de hoy son muy normales, prudentes y responsables".
¿Y la cultura? "La literatura alemana está muy viva", responde Sloterdijk. "Durs Grünbein es un clásico vivo de la poesía y Enzensberger sigue conectando con el presente por mucho que habite desde hace tiempo en el Olimpo. Es cierto que no hay un escritor equivalente a Don DeLillo o a Philip Roth, pero Martin Walser está a la altura de Updike. El problema es otro, y lo sufren todas las literaturas del mundo: la marginalización. Internet es una revolución tan importante como la que produjo Gutenberg con la imprenta. Es cierto que los escritores siempre fueron una minoría, pero hasta ahora fueron una feliz minoría: seguían ocupando un lugar central. Habrá que ver si esa minoría de escritores, en un mundo que se rinde a Lady Gaga, seguirán siendo felices o empezaran a sentirse desdichados".
Celo de Dios. Sobre la lucha de los tres monoteísmos. Peter Sloterdijk. Traducción: Isidoro Reguera. Siruela. Madrid, 2011. 170 páginas. 18,95 euros.
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