Fuente:
En resumen, la posibilidad que  queda a 
interlocutores que no se entienden es de
reconocerse como miembros de grupos
lingüísticos diferentes y de volverse entonces
traductores.
T.S.Kuhn (La estructura de las revoluciones científicas)
interlocutores que no se entienden es de
reconocerse como miembros de grupos
lingüísticos diferentes y de volverse entonces
traductores.
T.S.Kuhn (La estructura de las revoluciones científicas)
Modelo lineal de la  comunicación  
Comunicarse implica una interacción con alguien.  Sin embargo, esta interacción posee cualidades y consecuencias distintas según  el punto de vista con el que analicemos la comunicación. El punto de vista más  clásico en la teoría de la comunicación es aquel en el que se tiene en cuenta un  aspecto de la interacción: la transmisión de información. Este punto de vista ha  surgido desde el modelo lineal de la comunicación.  
Desde la Teoría de la Comunicación, Shannon  elaboró una teoría matemática de la comunicación. Esta teoría describía la  comunicación como un proceso lineal. En el contexto de la comunicación humana a  este proceso de comunicación se le etiquetó como modelo lineal de la  comunicación. El modelo tuvo gran influencia en las ciencias sociales de la  época, hasta el punto de que posteriores modelos, que han intentado describir el  proceso de la comunicación desde la psicología, han mantenido el esquema básico  del modelo de Shannon.  
El estudio de la comunicación desde este modelo se  apoya en la descripción del proceso que sigue el acto comunicativo. Un primer  aspecto a tener en cuenta desde este proceso es que sólo hay comunicación cuando  aquello que se comunica tiene un significado común para los dos elementos de la  interacción. Antes de atribuir significado a una idea es necesario codificarla  en términos comprensibles, y a partir de ahí realizar el acto de la  comunicación. Un segundo aspecto consiste en que no se puede transmitir una idea  sin disponer de un medio o soporte. Aquí es necesario referirse a dos conceptos  que suelen confundirse: información y comunicación. Para el modelo lineal de la  comunicación, el primer concepto (información) hace referencia a la acción de  informar, es decir, al contenido de una comunicación (mensaje); el segundo  (comunicación) se refiere a cómo el proceso pone en contacto dos o más polos  (emisores y receptores) que intercambian información.  
La comunicación desde el modelo lineal se concibe  como un proceso de transmisión de información, realizado con un acto  lingüístico, consciente y voluntario. En este proceso los dos elementos más  importantes para el éxito de la comunicación son el emisor y el receptor,  considerados individualmente.  
Este modelo ha sido pensado para sistemas  técnicos. Cuando se intentó aplicarlo a la comunicación entre personas se vio  que era insuficiente. Posteriores modificaciones del modelo desde la psicología,  siguen manteniendo una concepción de la comunicación entre dos personas como  transmisión de un mensaje sucesivamente codificado y después descodificado. Sin  embargo, ha sido necesario incorporar al modelo el concepto aplicado por Wienner  de retorno. El retorno proviene del modelo cibernético de Wienner, y rompe el  esquema lineal al hacerlo circular. Es la única forma de que la base del modelo  pueda tener una aplicación en la comunicación humana, puesto que las personas no  son elementos estáticos en el proceso de comunicación, como lo puedan ser dos  terminales telegráficos.  
De esta forma la estructura del acto comunicativo  sigue manteniendo la misma concepción de comunicación como proceso de  transmisión de información, pero desarrollando un modelo circular, más próximo  al modelo cibernético de Wiener. Un modelo humano basado en el modelo lineal de  la comunicación quedaría así:  
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Vemos, pues, la relevancia que tienen los  procedimientos simétricos de codificación y descodificación en todo proceso  comunicativo. Estos procedimientos se llevan a cabo mediante signos y por ello  ha irrumpido la semiótica (la ciencia de los signos) en el campo de la Teoría de  la Comunicación.  
La semiótica  
Es difícil dar una definición unánime de lo que es  la semiótica. Sin embargo, puede haber acuerdo acerca de "doctrina de los  signos" o "teoría de los signos". Esta definición presenta el inconveniente de  transferir al término "signo" la mayor parte de los interrogantes. Para algunos  el signo es, en principio, un objeto construido; para otros, es, en principio,  un objeto observable; otros sólo toman en cuenta sistemas de signos previamente  establecidos, que  pueden alcanzar desde sistemas de señalización concretos  hasta los sistemas de significación implícitos en toda práctica social (ritos,  mitos, costumbres).  
Existen, pues, concepciones opuestas de la  disciplina, que van desde el estudio de un sistema concreto de señales hasta una  concepción "absolutista" que hace depender la propia cultura del fenómeno  comunicativo. Un breve sumario de estas concepciones sería el siguiente:  
- Una concepción limitada a los sistemas de signos instituidos en la práctica social y no-lingüísticos: carteles de señalización, escudos, uniformes, etc... En todo caso, podría hablarse de "signalética" para calificar esta concepción.
 - La concepción que puede llamarse "saussuro-hjelmsleviana" que considera con Saussure, que la lingüística es una parte de la semiología, "ciencia que estudia la vida de los signos en el seno de la vida social". Extendiendo el modelo lingüístico a todos los sistemas de signos humanos, la misma podría calificarse como "semiolinguística" aún cuando sus sostenedores recusan este apelativo. Sin embargo, construye sus objetos sobre el "patrón" de los objetos de la lengua.
 - La concepción peirceana que combina, en el estudio de los signos un análisis de los fenómenos de significación como la cooperación de tres instancias que implican al representante (el signo propiamente dicho), al representado (aquello de lo que el signo da cuenta) y a un intérprete genérico considerado como un muestrario representativo portador de los hábitos interpretativos de la comunidad a la que pertenece.
 - Concepciones etnoculturales que ven en la cultura una combinación de sistemas "modelizadores" de lo real (Yuri Lotman, Escuela de Tartú).
 - Concepciones que tienden a abolir la separación entre ciencias humanas y ciencias de la naturaleza, a partir de una zoosemiótica, de una fitosemiótica, reagrupadas con la teoría de la información y las neurociencias, para constituir una especie de "perspectiva semiótica" (Círculo de Toronto).
 - Concepciones "regionales" del objeto semiótico limitadas a campos como el visual, las prácticas culturales y artísticas (danza, literatura, poesía, urbanismo y arquitectura, cine, teatro, circo, pintura, presentación de la persona, etc...), los "discursos" de carácter social (jurídico, religioso, político, etc...). Aunque pretendidamente independientes, dada la especificidad de su objeto, no dejan de vincularse, más o menos explícitamente, con alguna de las concepciones enunciadas anteriormente.
 
Las concepciones 2) y 3) son las más  comúnmente aceptadas y no han dejado de existir intentos de proceder a síntesis  de ambas, de los que el más reputado ha sido el de Umberto Eco[1]. Sin embargo, dicha síntesis se presenta problemática, ya  que, como veremos, sus metodologías de trabajo se presentan casi como  irreconciliables, apoyándose la concepción saussureana en una base binaria  (significado / significante) mientras que la pierceana se apoya en una base  triádica (objeto / signo / interpretante).  
El uso de los signos en el  pasado.  
Los hombres primitivos se contentaban con un uso  puramente instrumental de los signos, ligado a sus condiciones de subsistencia  (lugar donde encontrar la caza, avisar de peligros inminentes, etc.), lo que no  implicaba problemáticas específicas que resolver. Pero, a medida que la realidad  social se va haciendo más compleja, el uso de los signos deviene más estricto:  el signo debe reproducir de forma unívoca las realidades del mundo material con  el fin de preservar la integridad y la identidad del grupo humano.  
Los primeros pensadores que reflexionaron sobre  los signos fueron Aristóteles y los estoicos, quienes buscan las relaciones  entre la configuración de los términos en el silogismo y la configuración del  orden real, así como los motivos de la transferencia de valores de verdad de una  a otra.  
La primera ampliación del campo de estudio se la  debemos a Leibniz, quien con su Mathesis Universalis, extenderá las nuevas  funciones matemáticas a nuevos campos significantes. Sin embargo, el proyecto  quedará inconcluso al enfrentarse con los numerosos problemas de polisemia que  requerirán el regreso al estudio específico de la lengua humana. Locke y los  filósofos ilustrados (especialmente Condillac) fundamentarán la semiótica en la  gramática.  
El inicio de la semiótica  contemporánea.  
Pese a que todos los grandes pensadores, aunque no  lo hayan hecho explícitamente, se hayan interrogado acerca del problema de la  significación, generalmente se coincide en distinguir dos fuentes de la  semiótica contemporánea: F. de Saussure y Ch. S. Peirce. Para completar conviene  acercar al nombre del primero el del lingüista danés L. Hjelmslev.  
Ferdinand de Saussure (1857-1913) tenía como  objetivo estudiar la lengua considerada en sí misma, retomando de esta forma el  proyecto estoico sobre la base de la materialidad del lenguaje mismo.  Naturalmente, ubica a la lingüística como una parte de la semiología, ciencia  que estudia la vida de los signos en el seno de la vida social y que nos  enseñaría en qué consisten los signos y qué leyes los rigen. Para Saussure el  signo es una unidad psíquica de dos caras: la imagen acústica (el significante)  y el concepto (el significado); la unión que existe entre ambos es totalmente  arbitraria. El signo es, pues, fruto de un contrato concertado entre los  miembros de la sociedad, que actúa como fuerza externa sobre la lengua  modificándola pero sin alterar sus características formales.  
Louis Hjelmslev (1899-1963) era un lingüista danés  cuya obra es un eslabón indispensable para comprender la evolución de la  lingüística moderna surgida de las intuiciones de Saussure. Hjelmslev añade dos  caras más a cada una de las caras de Saussure: tanto el contenido (significado)  como la expresión (significante) tienen forma y substancia. La función semiótica  se establece entre la forma del contenido y la forma de la expresión; mientras  que la substancia del contenido (el pensamiento) y la substancia de la expresión  (la cadena fónica) dependen exclusivamente de la forma y no tienen existencia  independiente. Este homomorfismo entre el plano de la expresión y el plano del  contenido abre las puertas a una semántica estructural.  
Charles Sanders Peirce (1839-1914) se interesó,  entre otras cosas, en la semiótica a la que consideraba ante todo como una  lógica, lo que no deja de evocar el proyecto estoico. Sin embargo, su propósito  apunta a aprehender la totalidad de los procesos comprometidos en el  establecimiento de las significaciones, por ello su concepto de signo es general  y pragmático. En la significación cooperan tres instancias: el objeto (que se  pretende representar), el signo (que lo representa) y el interpretante (que lo  interpreta). El interpretante es, a la vez, una norma social o un hábito  colectivo institucionalizado y la determinación aquí y ahora de una mente que  interioriza esta norma.  
La relación entre semiótica y  comunicación.  
Todo acto de comunicación puede describirse como  un par constituido por un signo producido por un emisor, interpretado luego por  un receptor. Su estudio combinará producción e interpretación de un mismo signo.  Tomando el modelo peirceano podríamos representar los procesos de producción e  interpretación con un gráfico como el siguiente, en el que O representa el  objeto, S representa el signo, I representa el interpretante y las flechas  muestran las relaciones de dependencia: 
La mayor parte de los autores se han interesado  casi exclusivamente en el problema de la interpretación de los signos, partiendo  de la opinión, ampliamente extendida, de que la producción y la interpretación  son procesos absolutamente reversibles. De esto se desprendería que describir la  interpretación es describir también, como en un espejo, la producción.  
Contra esta afirmación se puede observar que, si  el productor es dueño del objeto que elige para comunicar su mensaje (elección  de palabras, de grafismos, de gestos, de configuraciones múltiples de unos y de  otros), el intérprete está obligado a efectuar un trabajo de reconstrucción de  ese objeto (una semiosis inferencial) que no tiene por qué llegar necesariamente  a reencontrar el mensaje original. En efecto, las relaciones singulares que  productor e intérprete mantienen con las instituciones de la significación son  las que regulan su comunicación. Hay, entonces, una disimetría a priori, puesto  que el primero pone en marcha algo ya presente en él, mientras que el segundo  debe descubrir precisamente lo que el primero actualizó.  
Lo que hay que remarcar antes que nada es que toda  producción es, en alguna medida, una interpretación a priori. Dicho en otras  palabras, la producción es un proceso de incorporación de un pensamiento en una  configuración que se ubica bajo la dependencia de una interpretación anticipada,  respecto de la que el productor se vuelve un intérprete más. En este sentido  participa en este proceso colectivo de interpretación que describimos como una  institución social. Por parte del intérprete hay un proceso que va de lo  particular a lo universal, de lo individual a lo colectivo, mientras que, de  parte del productor, se va de lo universal a lo particular y de lo colectivo a  lo individual. Más que de reversibilidad, que no diferencia los dos procesos,  debemos hablar de dualidad.  
Algo pasa de la mente del productor a la del  intérprete. Más formalmente, puede considerarse que en todo fenómeno semiótico  hay un traspaso, a través de un signo, de una cierta forma de relaciones que  está en la mente de un productor hacia la mente de un intérprete. El signo se  transforma en un medio para la comunicación de una figura.  
Hay que destacar que en el acto de comunicación,  definido como un par (signo producido / signo interpretado), tanto el productor  como el intérprete hacen referencia a la misma relación de naturaleza  institucional que liga al signo con su objeto. El productor lo utiliza como algo  ya institucionalizado que le permite elegir una cosa (el signo) y presentarla  como el sustituto de otra cosa ausente (el objeto), con la garantía (en el  interior de su comunidad) de que un intérprete eventual que comparta su cultura  tendrá la posibilidad de poner en funcionamiento la relación empleada en el otro  sentido. La comunicación sólo se logra cuando el objeto del que habla el  productor es el mismo que imagina el intérprete.  
Es precisamente en este sentido donde la  concepción peirceana del signo se muestra más potente que sus rivales binarias.  La noción de interpretante nos remite a las normas sociales compartidas que  hacen posible la simetría en el proceso de producción y en el de interpretación;  mientras que, en las concepciones binarias[2], nada nos remite a una intersubjetividad indispensable para  cerrar felizmente el proceso comunicativo.  
El proceso cognitivo.  
Para que exista esta intersubjetividad que permite  la comunicación, es necesario postular que existen rasgos comunes en los  procesos cognitivos de todos los seres humanos. Tanto si se cree que el proceso  de conocimiento es categorial (como dirían Aristóteles o Kant) como si se cree  que es puramente perceptivo (como defenderían Locke o Hume), el producto de este  conocimiento individual establece un área de consenso con el resto de los  miembros de la comunidad.  
La filosofía de la mente y demás ciencias  cognitivas debaten todavía sobre los procesos neuronales y/o ambientales que  permiten la configuración de los esquemas de conocimiento (imágenes mentales o  lo que quiera que éstas sean) que compartimos intersubjetivamente[3]. Desde el campo de la semiótica, lo máximo  a lo que podemos aspirar es al control del producto mental de este  conocimiento.  
Nuevamente es en Peirce donde encontramos las  ideas más sugestivas sobre la formación de los contenidos. Sus categorías de  primeridad, secundidad y terceridad definen las modalidades de conocimiento del  mundo que, al propio tiempo, son los procedimientos por los que el mundo se  interpreta a sí mismo. La teoría semiótica de Peirce clarifica muchos de los  problemas de la percepción y de la forma que las percepciones se organizan en  forma de conocimiento. De la misma forma que existen tres categorías de  conocimiento, existen tres tipos de signos correspondientes a la naturaleza, al  individuo y a la sociedad/cultura. Esta triple triada nos da la siguiente  organización de los tipos de signos: 
en la que los  signos de la naturaleza (cualisigno, sinsigno y legisigno) están en el origen de  los signos del individuo (icono, índice y símbolo) que a su vez son socializados  como signos compartidos por la comunidad (rema, dicente y argumento). El signo  más elemental es el cualisigno (pura posibilidad lógica) que puede interpretarse  como signo del ser (como rema) y como similaridad (como icono). En un nivel  parejo se halla el sinsigno (existencia real) que se interpreta como existencia  efectiva (dicente) y como objeto real (icono). El legisigno representa el signo  convencional (el más importante, ley de la naturaleza) que se interpreta como  norma (argumento) y como precepto de la naturaleza (símbolo). Esta triple triada  puede reorganizarse en el siguiente esquema[4]: 
Con ello Peirce  puede estarnos sugiriendo que cuando actuamos en el mundo, lo que percibimos no  es de hecho el mundo real sino el mundo como un desplazamiento de signos; que el  mundo que existe en nuestras mentes es una representación simbólica determinada  por nuestra cultura. 
En este sentido puede tener razón Umberto Eco cuando propone la hipótesis de que existe "una especie de petición incondicional por parte de la semiótica que exigiría que el conjunto de la cultura se estudiara como un fenómeno de comunicación"[5].
En este sentido puede tener razón Umberto Eco cuando propone la hipótesis de que existe "una especie de petición incondicional por parte de la semiótica que exigiría que el conjunto de la cultura se estudiara como un fenómeno de comunicación"[5].
El propio Umberto Eco ha propuesto recientemente  unos conceptos que nos brindan otra aproximación al fenómeno cognitivo.  Partiendo de dos ejemplos en los que un individuo y su comunidad se enfrentan a  un fenómeno desconocido hasta la fecha, estudia el proceso de formación de los  contenidos o conceptos de dicho fenómeno. En el primer caso se trata del  ornitorrinco, de los zoólogos de finales de XVIII y buena parte del XIX y de  Kant quien probablemente nunca llegó a saber nada del animal ya que falleció en  1804, mucho tiempo antes de que la comunidad científica se pusiera de acuerdo  sobre su clasificación. En el segundo caso se trata de los caballos, de los  aztecas y de su rey Moctezuma quienes nunca, hasta la llegada de los tercios  españoles, habían visto animales como aquellos[6].  
Eco afirma que a la vista del fenómeno nuevo  (ornitorrinco o caballos) los individuos elaboran un Tipo Cognitivo (TC). Este  TC no tiene nada que ver  con un tipo ideal platónico ni con un juicio  perceptivo kantiano. Es algo similar a un esquema morfológico, parecido a un  modelo tridimensional, pero que puede incluir otras características como el  olor, el ruido del relincho u otras propiedades funcionales (ser cabalgable, por  ejemplo). Mediante el TC, los individuos son capaces de reconocer otros  ejemplares del mismo fenómeno que no han visto anteriormente: tienen un tipo, un  parámetro mediante el que pueden cotejar las ocurrencias. Este tipo tampoco  tiene nada que ver con una esencia aristotélico escolástica (la  caballinidad).  
Sin embargo, el TC que se desarrolla en las  primeras instancias no es común a todos los hablantes. Como en el caso del  ornitorrinco en los primeros años de su estudio, en que diferentes zoólogos  pretenden clasificarlo en distintos grupos (mamíferos, anfibios, aves), cada  hablante destaca alguna característica por encima de las otras.  
Cuando los aztecas empiezan a hablar entre ellos  sobre los caballos o los zoólogos a discutir sobre el ornitorrinco, se empiezan  a establecer áreas de consenso. Empiezan a aparecer las primeras  interpretaciones colectivas que se asemejan bastante a una definición. Estas  interpretaciones serían como los interpretantes en sentido peirceano. Eco  denomina a este conjunto de interpretantes Contenido Nuclear (CN), señalando que  mientras el TC es privado el CN es público. En este sentido el CN es el modo en  que intersubjetivamente establecemos los rasgos que componen el TC, de tal forma  que el CN puede transmitirse creando TC en individuos que no han tenido  percepción alguna del objeto. ¿Acaso no identificaríamos hoy en día un  ornitorrinco sin haberlo visto jamás sabiendo que es una especie de topo con  pico de pato? ¿No pudo identificar Moctezuma los caballos la primera vez que los  vio gracias a las informaciones que le habían suministrado sus emisarios? Como  hemos visto, pues, el TC se puede constituir por dos vías: la directamente  perceptiva y la informada por un CN. Podríamos llamar a esta segunda vía TC  tentativo que podría llegar a ser tan imperfecto que impidiese la  identificación. Al distinguir entre los casos empíricos (el ornitorrinco o los  caballos) de los casos culturales (la amistad, la enfiteusis o el matrimonio) se  pone de manifiesto que en los primeros se va del TC al CN, mientras que para los  casos culturales sucede lo contrario. En cualquiera de ambos casos queda claro  que tanto los TC como los CN son negociables siempre[7], fruto de la cultura y las circunstancias.  
Finalmente, una vez los zoólogos acabaron los  estudios sobre el ornitorrinco (en 1884, 86 años después de su descubrimiento)  se alcanzaría el Contenido Molar (CM), un tipo de conocimiento complejo que  abarca una gran cantidad de características. Sin embargo el CM de caballo sería  distinto para un zoólogo que para un jinete profesional, ya que sus áreas de  competencias son diferentes[8]. La suma de los distintos CM sería el conocimiento  enciclopédico del caballo.  
Eco plantea estos conceptos de TC, CN y CM desde  lo que el denomina folk psychology, es decir, desde el sentido común, y no desde  las ciencias cognitivas que requerirían conceptos más precisos. Pero no por ello  debemos despreciarlos, ya que evidencian los fenómenos del reconocimiento y de  la referencia feliz sin los que la comunicación sería imposible. La experiencia  cotidiana nos demuestra que asociamos de forma constante ciertos nombres a  ciertos objetos y esta asociación, compartida por el conjunto social, garantiza  la simetría entre codificación y descodificación de los mensajes. La comprensión  sólo es posible atribuyendo al interlocutor creencias similares a las nuestras y  esta uniformidad de creencias sólo puede garantizarla la cultura[9].  
Conclusión.  
Con el concepto de Tipo Cognitivo, Eco prosigue la  vía sincrética, iniciada en el Tratado de semiótica general de 1975, entre las  perspectivas estructuralista (Hjelmslev) y cognitivo interpretativa (Peirce)  afirmando que el momento categorial y el momento observacional no son modos  inconciliables de conocimiento. Pero, aunque se les considere como modos  complementarios de analizar nuestras competencias lingüísticas, sigue flotando  en el aire la falta de una teoría omnicomprensiva que dé cuenta del fenómeno de  forma completa. No parece suficiente afirmar que ambas perspectivas deben  mantener un equilibrio inestable porque en el plano de nuestra experiencia  procedemos efectivamente de esta forma. Ello significa simplemente que no  disponemos de teoría alguna de análisis de los productos de nuestro proceso  cognitivo.  
Lo cual no es ningún descrédito: en definitiva Eco  renuncia a investigar en la caja negra porque la naturaleza de la inteligencia  consciente sigue siendo en gran medida un misterio. Por muchos avances que se  hayan realizado en las ciencias empíricas, ello sólo nos ha dado ciertas pistas  sobre el funcionamiento de nuestros estados y procesos mentales y el estado  actual de la filosofía de la mente no es más que un conjunto de problemas,  intuiciones y observaciones interesantes sin sistematizar. Es muy probable que  hasta que no obtengamos una respuesta clara sobre la naturaleza de la  inteligencia consciente, no podamos comprender plenamente el proceso cognitivo y  semántico que subyace en la comunicación humana.   
  
[1]  .En la primera página de su artículo "La vida social como  un sistema de signos". [VSSS] (VV.AA. "Introducción al estructuralismo".  Alianza. Madrid, 1976. Pág. 89), facilitado con los apuntes, cita precisamente a  Saussure y a Pierce, aceptando sus definiciones de signo "como punto de partida  indiscutible". El propio Eco lo reconoce en una obra reciente (Eco, Umberto.  "Kant y el ornitorrinco". [KO] Lumen. Barcelona, 1999. Pág. 290): "Durante mucho  tiempo he temido que el enfoque semiótico del Tratado adoleciera de sincretismo.  ¿Qué quería decir intentar, como hice, juntar la perspectiva estructuralista de  Hjelmslev y la semiótica cognitivo-interpretativa de Peirce?".  [2]  .Umberto Eco en VSSS  Pág. 96-97 reprocha que "muchos lingüistas han supuesto que el extenso campo de  la Forma del Contenido (Hjelmslev) caía fuera de la jurisdicción de la  lingüística y lo concebían como materia propia y privativa de la antropología  cultural, de la ciencia física, de la filosofía."  
[3] .Eco, Umberto en KO Págs. 157-159 se refiere a dichos procesos como la ‘caja negra’ afirmando que no entra a debatir sobre cuestiones como dónde residen los esquemas cognitivos, cómo se configuran mentalmente o si son producto del ambiente o del aparato neuronal.
   
[4] .Los gráficos aquí reproducidos han sido obtenidos del artículo de Torkild Leo Thellefsen titulado "Firstness and Thirdness Displacement - The epistemology of Peirce’s three sign trichotomies" que puede consultarse en http://www.digitalpeirce.org/torkild/tritor.htm [18-1-2003].
   
[5] .Eco, Umberto. VSSS. Pág. 95.
   
[6] .Eco. Umberto. KO. Págs 152 y ss.
   
[7] .Eco. Umberto. KO. Págs 312 y ss.
   
[8] .Eco compara estas diferencias en el CM con la división del trabajo lingüístico de Putnam, aunque referido a la cultura.
   
[9] .Eco. Umberto. KO. Págs 318 y ss. Es muy ilustrativo de ello el ejemplo que propone Eco sobre el lenguaje de los pitufos: "Mañana pitufareis a las urnas para pitufar a quien será vuestro pitufo" es una frase perfectamente comprensible a pesar de la prolija utilización de homónimos.
[3] .Eco, Umberto en KO Págs. 157-159 se refiere a dichos procesos como la ‘caja negra’ afirmando que no entra a debatir sobre cuestiones como dónde residen los esquemas cognitivos, cómo se configuran mentalmente o si son producto del ambiente o del aparato neuronal.
[4] .Los gráficos aquí reproducidos han sido obtenidos del artículo de Torkild Leo Thellefsen titulado "Firstness and Thirdness Displacement - The epistemology of Peirce’s three sign trichotomies" que puede consultarse en http://www.digitalpeirce.org/torkild/tritor.htm [18-1-2003].
[5] .Eco, Umberto. VSSS. Pág. 95.
[6] .Eco. Umberto. KO. Págs 152 y ss.
[7] .Eco. Umberto. KO. Págs 312 y ss.
[8] .Eco compara estas diferencias en el CM con la división del trabajo lingüístico de Putnam, aunque referido a la cultura.
[9] .Eco. Umberto. KO. Págs 318 y ss. Es muy ilustrativo de ello el ejemplo que propone Eco sobre el lenguaje de los pitufos: "Mañana pitufareis a las urnas para pitufar a quien será vuestro pitufo" es una frase perfectamente comprensible a pesar de la prolija utilización de homónimos.
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